Hace un par de semanas, en su evento anual Think, IBM escenificó un nuevo hito de Watson, su sistema de inteligencia artificial. Watson es el escalón siguiente a Dep Blue, el ordenador de la misma compañía que en 1997 venciera en el tablero de ajedrez al campeón mundial, Garri Kasparov. Esta vez Watson, que ya había ganado a Ken Jennings y Brad Rutters en el concurso Jeopardy! (como ganar a “Los Lobos” en Boom!), se travistió de Project Debater para competir en oratoria con Harish Natarajan, un británico participante y ganador habitual de este tipo de concursos con el récord de victorias.
El tema a debate era una eventual propuesta de ley para subsidiar la educación infantil, con el ordenador a favor y el humano en contra. Fue organizado por Intelligence Squared, empresa especializada en debates y otros eventos culturales en directo, y moderado por el prestigioso periodista John Donvan. Los concursantes tuvieron quince minutos para preparar el tema (antes no sabían cuál sería ni tenían pista alguna), dos rondas alternas de cuatro minutos cada uno para argumentar su posición y otra final de dos minutos para resumirla. El público, de ochocientas personas, fue encuestado al respecto antes y después del debate y se le preguntó además cuál de los contertulios le había parecido mas instructivo. Debate mediante, los partidarios de la financiación pasaron del 79 al 62%, los opuestos a ella del 13 al 17% y los indecisos del 8 al 21%. Fue, pues, el humano quien ganó el concurso, convenciendo a más gente de la inconveniencia o haciéndoles dudar de la conveniencia de subsidiar la educación infantil; en contrapartida, no obstante, las intervenciones del ordenador fueron consideradas más instructivas por el público (“enriquecieron mejor su conocimiento”, literalmente), según declaró el presentador, aunque no dio a conocer cifras.
Quien quiera ver el video del debate podrá juzgar por sí mismo si la decisión fue justa (las intervenciones de Watson, en particular, comienzan en las marcas de tiempo 11:40, 24:35 y 37:40). Yo también creo que el humano fue más sutil y acertó mejor a identificar los puntos débiles de la argumentación de su contrincante, pero por la mínima. En el otro lado de la balanza no cabe dudar que éste despertaba poca empatía con su aspecto de monolito negro de Kubrick, su voz de surtidor de gasolinera y su falta de entonación emocional y de lenguaje corporal (habría sido más justo si su intervención hubiera sido leída por un actor sin el público supiera quién era quién). Lo impresionante, en todo caso, es la consistencia del discurso de Watson, su capacidad de reunir hechos, fuentes, razonamientos lógicos y argumentos morales en una argumentación coherente –y partiendo de cero– que ya quisieran muchos de nuestros congéneres. Quien lo dude, que lo vea.
Aunque el marco formal de la demostración fuera esta vez un concurso de retórica, la información y las capacidades necesarias para ello son las mismas que para preparar una lección. De hecho, IBM tiene en fase experimental un proyecto más discreto, Teacher Advisor, en el que el profesor especifica el curso en que enseña y el tema a preparar y la aplicación le ofrece lecciones, pruebas, actividades y estrategias que puede rápidamente ver y elegir: el bien conocido acceso a recursos abiertos pero guiado por inteligencia artificial. Lamentablemente no es todavía accesible desde fuera de los Estados Unidos.
Aunque el marco formal de la demostración fuera esta vez un concurso de retórica, la información y las capacidades necesarias para ello son las mismas que para preparar una lección. De hecho, IBM tiene en fase experimental un proyecto más discreto, Teacher Advisor, en el que el profesor especifica el curso en que enseña y el tema a preparar y la aplicación le ofrece lecciones, pruebas, actividades y estrategias que puede rápidamente ver y elegir: el bien conocido acceso a recursos abiertos pero guiado por inteligencia artificial. Lamentablemente no es todavía accesible desde fuera de los Estados Unidos.
Watson es también parte del árbol genealógico de Jill Watson, como su apellido indica. Jill era una de las ayudantes en el curso en línea de Inteligencia Artificial impartido por el profesor Ashok Goel, en la prestigiosa Georgia Tech. Como tal tenía encomendado atender (vía chat) las dudas de los estudiantes sobre cualquier aspecto relativo al curso y llegó a ser bastante popular, hasta el punto de que uno de los estudiantes quiso proponerla como profesora ayudante del año… sólo que ella era artificial, un chatbot alimentado por el software de IBM Watson, y los estudiantes (¡de IA!) no lo percibieron. Cierto que no respondía a todo, sino que dejaba las preguntas más difíciles o humanas a sus compañeros de carne y hueso. Esto fue en 2016. A partir de entonces, los estudiantes saben ya que hay assistants de software y de wetware y hay un concurso para adivinar de qué es cada uno. Menos sorpresa, pero Jill sigue progresando.
Convertirse en roboprofe o ser sustituido por un profebot es parte de las pesadillas de muchos docentes, que no comparto. Hasta donde alcanza la vista, al menos la mía, no creo que ordenadores ni robots puedan sustituir por ahora a los profesores (aunque, como decía precisamente Arthur C. Clarke, “si un profesor puede ser sustituido por un ordenador, merece serlo”). Creo que no tardaremos en ver la inteligencia artificial expandiendo la del profesor en su trabajo cotidiano, como en otros muchos ámbitos profesionales. De hecho, si tarda será menos por inmadurez de la IA que por las limitaciones o los miedos de la IH, de la inteligencia humana. Mientras tanto, ya me gustaría a mí contar con una réplica de Jill para atender las dudas de los estudiantes o con una Project Lecturer para preparar clases y conferencias. A ver si llega.
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