En un trayecto
en metro de apenas cinco estaciones
veo permanecer o pasar por mi vagón un centenar de personas, de las cuales casi
treinta leen algo en sus móviles (y un par de ellos en tabletas y uno en un
ordenador), cinco leen libros y siete hojean periódicos. Yo mismo voy por el
mundo sin papel y lo mismo llevo un bolígrafo que no, pero siempre-siempre
llevo el móvil (aunque hablo muy poco y muy breve por teléfono), que ya es un
miniordenador, y casi siempre, además, una tableta y/o un ordenador. Unos antes
y otros después, unos más y otros menos, pero todos entramos en la Galaxia Internet y con mucha más rapidez
que lo hicimos y que lo hicieron nuestros ancestros, en su día, en la Galaxia
Gutenberg. No sólo cada generación, sino cada cohorte lo hace con más
amplitud y profundidad que la precedente, y, si la anterior mudanza
intergaláctica llevó siglos, esta se resuelve en apenas lustros.
Pudimos entrar
en la Galaxia Gutenberg porque nos
condujo a ella una legión de maestros que dominaba su tecnología, la lectura y
la escritura. Verdaderos expertos, si no artistas, de la caligrafía, la ortografía,
la sintaxis y la escritura en general, así como apasionados de la lectura. La
pregunta es: ¿nos podrán conducir ahora en este nuevo tránsito? Tal como
escribí hace ya más de tres años ("La
infantería de Gutenberg ante la galaxia Internet", Revista de Libros 170), me temo que no,
al menos hasta donde alcanza la vista. De hecho, los indicadores disponibles señalan que el docente español medio no es precisamente un freaky del nuevo entorno digital (lo he tratado en un artículo más reciente: "Aquí no hay química: la difícil relación del profesorado con la tecnología"). Hay muchas razones para que no puedan o no quieran,
pero una de ellas está en su formación, sobre todo en su formación inicial. Si perseguimos la alfabetización
digital de los alumnos hay que empezar por la de sus profesores, pero la
pregunta que me hago hoy se refiere a nosotros, los profesores de los
profesores. En particular, a la mayor Facultad de Educación de España.
Cuando me
incorporé a la Facultad de Educación de la Universidad Complutense, en el curso
2010-2011, decidí utilizar las aulas de informática para los dos grupos de los
que me iba a hacer cargo. Pero llegué cuando prácticamente ya comenzaba el
curso y pensé: "La fastidiamos, son pocas y seguro que las ya
están reservadas a la hora en que las necesito." Pero no fue así... ¿Buena
noticia, o mala noticia? Buena para mí, si no mirase más allá de mis narices,
pero mala para el sistema educativo y para todos, creo.
En la Facultad
de Educación se forman los futuros maestros (grados de Magisterio), los futuros
profesores de secundaria (Máster de Secundaria) y una pequeña gama de otros
tipos de educadores. Contaba en 2012-13 con 5283 alumnos y 337 profesores Un
recuento aproximado sobre los horarios indica que alberga cerca de setecientos
grupos docentes en 2013-14, lo que, teniendo en cuenta que el Prácticum se
concentra en el segundo cuatrimestre, probablemente arroje poco más de
trescientos grupos en este y algo menos de cuatrocientos en el primero. Más que
suficientes, en todo
caso, para que surja un problema a la hora de asignar las
cuatro únicas aulas de informática, que suman 30+20+20+20 = 90 puestos. ¡Pues
nada de eso!
El eficaz (ese
sí) sistema de reserva de espacios de la Facultad permite ver el uso que se
hace de las aulas con equipamiento informático a lo largo del cuatrimestre, que
se reduce a lo siguiente (los escépticos pueden ver aquí las capturas de la web):
·
tres grupos de tres asignaturas cuyo enunciado
mismo sugiere que es un requisito: Tratamiento Informático y Análisis de Datos
en Educación, Matemática Elemental por Ordenador, Tecnologías de Apoyo y TIC en Atención a la Diversidad;
·
dos grupos de Geografía del Máster de
Secundaria;
·
un grupo de Observación y Registro de Datos y
uno de Orientación Educativa y Acción Tutorial;
·
mis dos grupos de este cuatrimestre: Sociedad,
Educación y Estado del Bienestar, y Sociología de la Educación (Inglés).
Los tres grupos
del primer párrafo están donde evidentemente deben estar (aunque uno, que ya ha
visto, por ejemplo, clases de música sin música -no en la Facultad-, tampoco se
sorprendería demasiado si no estuvieran). Los dos siguientes son también
fácilmente comprensibles: es difícil imaginar clases de Geografía sin Google
Earth, Google Maps o Google Satellite (más Streetview, Bing Maps, Ikimap,
Marble, WorldWind, etc., etc.); y están a cargo, conjuntamente, de dos
profesores de Geografía, no de la Facultad de Educación (el Máster de
Secundaria hace que tengamos unas decenas de profesores de otros centros,
especialistas de distintas áreas, que dan clase en la Facultad).
De los otros
cuatro grupos, los únicos que claramente podrían no estar en las aulas de
informática, dos son míos... y los otros dos son impartidos por una misma
profesora, Celia Rosa Camilli, a la que no conozco personalmente pero que ya es
mi heroína pedagógica. Profesora, por cierto, Asociada, lo que, en mi opinión,
aumenta su mérito personal y oscurece un poco más el balance del conjunto.
Por supuesto,
no pretendo que todas las clases deban tener lugar en aulas informáticas. Para
empezar, cualquiera que lea esta entrada y esté un poco familiarizado con el
diálogo sobre las TIC en educación ya habrá pensado que las aulas de
informática son, como tales, una etapa inmadura de su introducción, que lo
deseable es poder utilizar ordenadores y conectividad en las aulas ordinarias.
Así es, pero lamento decir que en la Facultad son todavía lo más plus. Resulta impensable que el conjunto de alumnos utilice
sus propios dispositivos (BYOD, o BYOT), porque ni los traen (si es que los
tienen) motu proprio ni contamos con
la cobertura inalámbrica adecuada (aunque esto ha mejorado mucho, sólo recientemente). Con independencia
de que un profesor baje su presentación de la nube o del portal de la
Universidad, o proyecte un vídeo albergado en la red (las aulas ordinarias sí cuentan todas con ordenadores conectados a un proyector y a la red, aunque
vetustos), el uso generalizado por un grupo-clase de ordenadores y red requiere ir a
las aulas especialmente equipadas. Por supuesto, algunas asignaturas no lo
necesitarán nunca o casi nunca, otras lo necesitarán poco y en la mayoría se
podrá contar con un amplio margen de discrecionalidad, pero me resulta difícil
imaginar que, entre más de trescientos grupos, sólo en cuatro valga la pena
acceder a tecnologías y redes de modo más o menos regular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario