La
aproximación del entorno digital a la educación fue recibida con alarma. Aparte
de otros supuestos peligros se anunciaba una brecha digital, poco menos que una catástrofe sobre todo para
quienes suponen que la escuela es igualitaria o, al menos, meritocrática. Este
supuesto tiene poco fundamento y contiene mucha ideología, pero lo interesante
es que, de comienzos de los noventa (cuando surgieron las primeras
publicaciones sobre la digital divide,
haves y have-nots, inforricos e infopobres)
a hoy, tal brecha se ha cerrado a gran velocidad: ninguna tecnología anterior,
ni general ni de la comunicación, se había masificado, casi universalizado, a
la velocidad de la digital. Compárese la expansión de la informática, internet
o el móvil inteligente, por ejemplo, con la de la radio, el agua corriente o, más
lento aún, la escuela y la lectoescritura. Por supuesto que hay y habrá
desigualdades en el acceso al entorno digital, como a cualquier otra
tecnología, pero la noticia es lo contrario, su velocidad de expansión y su
capacidad de llegar adonde no llegaron las tecnologías a las que sustituye
(piénsese, por ejemplo, en adónde llegan las bibliotecas impresas y las
virtuales, la enseñanza tradicional y el aprendizaje en línea).
Pero
el acceso es solo una parte: la otra es el uso, en el que vemos una brecha de
segundo orden, o secundaria. No es lo mismo utilizar la tecnología para crear
que para consumir cultura, no es igual aprender a programar que tontear en las
redes sociales, etc. Aquí, como no podía ser menos, influye lo de siempre: el
entorno social y cultural, aunque no siempre de la manera prevista. En los
países digitalmente más avanzados se dan por cerradas, en trazo grueso, las
brechas de género, étnica y territorial; no tanto la etaria y generacional,
aunque grupos de edad cada vez mayor van dejando de ser inmigrantes digitales (el tiempo no pasa en balde y los nativos se
acercan ya a la cuarentena). Pero la divisoria más resistente y persistente es
la de clase, en particular la asociada al nivel educativo de los padres. Algunas
investigaciones, muy celebradas por los tecnófobos, que mostraban falta de
relación e incluso una relación inversa entre acceso o uso digital y logro
académico no tienen otro secreto: al igual que ante la lectura o ante cualquier
otra forma de acceso a la información, las familias con mayor capital cultural
están en mejores condiciones de controlar, orientar y acompañar a sus hijos en
el nuevo entorno digital, lo que se traduce en un uso cuantitativamente más
limitado pero cualitativamente más variado y más rico; téngase en cuenta que en
este entorno la industria del entretenimiento es más fuerte y la institución
escolar, en cambio, es más débil.
Y
aquí llegamos a lo que llamo la tercera brecha, la institucional (entre la
escuela y la sociedad) o profesional (entre el profesorado y su público). Hace
un decenio el acceso al entorno digital de los españoles de 15 años era más
amplio y más frecuente en la escuela que en casa, pero ahora es al revés, es
decir, que se ha producido el sorpasso
de la institución por el hogar, tanto en equipamiento como en uso. De hecho,
incluso el uso de recursos digitales para fines escolares es mucho más
frecuente en casa que en la escuela. El problema es que, aun así, los hogares
son muy desiguales, a diferencia de las escuelas que son hasta cierto punto
iguales, por lo que la desidia digital en el interior de la escuela entraña su
irrelevancia a la hora de compensar la desigualdad en el exterior. Esta tercera
brecha no corrige, sí mantiene y me atrevo a decir que incluso refuerza la
segunda, ya que las escuelas tienden a mimetizar su medio.
Por
último, está teniendo lugar otro sorpasso,
este dentro de la escuela misma. Aunque no tanto hoy como hace un decenio, las
escuelas públicas están, en media, mejor equipadas que el conjunto de las
privadas y concertadas, pero estas corren a más velocidad que aquellas. No solo
se acercan en general sino que también abordan proyectos más ambiciosos o más
proyectos ambiciosos tanto en tecnología (1x1, alta velocidad…) como en
pedagogía (fusión de grupos, aprendizaje por proyectos, etc.). Y el secreto no
parece que sea una mayor tradición innovadora, que unos centros tienen y otros
no, sino un contexto externo e interno más favorable: en su exterior, el
incentivo de competir por los alumnos en el mercado escolar, y además entre un
medio algo más acomodado; en el interior, una mayor dedicación del profesorado
y unas direcciones con más capacidad de dirigir.
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