El pasado 7 de marzo publiqué aquí una entrada sobre la innovación educativa lanzada en varios colegios de jesuitas de Cataluña, la Nueva Etapa Intermedia en que rompen la vieja estructura de etapas y horarios, grupos y aulas, disciplinas y libros de texto. Desde entonces, por un lado, me han llegado multitud de mensajes de diverso tipo al respecto, incluido uno que se repite en diversas formas para decir que tales innovaciones tienen poco de nuevo, ya se han llevado a cabo en numerosos centros públicos y, sin embargo, no han recibido la atención que ahora se da a la iniciativa de los Jesuitas; por otro, he tenido la ocasión de visitar uno de sus centros en Barcelona, donde estuve toda una mañana hablando con los promotores de la experiencia, pude observarla más de cerca y tuve también la oportunidad de intercambiar impresiones con alumnos y profesores.
Puedo comprender cierto fastidio en docentes que han llevado a cabo o conocen innovaciones parecidas y, en lugar de verlas convertidas de la noche a la mañana en un foco de atención profesional, mediático y social, las han visto ignoradas, ninguneadas o incluso perseguidas; a esto se añade la incomodidad de que la iniciativa celebrada venga de una escuela privada, en vez de pública, y confesional, en vez de laica. La vida es dura, ciertamente, pocas cosas son simplemente blancas o negras y, a veces, las buenas ideas surgen donde menos se espera (es decir, donde menos lo esperaba uno). Pero hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, y nadie debería tener problema ninguno ni encontrar incongruencia alguna en saludar la innovación de los colegios jesuitas de Cataluña aunque prefiera y defienda una escuela laica.
Lo cierto es que Jesuites Educació no pretende haber inventado nada. Saben bien que casi todo está inventado y asumen que los cambios que ellos han introducido, al menos considerados uno a uno, ya habían sido propuestos por otros o experimentados antes y ahora. Creo también que ellos mismos están asombrados e incluso un punto alarmados por la atención recibida, que sobrepasa las fronteras geográficas e ideológicas y es tal que les está forzando a limitar encuentros y visitas, a pesar de una clara satisfacción y una buena disposición a franquear sus puertas.
Pero hay elementos que hacen de esta experiencia singular algo especial y explican la atención recibida ahora y la que recibirá en el futuro. En primer lugar, como ya expliqué en el post anterior, Hay que quitarse el sombrero..., tiene una especial significación histórica porque ellos marcaron el comienzo de la institución escolar (tal como la conocemos) y podrían estar marcando ahora su fin (tal como la conocemos), aunque cabría decir que en el inicio fueron una importante causa y ahora serían más bien un importante síntoma.
Cualquiera que termine siendo el valor intrínseco de la experiencia hay otro elemento que le da también una significación especial. Los jesuitas no pueden ser identificados con un MRP, ni con los evangelizadores de las TIC, ni con el profesorado declaradamente progresista, ni con quienes coquetean con la desescolarización... Que sean precisamente ellos quienes dan la vuelta, hasta cierto punto, a la estructura escolar elimina de entrada o, al menos, deja perplejos a sectores que, si la iniciativa hubiera tenido esa visibilidad y ese alcance en la escuela pública, habrían saltado a la yugular de sus autores. Estos dos elementos explican ya de por sí parte de la atención recibida de un espectro muy variado de analistas y medios de comunicación.
A esto se unen dos aspectos intrínsecos que le dan también un alcance espectacular. Primero, el aspecto visual de las experiencia, particularmente atractivo para y a través de los medios gráficos y audiovisuales: variados colores pastel, grandes espacios multifunción, escasas paredes y de cristal, gradas y sofás, alumnos y profesores moviéndose... Segundo, la multidimensionalidad de la iniciativa, que pretende romper a la vez las actuales estructuras espacial (aulas abiertas), temporal (adiós a las unidades horarias), disciplinar (a las asignaturas), comunicacional (a los libro de texto), docimológica (a los exámenes), profesional (equipos docentes compartiendo in situ)...
Pero esta vez quiero centrarme en importantes aspectos que separan, y para bien, esta experiencia de numerosas otras de la escuela pública.
