Tribuna y entrevista de ayer, 1/6, en El Correo Gallego
Otra carrera docente, porque esta ya no vale
Se dice que el sistema educativo de una
sociedad vale lo que su profesorado. Esto tiene dos fundamentos: por un lado hablamos
de una institución, donde, a
diferencia de la empresa, el núcleo
operativo es también el decisorio, típicamente una profesión o varias, aquí el profesorado; por otro, es un proceso
muy intensivo en trabajo en el que,
fuera de edificios e instalaciones, el producto depende poco de los medios materiales
(libros, pizarras, etc., aunque esto cambiará con la tecnología) y mucho de los
trabajadores. Por eso es esencial su proceso de formación y selección, así como
sus condiciones de trabajo y su carrera.
Hace un siglo, incluso medio, nuestro
sistema era tan raquítico que cualquier persona que alcanzara un título
superior, o apenas postobligatorio, había pasado por fuerte proceso de
selección y, si venía de clase humilde, de sobreselección. Eso hacía que, en
general (si bien no siempre), los docentes fueran ávidos aprendices, profesionales
comprometidos y entusiastas escolares. Hoy, cuando se ha universalizado un
decenio o más de obligatoriedad (lo que antaño costaba llegar a maestro),
cuatro de cada diez jóvenes acceden a la universidad, en magisterio se entra
con las notas más bajas y se sale con las más altas y el empleo de docente es envidiable
por su salario, estabilidad, horarios y calendario, esa selección no está ya garantizada.
Si añadimos que la carrera docente es plana
(buenas condiciones iniciales e insignificantes oportunidades de promoción), se
dan las condiciones de la selección
adversa, esto es, para que atraiga a los menos ambiciosos en el mejor
sentido de la palabra, o a los peores sin más. No se me malinterprete, ni se
soliviante nadie: antes, durante y después, cada cual es responsable de su
suerte y de su actuación, pero la carrera carece hoy de los filtros adecuados.
¿Qué hacer? Ante todo, mejorar selección y
formación. Que en las facultades de Educación se entre con las peores notas y
se salga con las mejores no es eficacia sino falta de exigencia. A los cuatro
años de magisterio, ayer tres, hay que restar casi uno (ayer medio) que se
lleva el prácticum, lo que reduce su parte académica, vital si han de seguir
aprendiendo toda la carrera laboral. Y el prácticum queda en tierra de nadie, de modo que no se asegura su eficacia como
formación (depende de cada centro o cada mentor de acogida, sin más control) ni
como selección (centros y facultades procuran no molestarse mutuamente y las
notas se regalan).
Primero, hay que establecer numerus clausus en las titulaciones
(magisterio y equivalentes y másteres
de secundaria), razonablemente por encima de las previsiones demográficas de la
demanda, para elevar el nivel de entrada; segundo, reestructurar los planes y
la cultura de las facultades, hacerlas más exigentes, más formativas y
selectivas; tercero, delimitar formación académica y prácticas, la primera para
la universidad, que es lo que sabe hacer, y las segundas en exclusiva para los
empleadores (administraciones y consorcios de la privada).
Lo siguiente es reestructurar la carrera profesional
y las condiciones de trabajo. Vale que la antigüedad tenga un reconocimiento
(eso fideliza), pero no que sea la
columna vertebral de todo: hay que introducir incentivos diferenciales por más
o mejor trabajo y asociar la asignación de destinos a las necesidades y
proyectos de los centros, sólo secundariamente a los méritos y en ningún caso a
la antigüedad ni a pseudoméritos que son lo mismo.
Está bien que el docente tenga independencia
y esté protegido de cualquier arbitrariedad, así como que tenga la perspectiva
de una carrera estable y previsible a cambio de un buen trabajo, pero es un
horror que el funcionario esté blindado contra todo, incluidos el desinterés o
la incompetencia.
