¿Por qué un profesor con cuarenta, treinta, veinte, diez alumnos? ¿Por qué esta eterna insatisfacción en torno a los ratios alumnos/profesor? Resulta estomagante oír una u otra vez, de forma machacona, que necesitamos más recursos. Sin duda sería bueno tenerlos; sin duda es perentorio en ciertos contextos; sin duda la educación es uno de los mejores fines a los que pueden dedicarse. Pero lo cierto es que, cuando oigo y vuelvo a oír la cantinela de que el problema (o la solución) no es otro que la falta (o el aumento) de recursos en la educación no puedo evitar recordar un viejo gag del humorista Pedro Ruiz que parodiaba los anuncios de los cultivadores de café de Colombia, y a su habitual personaje Juan Valdez, con la idea delirante de que, en aquellos cafetales, cada cultivador se ocupaba personalmente de un único grano, mimándolo (lo llevaban incrustado en la frente) desde la planta hasta la taza. Después de todo, el padre de la pedagogía moderna, Jean-Jacques Rousseau, expresó sus ideas a través de una ficción tomada quizá demasiado al pie de la letra, su Émile, en la que un preceptor (Jean-Jacques) se ocupaba de un único pupilo (Emilio).
En su libro The One World Schoolhouse -Education Reimagined, Salman Khan, el creador de la revolucionaria Khan Academy que ha derivado en en el aula inversa (flipped classroom), propone "mantener las ratios estudiantes/profesor, pero fusionando grupos". Khan considera deseable contar con más recursos (habla de mantener las ratios porque discute la propuesta de aumentarlas) y se detiene en particular en la idea de reunir en un grupo único a alumnos de distintas edades con una organización que les permita aprender a su propio ritmo), pero lo que tiene en mente, sobre todo, es que enseñar es un deporte de equipo. Por el contrario, dice, el aula convencional convierte la enseñanza en uno de los empleos más solitarios del mundo, sin oportunidad alguna de ayuda, consulta, apoyo... El aula con un profesor tiene muchas menos posibilidades técnicas que el aula con varios que pueden dividirse el trabajo, reforzarse, contrastar, representar roles opuestos, rotar, tomarse un respiro, evitar la disrupción de las sustituciones, etc.
El Horitzó 2020 de los Jesuitas de Cataluña, del que tanto vengo hablando últimamente, ha hecho en su Nueva Etapa Intermedia (los dos últimos años de de primaria y los dos primeros de secundaria) precisamente esto. Han fusionado estrictamente los grupos de dos en dos. Además, con las ratios ya existentes (1.5 profesores/aula en el ciclo superior de Primaria y 1.45 en el primero de la ESO, contando la llamada 6ª hora) y un poquito de esfuerzo han podido contar con tres profesores por grupo, lo cual da una enorme variedad de posibilidades. De hecho, unifican los grupos de dos en dos, lo que también permite tirar la pared que separa dos aulas e incluso recuperar algo de los espacios de tránsito (de los pasillos) pero los coordinan, si pueden, de cuatro en cuatro (era el caso en el centro que visité, anteriormente de cuatro líneas). Todo ello se traducía en un ambiente enormemente más flexible y en el que, en un momento dado, por ejemplo, una maestra acompañaba a un grupo, otra atendía a un alumno individual y otra preparaba las instrucciones que momentos después explicaría con un discreto amplificador.
Comparto al cien por cien el diagnóstico de Khan sobre la soledad del docente (traté de ello aquí). De hecho, la falta de consejo y de retroalimentación es una de las lamentaciones más frecuentes entre los docentes españoles (véase TALIS 2009 y TALIS 2013). Sea cual sea N, 2 profesores junto con 2xN alumnos están más confortables, trabajan mejor y tienen muchas más posibilidades que 1 profesor con N alumnos en un aula y otro tanto en el aula vecina; juntos son más que una suma y mucho más que una yuxtaposición (por eso me he permitido parafrasear libremente, en el título, un par de estrofas de un poema de amor de Benedetti); y si son tres, con mayor razón. Cuando visité el centro de Jesuïtes Sant Gervasi / Escola Infant Jesús me apresuré a preguntar a varias profesoras, una a una, cómo vivían la experiencia de compartir el aula, acostumbradas como habían estado hasta entonces a ser dueñas y señoras únicas cada una de la suya. Yo daba por sentado que compartir es mejor, pero presumía que la adaptación no habría sido fácil. Sin embargo, las respuestas que obtuve fueron taxativas: por supuesto que trabajar juntas requería cierto aprendizaje, pero eso no era nada al lado de los beneficios, la tranquilidad y la seguridad que proporcionaba. Y algunas añadieron con entusiasmo: no ya de tres en tres, sino de seis en seis (es decir, en coordinación con otro grupo similar y colindante).
La fórmula no es propiamente un nuevo invento, pues ha sido experimentada, con resultados bastante satisfactorios, en numerosas escuelas, desde los Estados Unidos a Australia. En España se ha planteado en ocasiones, aunque contadas, como una alternativa a los desdobles (Teixidó y GROC, 2008), lo que no es exactamente lo mismo pero se parece o se podría parecer. Por supuesto, más de un profesor de primaria o secundaria estaría más que dispuesto a contar con un asistente, como sucede en parte de la educación infantil, pero esa es otra historia. Y no se dude que la simple autorización de fundir grupos llevaría en la práctica a que más de un tándem de docentes optase por la fórmula más sencilla de división del trabajo: uno en el aula y otro en la cafetería, por turnos. La docencia colaborativa, o como se quiera denominar, en particular el aula compartida, ofrece enormes posibilidades de organización, diversificación y personalización, apoyo mutuo, etc., pero requiere asimismo una orientación y unos protocolos claros, un inequívoco compromiso profesional y con el trabajo en equipo y una dirección alerta. Pero vale la pena intentarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario