La Universidad Complutense tendrá nuevo rector. Lo celebro, pues creo que el mandato de José Carrillo puede resumirse en cuatro años de parálisis –una crisis desaprovechada– adobados con monótonos manifiestos en defensa de la educación pública –meros brindis al sol. Que los problemas y penurias de la Universidad Complutense se deben, además de a la crisis, a la política conservadora de recortes en educación y a la muy particular inquina de la Comunidad de Madrid hacia sus autoridades (que comenzó, y fue incluso más intensa, en el anterior periodo, contra el rectorado de Carlos Berzosa), está fuera de discusión. Pero a esto hay que añadir que el penúltimo equipo de gobierno –del que era parte, por cierto, el ahora próximo rector, Carlos Andradas–, quizá vivió demasiado satisfecho de haberse conocido a sí mismo en la época de las vacas gordas (como se le atribuye haber dicho a Zapatero: ¡Qué bonito es gobernar con superávit!); y, sobre todo, que el último equipo no ha sido capaz de una sola iniciativa proactiva, es decir, encaminada a mejorar las posibilidades de futuro en vez de a mitigar las consecuencias del pasado.
No malgastes nunca una buena crisis (Never let a serious crisis go to waste). Esta cita apócrifa atribuida a W. Churchill, recientemente pasada por H. Clinton o R. Emmanuel y remitida también, como casi todo, a algún proverbio chino, resume bien lo que no ha hecho la UCM en los últimos años. Las crisis profundas obligan a repensar lo que antes parecía indiscutible y ofrecen así la oportunidad de liberarse de viejos corsés. El mismo término crisis, en origen (griego: κρίσις), viene a significar un momento decisivo, de ruptura. En la peor versión evoca la doctrina del shock, de Naomi Klein; en la mejor versión es un momento de oportunidad, aunque sólo sea como reacción a la imposibilidad de seguir como antes, al lema monacal de en tiempos de tribulación, no hacer mudanza, que tiene como versión popular el de virgencita, que me quede como estoy. Emho, la U. Complutense ha desperdiciado cuatro años en los que podría y debería haber afrontado males endémicos en ella como la burocracia, la ineficiencia administrativa, el conservadurismo pedagógico, el igualitarismo a la baja, la falta de incentivos, la endogamia del profesorado, los privilegios corporativos, la desafección estudiantil, los enormes desequilibrios en la asignación de recursos, los nichos de mediocridad, algunos legados del franquismo (como las capillas), etc. El mandato de Carrillo fue de parálisis hacia dentro y retórica encendida hacia fuera: tiempo perdido.
No dejan de ser curiosos los resultados electorales. En 2011 Andradas, vicerrector saliente, no llegó a la segunda vuelta, mientras que Carrillo quedó primero en esta y ganó en la segunda. Parece obvio que Andradas sufrió entonces el desgaste de ser vicerrector y Carrillo ahora el de ser rector. Pero, tanto entonces como ahora, los resultados merecen ser analizados por sectores. Ya entonces Andradas ganó entre el profesorado y ahora lo ha hecho por un margen más amplio; entonces perdió entre los estudiantes y ahora ha ganado; y Carrillo barrió entonces entre el personal de administración y servicios y ahora ha conseguido una amplia mayoría: en este colectivo se invierten las proporciones globales entre ambos candidatos.
Hay que entender no sólo los mecanismos de ponderación del voto en las elecciones universitarias sino también la dinámica de los sectores para entender estas. El mayor peso electoral corresponde, con diferencia, al profesorado. La otra cara de esta preeminencia es que los profesores, típicamente, se dividen entre los distintos candidatos –en formas y proporciones, por lo demás, que sólo en parte responden a la divisoria izquierda-derecha: siempre hay gente de ambas afiliaciones, e incluso de un mismo partido o sindicato, tras diferentes candidatos. El voto de los estudiantes y del personal de administración y servicios (PAS), en cambio, funciona de forma distinta.
Los estudiantes tienen un nivel de participación muy bajo (en estas elecciones de la UCM, representativas en este aspecto, el 10.7% de participación estudiantil frente al 78.8% profesoral –en la segunda vuelta). Ello significa, en la práctica, que cualquier asociación o grupo informal con una mínima capacidad de movilización (digamos, por ejemplo, con la capacidad de movilizar al 2 o el 3% de loe estudiantes, supuesto que el resto vote de manera dispersa) puede tener un peso decisivo en los resultados. Esto permite explicar la atención prestada a especulaciones como la de si Carrillo había o no pactado con Podemos o a la más exótica de si estaría buscando el voto de los estudiantes chinos –unos mil quinientos entre los ochenta mil de la UCM–, pues movilizar a un pequeño grupo puede bastar para ganar en un sector mayoritariamente abstencionista.
Cuestión distinta es la del personal de administración y servicios. Este, cuyo voto ponderado representa el 12% del cuerpo electoral en la UCM y algo parecido en cualquier otra, ha aprendido hace tiempo que, supuesto un profesorado dividido entre los distintos candidatos, un pequeño grupo puede ser decisivo y, por tanto, vender caro su voto. En toda elección a rector, el PAS suele presentar un voto mucho más definido o escorado. En estas últimas de la UCM Andradas gana a Carrillo por 60 contra 40% en general, pero pierde por 44 a 56% entre el PAS. En 2011, el 72% del PAS votó a favor de Carrillo. De hecho, Carrillo llegó a rector gracias al mayoritariamente monolítico PAS y al apoyo mayoritario de una minoría de estudiantes, pese a quedar en ligera minoría entre los profesores.
