Soy de izquierda, profesor, e investigo sobre educación. Eso me coloca con un pie en cada uno de los campos en los que el nacionalismo ha encontrado más compañeros de viaje, o ha pescado más tontos útiles. Yo mismo fui uno de ellos, aunque por poco tiempo. El tardofranquismo me escarmentó y me inmunizó contra la fanfarria de los símbolos ya en la primera adolescencia, y cualquier comprensión hacia los nacionalismos oprimidos se me pasó al ver a ETA seguir matando en democracia.
Ahora que la conspiración del nacionalismo catalán obliga a pronunciarse a quien no quiera otorgar callando, y menos ser cómplice por omisión, escribo más, sobre todo en prensa y en este blog, así como las pío en Twitter, y me ha llegado algún mensaje de algún viejo amigo o colega que discute o matiza lo que digo (aunque es más frecuente lo contrario), a la vez que numerosos tweets de seguidores a los que no conozco pero que reniegan de mí, disconformes o escandalizados con que un sociólogo, incluso un referente en educación, diga lo que dice (lo que escribo) sobre el nacionalismo catalán, sus actos y su causa, como si me acabara de pasar al otro bando. Diría que es gente que viendo en el PP, en Rajoy, en la sombra de Wert, en cualquier política educativa, en el neoliberalismo que todo lo invade, en el franquismo que nunca se olvida, o en quién sabe qué, el enemigo a batir, funciona con una idea muy simple: todo enemigo de su enemigo es su amigo. Pero yo no soy de esa idea, y mucho menos sobre los nacionalismos. De hecho, llevo ya un cuarto de siglo, o por lo menos lo que va de este, explicándolo, como puede verse en las siguientes referencias.
Hace un cuarto de siglo no me parecían preocupantes los nacionalismos, pero ya advertía sobre su vigencia en la educación en un texto de carácter general, “El aprendizaje de lo social” (1990, o aquí, 1991). No fue hasta el comienzo de este siglo que, con ocasión del pacto de Estella-Lizarra, felizmente olvidado hoy, y en polémica con Juan Aranzadi, escribí dos tribunas en El País en las que criticaba las connivencias con el submundo abertzale, y por tanto con ETA, desde el nacionalismo pacífico y legal (aquel PNV de Arzalluz Ibarretxe) y desde la izquierda (IU y algún otro grupo menor): “Por el fin de la inocencia” y “Más de lo mismo” (2000).
Los siguientes escritos fueron ya específicamente sobre la connivencia y el servilismo de la izquierda con el nacionalismo. Primero el prólogo a la edición de un librito que recogía las aportaciones de un miniciclo sobre nacionalismo y democracia (y terrorismo) que yo mismo organicé en la Universidad de Salamanca, Nacionalismo y democracia (2001); después, una tribuna, de nuevo en El País, sobre y contra este maridaje anti-natura: “¿Es congruente ser nacionalista de izquierda?” (2004). Por la misma época también escribí alguna entrada en mi blog sobre la la funcionalidad de la retórica victimista del nacionalismo vasco pacífico para la legitimación del violento, es decir, del terrorismo, en “Herederos de aquello y socios de esto” (2003). Volvería sobre el tema unos años más tarde, con ocasión del II Encuentro sobre Memoria y Víctimas del Terrorismo, en “La izquierda y la violencia” (2010).
En términos más teóricos y abstractos ya había intentado interpretar la nación de manera no esencialista en dos trabajos académicos: como simple parte de un análisis general sobre las estructuras sociales en “Redes económicas y desigualdades sociales”, publicado en la REIS 64 (1993), y en “No hay naciones sin Estado, ni estados sin nación”, como capítulo de un libro colectivo de homenaje a Salvador Giner (2007).
De la instrumentalización de la escuela para la construcción nacional me ocupé en “Building the nation at school: Spain tables turned” (2012), un capítulo en el libro editado por C. Kassimeris y M. Vryonides, The politics of education: Challenging multiculturalism (se puede leer una versión en castellano, aunque no estoy seguro de que idéntica, aquí: Los nuevos nacionalismos en España: la vuelta a la tortilla). Del carácter agresivo y falsamente integrador de la inmersión [mono]lingüística en catalán lo he hecho en dos entradas en mi blog, “En cuestión de la lengua, el medio es el mensaje” (2013) y “Lenguas y sinrazón: a propósito de les Illes” (2013) y una tribuna en El País, “La inmersión ideológica de Cataluña”. También lo he hecho en el blog de algunos aspectos del doble lenguaje o de la vaciedad del nacionalismo en materia de educación en “Catalanizar, españolizar… ¿quién puede tirar la primera piedra?” (2012) y “Gramenet, o la insoportable vaciedad del nacionalismo” (2015). Y de cómo, el nacionalismo fue uno de los principales obstáculos para el pacto por la educación que intentó Gabilondo en “Los nacionalismos periféricos y el pacto; entre Santa Rita, Rita y el raca, raca” (2010) y cómo creo que debería tratarse la cuestión lingüística/nacional en “Ciudadanía plurinacional” (2016, o aquí), uno de los siete artículos que dediqué al actual debate sobre un “pacto de Estado social y político por la educación”.
Por último, en fechas más recientees he dedicado tres tribunas al procés, todas ellas en El País, 2017: “Plurinacional eres tú”, sobre el concepto de la España plurinacional planteado por el PSOE; “Papanatismo plebiscitario”, sobre la idea peregrina de que votar lo valida todo; y “Hacer nación en la escuela” (versión más amplia aquí), en torno al debate sobre la instrumentalización nacionalista del sistema educativo catalán.
Suma y sigue.
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