Está bien, en fin, que el profesional autogestione
parte de su tiempo, así como reducir horas de aula a favor de las preparatorias,
pero la idea de que se llevan el trabajo a casa ha sido un fracaso: unos lo
hacen, y más, pero otros no, y estos han hecho del empleo de profesor un empleo
a tiempo parcial pagado a tiempo completo, un despilfarro público. Además, la
espantada de los centros fuera de las horas de clase y poco más ha liquidado el
tiempo de relación informal y de proximidad, que es donde se crean y comparten,
entre docentes, el conocimiento profesional y la innovación, además de envenenar
debate sobre los tiempos de los alumnos y llevar los centros la subutilización. El horario y calendario
laborales del docente de infantil a secundaria deben estar en el centro, aun
con toda la flexibilidad necesaria.
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Entrevista por María Almodóvar
Profesor Enguita, estoy segura de que muchos piensan como usted y no se atreven, como usted, a expresarlo. ¿Por qué será?
Hay una idea equivocada de la profesionalidad que deriva fácilmente en corporativismo puro y duro. No es un plato agradable asumir que tus intereses no siempre coinciden con los de la sociedad ni con los de los alumnos, ni aceptar algunos de tus compañeros no dan la talla estando a su alcance. El ambiente de los claustros, si se me permite la ironía, es claustrofóbico, en el sentido en que se usa este adjetivo para los filmes, o sea, cerrado, poco tolerante con la diferencia y la crítica. No falta quien se enfada conmigo por negar la ingenuidad y la santidad de la profesión pero son más los que agradecen que hable claro o me dicen que envidian poder hacerlo.
Leyendo su artículo, parece que cualquier tiempo pasado fue mejor, por lo menos en la enseñanza…
De ninguna manera. Cualquier tiempo pasado fue peor en casi todo, y más aquí, aunque es posible que fuera más sencillo. Y, justamente porque el tiempo era peor, había que ser mejor para ser docente. Hablo, por supuesto, de la media y la moda, del docente típico o del mínimo, porque luego, como en todos los grupos, hay de todo. La cuestión es qué tipo de profesional favorecen las instituciones y las políticas actuales.
¿Debería haber menos universitarios, profesor?
Deberá haber más, pero es una anomalía que, e nuestro entorno, tengamos al mismo tiempo una de las tasas más altas de acceso a la universidad y la más elevada de abandono prematuro, entre otras cosas porque no hemos sabido potenciar las titulaciones intermedias. Con una estructura productiva como la nuestra, con gran peso de sectores de baja cualificación como construcción y hostelería, supone que muchos jóvenes no van a encontrar el título que creían les garantizaría su título; supone sobrecualificación o subempleo, es decir, frustración.
Dice en su artículo que “la carrera carece hoy de los filtros adecuados”. ¿Se ha planteado alguna vez que la vocación puede ser, a veces, un buen criterio de selección, mejor que una nota? No es la primera vez que vemos que los alumnos aprenden con docentes que, en su época de estudiantes, no destacaban precisamente por sus calificaciones…
Es imposible no hacerlo: pregunte a cualquier docente de primaria o infantil por qué lo es o quiere serlo y la respuesta es invariable: “Me gustan los niños”, aunque sería difícil desentrañar qué quiere decir. Pero me temo que a algunos también les gustan, como a cualquiera, o incluso es lo que más les gusta, el horario, las vacaciones, la seguridad en el empleo, la jubilación anticipada, etc. Lo único exigente por lo que pasa hoy un profesor es la oposición, justo lo peor que podemos poner como filtro para la escuela de hoy.
Toca un tema delicado: los protegidos (los funcionarios). Ellos, simplemente, se ajustan al sistema que existe en nuestro país.
El estatuto funcionarial nació para proteger a los empleados públicos de las presiones políticas y de las cesantías cada vez que ganaba el otro partido, pero hoy tenemos una democracia consolidada. En cambio, trabajar en la institución que prepara hoy para el mundo (más) cambiante, incierto, etc. de mañana es incompatible con la impunidad, la inmunidad y la inanidad que puede alcanzar el funcionariado, tanto más si tiene un público cautivo y menor de edad. Lo de “ajustarse” al sistema no me convence: lo podrían decir los defraudadores fiscales, los empresarios del 3%, etc. Creo que una institución más exigente sería también más gratificante para la mayoría del profesorado.
El cambio que usted propone es radical. ¿Lo ve factible en la España de hoy?
Es difícil, pero ya se verá. Lo que no dudo es que es necesario.
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