¿Por qué esta fuerte definición del voto del PAS? Muy sencillo: descontada la división del voto de los profesores, el PAS aprendió hace tiempo que podía vender caro el suyo, un voto bisagra en términos cualitativos a pesar de su limitada importancia en términos cuantitativos. Por eso en cada nueva elección de rector, sea en la UCM o en cualquier otra universidad, cada candidato tiene que sentarse a negociar con los representantes formales o informales del PAS (gerentes, sindicatos y líderes históricos) un intercambio: por un lado, votos; por otro, estabilización y promoción, condiciones de trabajo, ayudas sociales, etc. Por supuesto, el voto del sector nunca es enteramente homogéneo, pero su concentración sobre un candidato siempre es mayor –su dispersión es menor–, a menudo no sigue la tendencia general y a veces decide el resultado.
En este caso, repito, Andradas gana con fuerte ventaja entre profesores y estudiantes y Carrillo hace otro tanto entre el personal de administración y servicios. Lo interesante es el significado profundo de esto. Por supuesto, cabe interpretar que un candidato ha ganado entre el establishment, sobre todo entre el profesorado ya funcionario (con mayor margen que entre el contratado), mientras que el otro lo ha hecho entre lo más parecido a la clase trabajadora. Ni lo comparto ni tengo nada contra el colectivo, tan variado personal y políticamente como cualquier otro y más que ninguno en el plano profesional, pues comprende desde documentalistas o informáticos hasta electricistas y conserjes, así como personal laboral y funcionario, si bien el grueso está formado por administrativos de diverso nivel; ahora bien, si mi único y exclusivo dato sobre los candidatos hubiera sido cuál de ellos contaba con el apoyo mayoritario del PAS, habría decidido de inmediato a quién votar: al otro.
Si hay algo en lo que la universidad, más aun la Complutense, resiste mal la comparación con cualquier gran empresa u organización privada e incluso con la mayoría de otras administraciones y agencias públicas, es en el ámbito administrativo. Procedimientos decimonónicos, toneladas de papel innecesarias, una opacidad recalcitrante, comunicaciones ineficientes y redundantes... todo ello en el templo del saber y de la ciencia, en una institución que podría jugar con ventaja por su dotación tecnológica y humana pero que termina haciendo lo contrario por su resistencia a la innovación. Ordenadores portátiles encadenados a las mesas, correos electrónicos que llegan al mismo destinatario por media docena de vías, densos formularios en papel que podrían ser sustituidos por unos pocos clics en una web, solicitudes y autorizaciones superfluas (v.g., para no dar clase en vacaciones... créanme), inflación de órganos y reuniones... en fin, todo un anecdotario que permitiría resucitar el inolvidable Celtiberia Show de Luis Carandell.
Esto tiene una explicación. La actual revolución en las tecnologías de la información y la comunicación provoca especialmente la transformación y la eliminación de muchas tareas administrativas que antes requerían horas y horas de trabajo medianamente cualificado. En algunos procesos y organizaciones, esto lleva a la supresión de puestos de trabajo; en otros, a su transformación, lo que requiere la recualificación formal o informal de los trabajadores por diversos medios. Una organización forzada a cambiar sus procesos sólo tiene dos opciones (combinables): o cambia de trabajadores o cambian sus trabajadores. En la mayoría de las organizaciones esto produce tensiones, pero los integrantes se esfuerzan por conservar o mejorar su puesto y los directivos pueden adoptar políticas que lo faciliten. La universidad podría sencillamente liquidar una buena parte de sus actuales procesos administrativos, pero las nuevas necesidades y posibilidades en el tratamiento de la información, no solo administrativa sino también para la docencia y la investigación, son de tal entidad que dan para reabsorber al personal actual y más... siempre y cuando se recualifique. Pero el PAS universitario tiene una fuerza inusitada: a la de cualquier colectivo se añaden su condición mayoritariamente funcionarial, su distribución en gran cantidad de dependencias inconexas (que hace muy difícil el control de su rendimiento: de ahí, por ejemplo, la aversión de los secretarios a los pools) y, sobre todo, su decisivo papel de bisagra. Y así coexisten procedimientos nuevos con procedimientos de hace medio siglo, innovaciones y rémoras, para perjuicio de la universidad, desesperación de los afectados y desánimo de la parte más dinámica del propio PAS.
Contra este paisaje, por cierto, es como hay que valorar –y ya lo siento– el penoso apoyo de CCOO de Madrid al ahora rector saliente. No es la clase trabajadora, ni la defensa de lo público lo que se expresa en él, aunque sea eso lo que parece pretender su comunicado del día 11 (que parece más bien un certificado burocrático de buena conducta), sino la resistencia del búnker ante la necesidad y la oportunidad del cambio y la acomodación del sindicato al statu quo.
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