Ayer, mientras viajaba a Barcelona, preparaba el guión para mi intervención en la jornada Volem Politicas Educatives Locals!, de la Federació de Municipis de Catalunya. Mi argumento, muy resumido, iba a ser y fue que en el sistema educativo, frente al viejo énfasis repartido entre lo macro (el sistema centralizado, la política educativa, ministerios y departamentos y las corrientes pedagógicas con elixir mágico) y lo micro (el profesor enclaustrado en su aula, su grupo, su asignatura, entregado a su librillo o infatuado con la libertad de cátedra), hay que apostar por el nivel meso, intermedio, que puede y debe materializarse en proyectos de centro (pero proyectos reales, abiertos y cambiantes, en colaboración con la comunidad) y en políticas locales (para áreas que no precisan ser las municipales, pues la mayoría son demasiado pequeñas para integrar el conjunto de las enseñanzas no universitarias o demasiado grandes frente a los espacios factibles de la vida cotidiana).
La cuestión es que pretendía ejemplificar esa época pasada en que se pretendía dar una misma forma a la educación de todos, trasunto del one best system taylorista, en hitos de la historia de la educación como fueron, en su momento, los cuerpos nacionales de magisterio, las escuelas normales o, mucho antes, la Ratio Studiorum y De ratione Discendi et Docendi de los jesuitas. Estos planes (rationes) pueden considerarse el más claro y exitoso intento premoderno de regular con carácter uniforme el contenido y los métodos del aprendizaje y la enseñanza escolares, luego emulados por doquier por otras órdenes y en las regulaciones estatales.
Los jesuitas, después de todo, nunca fueron cualquier cosa, menos aún en la enseñanza. Crearon por medio mundo la red más potente de escuelas; hicieron de ellas el brazo armado (cultural) de la contrarreforma católica; educaron a buena parte de las élites donde quiera que fueron; sobrevivieron a su expulsión de media Europa, Japón e Iberoamérica; han sido la principal cantera de la teología de la liberación... No hace falta recordar que sus colegios gozan hoy de una elevada reputación (incluso entre sus adversarios); que suyas son universidades como Georgetown en los EEUU, Sophia en Japón, Deusto y ESADE en España y uno o dos centenares más (según qué se incluya) por todo el mundo. Francis Bacon dijo de ellos, como Agesilaus de su enemigo Pharnabus: Talis quum sis, utinam noster esses, que venía a querer decir: sois tan buenos que ojalá estuvierais de nuestro lado.
Pues divagando sobre eso estaba yo, y navegando por el teléfono, cuando me llegó un tweet de Xavier Martínez Celorrio con la noticia: Los jesuitas (de Cataluña) eliminan las asignaturas, horarios, aulas y exámenes de sus colegios. No voy a dar aquí los detalles, pero pueden consultarse en el proyecto Horitzó 2020, que tiene todos los ingredientes de una transformación radical de la escuela; quizá no de esas que se proponen Negroponte, Kahn o Mitra, pero sí en línea con Prensky, Schank, Gee y otros.
Cierto que nadie es perfecto. No sé todavía qué pensar de su "Nueva Etapa Intermedia". No consta que dejen de ser jesuitas ni sus escuelas, por tanto, de ser confesionales, ni que no vayan a seguir siendo, la mayoría de ellas, altamente elitistas. Pero ahí reside precisamente la bomba: una orden religiosa viene a agitar las aguas estancadas del sistema educativo español y a dar sopas con honda a la escuela pública. Preferiría que hubiera sido al revés, o al menos que hubieran sido unas nuevas escuelas racionalistas, pero... "Transformar la educación es posible", dice el director general de la Fundació Jesuïtes Educació, Xavier Aragay, y en este caso no es mera retórica.
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