En primer lugar, su dimensión. Arranca en tres centros para la Nueva Etapa Intermedia (y cuatro para la infantil, MOPI), y seguramente se extenderá a otros centros de la orden. Algunos, al menos, son además centros de cuatro líneas, doble que las dos típicas en los centros públicos de primaria. Por lo tanto tiene asegurada una entidad que difícilmente alcanzan las experiencias en la pública.
En segundo lugar, su foco en los dos últimos años de primaria y los dos primeros de secundaria (los que ahora llaman la NEI). Uno de los aspectos más incomprensiblemente ignorados de la ordenación educativa en España es el corte que supone, para dos tercios del alumnado (el de la pública), el paso de primaria a secundaria. La investigación sobre el fracaso escolar indica, sin embargo, que este se precipita en el tránsito a la ESO, aunque sin duda tiene sus raíces en déficits y problemas acumulados pero no reconocidos ni atendidos en la primaria. Pero los colegios privados son completos y los Jesuitas aciertan, creo, al centrarse conjuntamente en esos años.
En tercer lugar, su previsible continuidad. Basada en en gran parte en los dos factores que mencionaré a continuación, podemos estar seguros, en todo caso, de que la experiencia no se verá súbitamente interrumpida por el traslado de algún profesor o el relevo de un equipo directivo, como a menudo sucede, por desgracia, en la escuela pública.
En cuarto lugar, tener detrás el apoyo de direcciones de centro fuertes, implicadas en la iniciativa y apoyadas, a su vez, por el aparato de la Fundación Jesuïtes Educació. Muchas innovaciones en la escuela pública se pierden, resultan enormemente costosas en esfuerzo o simplemente no llegan a iniciarse porque los docentes no tienen el apoyo de sus directores o de sus compañeros, o porque los centros no tienen el apoyo de la administración. Es difícil, duro y arriesgado innovar en solitario.
Pero lo contrario también pasa, no nos engañemos. En quinto lugar, los profesores de un centro privado no pueden desentenderse fácilmente del proyecto de centro. Es verdad que ha habido un largo proceso preparatorio y que la participación es, al menos de momento, voluntaria, pero no lo es menos que en un colegio de los jesuitas parecen impensables actitudes que, en los centros públicos, son el pan de cada día, en particular el enroque de algunos docentes en hacer o no hacer lo que se les antoje en nombre de la libertad de cátedra y ante la impotencia de los demás.
En sexto lugar, los jesuitas cuentan también con cierta ventaja en su relación con la comunidad escolar. Ser lo que son y haber sido elegidos por ello por las familias crea ya una relación de confianza y un sentimiento de unidad de propósito. La Fundación ha tenido mucho cuidado de explicar y dar oportunidades de expresarse a los padres, pero sin duda le ha resultado más fácil que lo que habría sido en una escuela pública, tanto por la receptividad de los padres como por la disposición de los profesores.
Por eso, aunque resulte comprensible cierta sana envidia desde la innovación en la enseñanza pública, no lo es tanto la cerrazón a la hora de entender por qué ciertas iniciativas no prosperan como deberían en ella. El post Los jesuitas, su educación y sus admiradores es un ejemplo de cómo errar el tiro por verlo todo con la lente del funcionariado feliz consigo mismo y enfadado con la sociedad. La iniciativa de los jesuitas, sí, mostraría que son muy listos, pero resultaría más bien un peligro, al ser una buena técnica (de la pedagogía progresista) dirigida a un mal fin (educar a las elites); la atención que le dan sus admiradores, además, sería un clavo más en la idealización de la enseñanza privada y la voladura de la pública. Como todas las medias verdades, estas afirmaciones son en parte ciertas y en parte falsas, pero la cuestión es que las organizaciones y los portavoces, autoproclamados o aceptados, del profesorado de la enseñanza pública (el mencionado post es de La educación que nos une) harían bien abrir los ojos también ante los obstáculos a la innovación, la mejora y la calidad que vienen de lo que muchos de ellos consideran conquistas justas e irrenunciables: la condición funcionarial, la débil selección de los docentes, la impotencia de las direcciones, la falta de controles e incentivos en el trabajo, la opacidad de centros y aulas, la vaciedad de tantos proyectos de centro, la movilidad geográfica siguiendo el escalafón, la presión por reducir calendario y horario laboral o presencial al lectivo, la impunidad e inmunidad del profesor, etc.
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