27 jun 2019

Hay que concertar más la escuela estatal y hacer más pública la concertada


(Entrevista con Emilio Díaz y Graciela Oyarzábal en ECM, revista de las Escuelas Católicas, y Madrid Diario)

Incisivo, casi quirúrgico, Enguita primero separa y después ordena la amalgama de conceptos que conforman el tan vital órgano educativo y no le tiembla el pulso en el proceso. Es curioso como, a la luz del quirófano, las partes se comprenden muy lejos del discurso político (impartido en otra clase, en otra facultad), aunque pegadas a su conversación; la tecnología no es una pieza independiente, sino cualidad congénita; e innovar, más que característica, es una función. Volver al aula, para hablar del aula, es de sentido común y clases maestras como esta merecen la máxima atención. Así que: silencio, por favor.
Nueva legislatura estatal, nueva legislatura autonómica… ¿Seguimos pensando en un pacto escolar o nos caemos ya del guindo?
El guindo es creer que el pacto consiste en que los demás “entren en razón”. La educación debe combinar objetivos múltiples, compaginar intereses contrapuestos, mirar al largo futuro y funcionar en un marco cierto y previsible, y eso requiere acuerdos y, sobre todo, compromisos en torno a los desacuerdos. No hay que cejar.
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En confianza: ¿por qué no somos capaces de llegar a un pacto escolar, cuando el conjunto de la sociedad y la comunidad educativa lo vienen demandando con tanta insistencia? ¿Se puede hablar de culpables?
¿En confianza? El problema es más bien la mal llamada “comunidad” educativa. Nuestra clase política está poco hecha a los pactos (lo vemos ahora, con los aparentes del “bipartidismo” como voceros de un frentismo incluso más maniqueo), pero termina teniendo que hacerlos cada día en los órganos representativos. No ocurre así con las asociaciones de intereses. Sindicatos de profesores y asociaciones de familias son más sectarios e ideológicos y están más pegadas a los intereses que defienden que los partidos. Quien no lo crea, que lea las 82 comparecencias en la Subcomisión del Congreso para el fallido pacto.
¿Cabe hablar de innovación educativa o nos hemos cargado el término? ¿Lo hemos dado de sí? ¿Empieza a haber humo detrás del concepto?
Si nos lo cargamos tendremos que inventar un sustitutivo de inmediato. Nuestro mundo, grande o pequeño, cambia cada vez mas rápido y preparar para él requiere responder al cambio. Por supuesto que puede haber humo tras la palabra “innovación”, como tras cualquier otra convertida en meme, como “calidad”, “equidad”, “elección”, “integral”, “inclusión” y un interminable etcétera. En un mundo que cambia, la educación tiene que anticipar. Quien no lo entienda, que se busque otro empleo. Lo importante es no quedarse en la superficie (este contenido, esa actividad, aquella aplicación, etc.) sino llevar la innovación al corazón mismo de la educación, de la escuela, que no es otro que la estructura cotidiana del aula.
Tecnologías: ¿seremos capaces de usarlas con criterio? La tecnología educativa ¿es sustantivo o es adjetivo? ¿Es un medio o es un fin?
Tecnología son ya el libro, la pizarra, la escritura, la gradación por cursos y el aula misma, como lo son el frigorífico, el grifo, la suela del zapato o el ayuntamiento…, sólo que no llamamos así a lo que ya nos resulta familiar porque crecimos con ello. La escuela es toda tecnología, en su materialidad y en su organización, no hay nada natural en ella y muy poco que sea espontáneo. La cuestión es qué tecnología: ¿la que adoptaron o diseñaron los monjes entre los siglos XVI y XIX y universalizaron las burocracias escolares del XIX a hoy, o la que posibilita y exige el nuevo ecosistema informacional (digital) en el que ya estamos, más aun nuestros hijos y alumnos? La tecnología no es ni un medio ni un fin, como no es buena, ni mala ni neutra (la 1ª Ley de Krantzberg): la tecnología es la columna vertebran del ecosistema, sea social-informacional o escolar. Cuando alguien se pregunta si tecnología sí o no, ya empieza mal.
Volvamos a cuestiones políticas: ¿hoy en día tiene sentido seguir hablando de educación con apellidos? ¿Hay educación más allá de los consabidos “público/concertada”, “clase de religión”, “colegios separados por sexos”,  etc?
Son apellidos son más bien de la escolarización. Una escuela pública puede ser segregadora y una concertada ser igualitaria; un aula diferenciada puede ser feminista y una mixta incorporar y transmitir todo el sexismo del mundo; la religión no necesita una “clase” y en cualquier clase se puede ser fundamentalista, etc. Pero, donde digo “puede”, debería añadir: “aunque no es lo más probable”. La enseñanza obligatoria debe tener como centro el laos, lo que es de todos; la escuela, que además de enseñanzas lugar de cuidado, puede albergar muchas más cosas.
Es verdad que la legislatura acaba de echar a andar, pero ya conocemos algunas propuestas educativas del nuevo Gobierno y, en particular, el anteproyecto de ley promovido por el Gobierno anterior: ¿qué le sugiere? ¿Podría atreverse a hacer alguna valoración?
¿La LOMLOE? Creo que hay que verla más bien como un acto de campaña electoral. El nombre mismo quiere ser conciliador (LOM, de LOMCE, más LOE), aunque el contenido parece más dirigido hacia los posibles aliados parlamentarios del PSOE (activos, como P’s, o pasivos, como los nacionalistas). El punto de partida para una nueva ley deberían ser la LOE (que apoyaron todos menos el PP, incluidas FERE, etc.), las negociaciones para el pacto fallido bajo Gabilondo y los trabajos de la Subcomisión por el Pacto del Congreso.
Una de respuestas rápidas: ¿Deberes escolares? ¿Centros de Educación Especial? ¿Jornada continua / jornada partida? Exámenes extraordinarios: ¿junio o septiembre? ¿Móvil en el aula?
Deberes. La escuela no debe colonizar la vida familiar, y menos convertir a los padres en auxiliares. Sí que puede y debe orientar sobre las fortalezas y debilidades, oportunidades y carencias del alumno, y los recursos en la comunidad o en la red. Las tareas escolares deben hacerse en la escuela, sea en el aula o fuera de ella, con el docente o con tecnología interactiva...
Jornada. La que decidan las familias de cada nueva cohorte en cada ciclo o etapa. Los profesores no deben intervenir; es poco ético hacerlo desde una posición de preeminencia y poder, confundiendo un conocimiento que no tienen (aunque crean lo contrario) con su interés en un horario privilegiado. Y cualquier centro podría permitirse hoy combinar las dos jornadas e incluso horarios flexibles: negarlo es una declaración de incompetencia, y el prestigio se resiente.
Exámenes. Yo siempre he creído en el examen final como defensa (no alternativa), a veces necesaria, contra la “evaluación continua” y en septiembre como una segunda oportunidad. Pero el primer problema es esa “constante macabra” que lleva al profesor medio a suspender a uno por cada tres a cinco alumnos, en cualquier lugar y a cualquier edad. De ahí nuestras altas tasas de “fracaso” adjudicado y, por ende, de “abandono” forzoso.
Móvil. Por supuesto: es una herramienta espléndida para la información y el aprendizaje. El problema es que no se le puede dar al profesor ya capado, domesticado y atontado, como se hizo con el libro de texto y escolar, sino que tiene que integrarlo él mismo en el ecosistema del aula y en el más amplio de la sociedad digital
¿Hay futuro? ¿La escuela pública tiene futuro? ¿Y la concertada?
Alguna tendrá que tenerlo, ¿no? Seguramente las dos, hasta donde alcanza la vista. Hay que “concertar” más la escuela estatal, con el público al que atiende y con la sociedad, lo que quiere decir más transparencia, rendición de cuentas, proyectos de centro reales y profesores responsables de sus actos. Y hay que hacer más “pública” la concertada, asegurando un reclutamiento sin (auto)segregación y deslindando la enseñanza y la formación del ciudadano de la educación en las creencias de la familia, aunque puedan convivir bajo el mismo techo.

1 comentario:

  1. Me cuesta demasiado encontrar una respuesta adecuada que justifique la conciliación de la escuela pública y la escuela concertada. Al fin y al cabo la bicefalia que sufre la educación proviene fundamentalmente de una imposición política engendrada en el pasado que se proyecta en la actualidad. Si ese pasado no hubiera posibilitado el reforzamiento de determinados intereses ideológicos y comerciales sobre la educación, lo probable es que hoy no sería algo relevante. En cualquier caso, al igual que sucede en otras esferas, si hablamos de optar entre lo público y lo privado, me inclino por la hegemonía de los primero porque es lo que responde a la verdadera inclusión y que en el caso del sector privado funcione de manera autónoma desde el punto de vista económico y se destierre la falacia de que responde a la libertad de elección de las familias.

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