¿En que lengua se debe aprender en
Cataluña? Una reciente sentencia del TSJC ha vuelto a remover las
aguas pretendidamente tranquilas de la cuestión lingüístico-escolar
en Cataluña, con el objetivamente evitable pero políticamente
esperable resultado de que los nacionalistas se acusen unos a otros
de ataque, opresión, etc., unos y otros distorsionando el problema
para que su opción aparezca como la única posible. Voy a explicar
la mía, aunque no espero que nadie haga caso.
- ¿Debe el catalán ser lengua vehicular en la escuela? Sí, porque es Cataluña.
- ¿Debe serlo para todos y cada uno de los alumnos en Cataluña, sean cuales sean su origen y destino? Sí, porque es cuestión de (re)construcción de la comunidad y afianzamiento de la ciudadanía, no de simple elección individual o familiar.
- ¿Debe el catalán ser objeto de refuerzo o discriminación positiva frente al castellano? Sí, porque está en relativa desventaja (cada vez menos) fuera de la escuela y se trata de lograr y asegurar el dominio de ambas lenguas.
- ¿Debe el catalán ser la única lengua vehicular en la escuela? No, porque también los catalanes son miembros de otra comunidad más amplia y plural, España, cuya lengua común es, sobra decirlo, el castellano.
- ¿Qué implica esto? Que ambas lenguas deben ser vehiculares en cada centro y para cada alumno, aunque no haga falta que lo sean al 50/50 sino que se pueda modificar poco o mucho esta proporción a favor de una de ellas.
La lengua no solamente nos enseña a
expresarnos en un código común sino que nos dice machaconamente
dónde comienza y dónde termina nuestra comunidad. Lo mismo que la
geografía no sólo nos indica por dónde pasan los ríos o las
costas, sino dónde estamos nosotros y donde los otros, y la historia
quiénes somos unos y quiénes otros, y su combinación que no
estamos todos los que somos ni somos todos los que estamos... La
elección como vehicular de una lengua, otra o ambas es un mensaje
pertinaz, insidioso a veces (cuando se justifica con otros
argumentos, como el manido y escasamente fundado de la cohesión
social) y penetrante (precisamnete por ser en parte invisible)
sobre quiénes somos nosotros
y con quién no tenemos o no queremos tener nada en común.
El
debate entre nacionalistas (catalanistas o españolistas) no es un
debate entre miembros de dos comunidades, de distinta cultura y
límites, que quieren coexistir y convivir, por más ambiguo difícil
que resulte el ajuste fino, sino el choque de locomotoras entre dos
grupos políticos que quieren construir cada uno su comunidad
exclusiva y excluyente sobre las ruinas de la otra. Los españolistas
quieren que algunos alumnos y escuelas de Cataluña funcionen como si
no existiera Cataluña; los catalanistas quieren que todas las
escuelas de Cataluña funcionen como si no existiera España o ésta
fuera otra cosa. Los españolistas (o asimilacionistas) quieren
autoexcluirse de Cataluña y lo llaman elección;
los catalanistas (o secesionistas) quieren excluir todo lo que no
consideren exclusivamente catalán y lo llaman cohesión,
pero tanto un término como el otro no son más que elementos gemelos
de un sectarismo simétrico que se alimenta mutuamente.
En
estos días toca llorar y gritar a los catalanistas, que sienten
atacada Cataluña. Las
mismas autoridades políticas y educativas que se declaran ahora
atacadas (en nobmre de
todos, por supuesto) eran, qué paradoja, declaradas atacantes en las
semanas anteriores; atacantes contra la escuela pública, según el
profesorado de ésta, debido a los recortes presupuestarios y otras
medidas. Ahora puede que se junten unos y otros para bramar por el
ataque a la escuela catalana,
pero la única lección aquí es qué fácil resulta recurrir a
victimismo. Lo explicó una vez, en el juicio de Nüremberg, el
mariscal Göring, el segundo de Hitler: para hacer lo que quieras de
un pueblo sólo tienes que convencerlo de que lo atacan (para eso
sirvió el antisemitismo). Lo aprovechó cuanto pudo Franco, con
aquello de la conspiración judeo masónica,
la amenaza bolchevique,
etc. Qué lástima que ahora incurran tan fácilmente en ello los
derivados (ya lejanos y a veces irreconocibles, cierto) de la
izquierda (organizaciones de profesores, en este caso) y de las
llamadas nacionalidades oprimidas
(catalanistas, en este caso) que entonces se oponían a él.
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