Vuelvo a casa del enésimo acto en que alguien cita el dictum de la consultora McKinsey: "La calidad de un sistema educativo tiene como techo la calidad de sus docentes". No voy a discutir la importancia del profesorado en un ámbito, la escolarización, en el que el colectivo y el individuo gozan de gran poder y consumen tres cuartas partes del presupuesto. Como decía José Martí, "conozco al monstruo porque viví en sus entrañas" (trabajo en una Facultad de Educación), y sé muy bien dónde estaría ese techo, de modo que suscribo plenamente la importancia y la urgencia de reformar de manera radical la formación, la selección y la carrera docentes (como he escrito, p.e., en estos posts: 1, 2, 3, 4, 5 y otros). Tampoco me cuanto entre quienes se indignan por que alguien ajeno al gremio hable de la educación, aunque sea una consultora empresarial; al revés, me alegra salir de la cacofonía habitual. Leo con interés estas y otras cosas de McKinsey, si bien me satura su pretensión de ser "la mayor reunión de talento que ha conocido el mundo" y no olvido que su criatura favorita fue Enron, ni se me escapan sus connivencias múltiples.
Pero el hecho es que la idea del profesorado como techo se ha convertido en una de las más ampliamente citadas, sin duda con la mejor intención. Una búsqueda en Google Scholar indica que la fuente original, el informe de los consultores (de McKinsey) M. Barber y M. Mourshed titulado "How the world's best performing schools come out on top" (habitualmente traducido "Cómo hicieron los sistemas educativos con mejor desempeño del mundo para alcanzar sus objetivos"), aparece citado (hoy), en inglés, 1362 veces en Google Académico (publicaciones que lo citan como fuente, no meros enlaces de Google), más doscientas treinta en español. La primera media docena de enlaces que arroja una simple búsqueda en Google por el título en español, aparte de la propia McKinsey incluye a la Universidad de Córdoba, la web del Ministerio de Educación español y el portal educativo del chileno, los blogs EscuelaInclusiva y NadaEsGratis y la Oficina de Educación Iberoamericana: un elenco relevante y variado.
La frase, "The quality of an education system cannot exceed the quality of its teachers", se atribuye a una autoridad surcoreana, que habría explicado así la importancia de encontrar la gente adecuada para nutrir las filas del profesorado, y aparece cinco veces en el texto, incluidos el título de un capítulo y un destaque, de modo que no es casual que se haya convertido en un motto. También porque enngarza con la idea que tiene McKinsey de todo lo que, en su opinión, funciona bien: ellos mismos, por supuesto, Enron y otros de sus engendros favoritos y, en general, todo lo que quiera sobrevivir en "la guerra global por el talento". (Quienes no piensan eso de sí mismos, por cierto, son los profesores surcoreanos, que en TALIS se declaran entre los más insatisfechos con su propio desempeño.)
¿Por qué se trata de una mala idea, incluso dañina? Mala, simplemente, porque es falsa. Una organización es siempre algo distinto de los elementos que la forman, el todo es distinto que la suma de las partes. Me encantaría decir que el todo es más que la suma de las partes, como muchos han querido entender –mal, creo– en la Metafísica de Aristóteles o leer –mal, con seguridad– en los escritos sobre la psicología de la Gestalt de Kurt Koffka; simplemente, como ambos señalaron, es otro. Dañina porque, al ocultar las posibilidades y los riesgos de la organización escolar, puede hacer mucho daño. Por suerte, los profesores no son el techo de la calidad de la educación, al igual que los dependientes no son el techo de El Corte Inglés ni los jugadores el techo del Barça. La organización, las políticas, el trabajo en equipo, los recursos y materiales, la colaboración con la comunidad, etc. pueden hacer de la escuela y de la educación adquirida en ella algo más y mejor que lo que determinaría la calidad de sus profesores individuales. Por desgracia, la calidad de los profesores tampoco es el suelo, de manera que un ambiente pobre, una política desacertada, una dirección ineficaz, la falta de capital social, etc. pueden hacer de una escuela algo bastante peor de lo que nos haría pensar la simple visión de sus profesores uno a uno. Lo hemos visto todos alguna vez.
La idea del techo (y del suelo) tiene, además, dos inconvenientes adicionales. El primero es que induce a pensar que, si mejorar la educación tiene como límite la mejora del profesorado, la tarea llevará decenios (el argumento también vale para demandar jubilaciones anticipadas, etc., que traerían la renovación, por ejemplo ante el nuevo entorno tecnológico, lo que, aparte de ser un disparate económico, suele salir rana, como le pasó a la II República con la ley Azaña, que en vez de librarla de militares golpistas la dejó sin demócratas, y a la escuela actual con la jubilación LOGSE). Mejorar sustancialmente la profesión docente puede llevar un par de generaciones, pero mejorar la educación no requiere esperar tanto, pues hay otras muchas vías para hacerlo, y no después de estos profesores de hoy sino con ellos.
El segundo es que resulta manifiestamente deudora del tiempo y la visión de la escuela en que esta era básicamente el escenario de la transmisión del conocimiento por el profesor. Pero ya no es así: la tecnosfera y la noosfera que rodean al alumno son hoy incomparablemente más ricas que antaño. Dicho de otro modo, puede aprender mucho más en casa, en la comunidad, en el entorno tecnológico-digital y con sus pares. La calidad del profesorado debe ser la base, el trampolín desde el que, ahí sí, asaltar los cielos.
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