En un sentido amplio, todo el mundo trabaja, incluidos el empresario, el ama de casa, el niño que saca a pasear al perro, etc., y todo el mundo tiene una profesión, si se entiende por tal su ocupación remunerada habitual, o cualesquiera estudios especializados, o incluso ser "estudiante" o realizar "sus labores", como en el antiguo DNI. Pero en un sentido más restrictivo consideramos trabajadores sólo a aquellos que obtienen parte esencial de sus ingresos de su propio trabajo, o incluso de un trabajo por cuenta ajena, y consideramos profesionales a quienes desempeñan una ocupación que tiene como requisito la posesión de cierto conocimiento poco habitual, o de una supuesta acreditación del mismo, o incluso a los integrantes de una lista limitada de ocupaciones.
Referidos a un individuo, los calificativos de trabajador o profesional pueden señalar puramente a la cantidad o calidad de su trabajo; referidos a un colectivo lo hacen, sobre todo, a su estatus social. Por eso no es indiferente cómo se designa a un colectivo, o cómo se designa este a sí mismo. En otros lugares he defendido, sobre la evolución de la institución escolar y de la profesión docente en España, que esta había pasado de identificarse con el concepto de trabajador de la enseñanza a hacerlo con el de profesional de la educación como parte del cambio de énfasis de una estrategia de usurpación a una estrategia de exclusión (p.e. aquí: 1, 2, 3, 4, 5). La primera, propia de la transición política y centrada en arrancar competencias a todo lo que estuviera por encima del profesor (las administraciones, las autoridades educativas, la inspección, la dirección) requería el apoyo y se servía para ello de una autodefinición, trabajadores, que sugería comunidad de intereses o, al menos, paralelismo y equivalencia de las posiciones. La segunda, propia de la consolidación corporativa, consiste en mantener a raya y/o en posición subordinada a cualesquiera otros grupos que quieran tener una voz sobre la educación (en particular al público, o sea padres y alumnos, y a otros grupos profesionales, por ejemplo trabajadores sociales, educadores de calle, psicólogos, etc.) y se sirve para ello de otra autodefinición, profesionales, que sugiere la posesión de un conocimiento y una jurisdicción exclusivos y, por tanto, una diferencia jerárquica entre el experto y el lego.
Para sostener esto me apoyaba simplemente en evidencia anecdótica, aunque relevante, sobre el uso de ambas denominaciones en pronunciamientos colectivos públicos, alguna encuesta (de valor limitado) sobre autoconcepto, publicaciones del gremio y la simple experiencia personal. Los n-gramas que siguen (se pueden reproducir o modificar las búsquedas aquí) permiten una constatación aplastante de esta evolución y no sólo en España sino en el mundo mundial. Se trata simplemente de la cantidad de referencias que se arroja una búsqueda por los términos considerados, para un periodo dado, en Google Books (las fechas asignadas son las de edición de las publicaciones halladas).
Si alguien se ve tentado de pensar que el cambio de denominación responde a un cambio real en el contenido de la profesión debería considerar antes dos cosas: la formación del profesorado es la misma al principio que al final del periodo (maestros diplomados y profesores de secundaria licenciados (el grado de cuatro años de los primeros y el máster de los segundos apenas ahora empiezan a entrar en las aulas, o sea que ni siquiera lo habían hecho en el periodo que abarcan los n-gramas (llegan hasta 2009).
Lo que ha cambiado es más bien el modo en que los docentes se refieren a si mismos y en que lo hacemos a ellos quienes, desde la universidad o desde algunas otras instancias, interpretamos su realidad (a menudo, aunque está feo señalar y no lo haré, como simples intelectuales orgánicos, es decir, como voceros más o menos sofisticados, pero voceros al fin y al cabo, del colectivo).
Por lo demás, no es un fenómeno español sino común a otros pagos. He elegido buscar por enseñanza o educación según me pareciera más adecuado en cada lengua, pero comprobando a la vez que los resultados con la otra opción son prácticamente iguales. Lo único propiamente español es que el divorcio entre la autopresentación como trabajador y como profesional empieza un poco más tarde que en francés y bastante más tarde que en inglés, sin duda porque la consolidación de la profesión es más reciente y requirió en un primer momento (la transición a la democracia) alianzas con otros sectores.
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