11 may 2025

La escuela será digital o no será, así que manos a la obra


Iberoamérica presenta un panorama educativo tan amplio y dispar como su realidad económica, social y cultural. No es baladí que acoja una variedad que va del neolítico a la hipermodernidad, ni que las desigualdades económicas y educativas se encuentren entre las mayores del mundo. Esto hace que en el ámbito educativo se concentren hoy problemas originados en cuatro de las cinco grandes olas que desde la prehistoria han transformado el aprendizaje y la comunicación. Se encuentran así los propios de la adopción de la escritura con los que trae la revolución digital, pero también nuevas capacidades y oportunidades ante las viejas necesidades. La pregunta es si esta superposición de la prehistoria con la historia y hasta la hiperhistoria ha de verse como una acumulación de problemas ya intratable, una desafortunada concurrencia en la que medios escasos obligarían a priorizar, incluso a triar, o una oportunidad nueva y mejor de afrontar los problemas pasados, presentes y futuros. 

Educar es acompañar y apoyar de manera consciente, sistemática y efectiva el aprendizaje, como hacen los padres con los hijos, los adultos con los niños o los maestros con los alumnos. Lenguaje y hominización son dos caras del mismo proceso, y el lenguaje es instrumento y resultado de la educación, nace y crece con ella. La modernización, con el paso de familias amplias y comunidades pequeñas a lo contrario, las oleadas de nuevos medios y las nuevas formas familiares, entre otros procesos, sacude sin pausa la educación no institucionalizada, pero esto queda aquí fuera de nuestro foco. 



Más próximo a nuestro campo de interés es el legado de la segunda gran transformación informacional y educacional: la escritura y su aprendizaje escolar. Pocos pueblos indígenas americanos desarrollaron por sí alguna forma de escritura, si bien fueron los más numerosos. Los que lo hicieron crearon, como en otros lugares, escrituras pictográficas, ideográficas o jeroglíficas, solo excepcional y marginalmente fonéticas, pero no alfabéticas, ni siquiera silábicas. Esto pudo dar lugar a la aparición de escuelas o proto escuelas, es decir, a la institucionalización del aprendizaje del oficio o el privilegio de leer escribir por una minoría. Ha sido por imperativo de supervivencia que parte de estas lenguas han llegado, después de la colonización, a su transcripción alfabética, acceso tardío que pesa, hoy, sobre los proyectos de educación multicultural. 

En contraste, América toda estaba ya en la historia cuando el desarrollo de la imprenta de tipos móviles hizo posible y necesario el despliegue del sistema escolar, es decir, la escolarización de masas, de vocación universal, que arrancaría en el siglo XIX. Algunos países, particularmente en el Cono Sur, fueron vanguardia no solo regional sino global en ello. No hace falta recordar, por cierto, el importante papel político de educadores como Sarmiento, Vasconcelos, Mistral o Mariátegui. Sin embargo, esta transformación fue siempre lenta, dolorosa y, a menudo, incompleta. Todavía hoy un porcentaje no desdeñable de la infancia no recorre toda la escolaridad primaria, no la culmina con éxito o no obtiene de ella las competencias previstas. 

El siglo XX vio la cuarta gran transformación educativa: la generalización y progresiva y parcial unificación de la enseñanza secundaria, que se solapó con el despliegue de los medios electrónicos de comunicación de masas, pero esta vez dándose la espalda o en abierta hostilidad. Esta transformación ha representado un gran avance educativo, así como un apoyo al desarrollo, pero también ha sido fuente de problemas en todo el mundo: universalización inacabada, fracaso escolar, desigualdades sociales, sesgos de orientación, abandono prematuro, desapego y rechazo adolescente, expectativas educacionales y laborales insatisfechas, descontento profesional y social, etc. Llegados aquí, lo distintivo de Iberoamérica ha sido, si acaso, una notable brecha en las oportunidades de clase, étnicas o territoriales, tanto a escala nacional como regional. 

El cambio de milenio, entre finales del XX y comienzos del XXI, viene marcado por la quinta gran transformación: digital. En el lapso de una generación o poco más están fructificando, multiplicándose y llenando la tierra la microinformática personal, la internet, la web 2.0, los dispositivos móviles, la conectividad ubicua, las redes sociales, la realidad virtual, la internet de las cosas y, ahora, la inteligencia artificial. Está fuera de duda la pertinencia de la tecnología digital para el aprendizaje, la educación y la escuela, pero queda mucho por hacer en el diseño adecuado de las herramientas para ello. En el periodo más reciente, apenas tres años, se han sucedido el confinamiento por la pandemia y la irrupción de la inteligencia artificial generativa (IAG). La COVID-19 y ChatGPT han revelado el atraso digital de la escuela, su divorcio respecto de la sociedad, su disparidad interna (entre e intra centros y sistemas) y la escasa preparación del profesorado; pero también la espectacular y creciente capacidad de la trinidad digital: hardware, software y conectividad, para adentrarse en el aprendizaje, la enseñanza y la escuela con creciente ventaja sobre el viejo ecosistema del aula-huevera, el libro de texto, la lección frontal, el aprendizaje simultáneo, las parrillas horarias, la evaluación contra un listón y el procesamiento por lotes. 

La cuestión hoy, y más en Iberoamérica, es si este desafío es un problema añadido, de alto coste, que va a agravar las dificultades financieras y las desigualdades educativas, o si puede y debe ser la oportunidad de afrontar objetivos y problemas que se habían inmunizado –si es que no eran yatrogénicos– contra los medios conocidos, los remedios habituales y las viejas políticas; la oportunidad para un salto, o saltos varios, que eviten ciertos pasos costosos y dudosos y alcancen los mismos fines, o incluso más ambiciosos, con medios mejores, más asequibles, o ambas cosas a la vez. Ejemplos de ello son cómo radio y televisión llegaron a territorios y grupos sociales a los que no lo hacían la prensa o las administraciones, a pesar de su precedencia, o cómo la telefonía móvil lo ha hecho en tiempo récord, a bajo coste y con más ventajas donde no había perspectiva de que lo hiciese por cable; en el ámbito educativo podemos recordar, como mero ejemplo, que toda una biblioteca escolar cabe ya en una memoria USB o que un dispositivo con todos los libros de una etapa escolar incluidos es mucho más barato, y menos limitado, que estos en papel. 


Pero la tecnología digital no para de perfeccionar otras prestaciones que el almacenamiento de información.
La IA, en concreto, se postula hoy capaz de aportar al alumno (y al profesor) lo que ninguna tecnología anterior, ni digital ni otra, había podido: interacción y adaptatividad sin límites, de bajo coste y de calidad notable. ChatGPT no es tan sabio como Sócrates, pero, con limitaciones que debería poder compensar cualquier docente, lo bastante para un alumno como tal y a un nivel suficiente para la escuela; por lo demás, seguirá mejorando y pronto habrá pronto más donde elegir (Bard está a las puertas; GPT-5, más potente, llegará en un año; Microsoft trabaja en Orca, un pequeño modelo que requiere menos potencia y datos porque aprende de los resultados y procesos de ChatGPT, etc.). 
 

La educaciónal menos la institucionalizada– busca un aprendizaje orientado, no al azar ni a capricho, aunque a la vez se quiera libre, abierto y con miras al futuro. La IAG, que hoy representa el estado del arte y llama con fuerza a la puerta de la escuela, surge de modelos masivos de lenguaje que no ofrecen sino un brillante refrito de lo que se les ha hecho ingerir. Dejando de lado otros sesgos repetidamente señalados en el debate sobre la IA, para Iberoamérica es relevante que estos modelos hayan sido preentrenados, entrenados y afinados de manera muy predominante en la lengua y la cultura anglosajonas (o, peor, bajo el filtro autoritario chino). 

De todo ello derivan imperativos adicionales. Primero, reentrenar y ajustar esos modelos para el contexto cultural propio, tarea ciclópea, si no inalcanzable, para una empresa, un sistema o un país de la región, pero al alcance del esfuerzo común de una veintena larga de países que, juntos, superan la décima parte de la población mundial y se comunican en la segunda y la sexta lenguas con más hablantes nativos (de gran proximidad léxica, etimológica, morfológica y sintáctica). Segundo, acercar el diseño de la tecnología digital, particularmente en su interfaz de usuario, a la especificidad y diversidad de las poblaciones y grupos sociales objetivo. Tercero, un esfuerzo especial de capacitación del profesorado, competencia digital incluida, desde el diagnóstico y reconocimiento de los déficits actuales (y no hablo de contingentes ni de ratios, sino de desarrollo profesional) hasta situarse a la altura de la tarea. 

Empeño en el que una entidad como la OEI podría jugar un papel no solo dinamizador o mediador, sino organizador, asumiendo directamente la tarea, con la colaboración de los gobiernos, o impulsando la creación de una agencia, fundación u otra fórmula regional adecuada, para abordar a escala el impulso en desarrollo tecnológico y diseño pedagógico que requiere la insoslayable e inaplazable transformación digital de la educación, con objetivos como la recopilación y curación de recursos abiertos, el desarrollo de plataformas potentes de apoyo o la adopción y adaptación de la inteligencia artificial.