Zoom Social 02/2017 (Introducción), Fundación Alternativas
El mundo educativo presenta una resistencia a
la incorporación al ecosistema digital que contrasta con su velocidad de
expansión en el trabajo, el hogar, el ocio o la política. Esta resistencia
deriva de la desconfianza hacia cualquier medio que no sea el medio escrito, en
torno al cual gira la escolaridad, pero también de una pretendidamente
necesaria resistencia a sus posibles efectos antiigualitarios. Las tecnologías
de la información y la comunicación, los nuevos medios digitales, etc, no solo
serían el objeto de negocio de poderosos actores industriales sino también una
avanzadilla de la mercantilización de la enseñanza y el ariete de nuevas desigualdades.
Esta alarma se ha expresado a menudo en la
idea de una brecha o fractura digital que separaría a inforricos de infopobres, a los que tienen de los que no, etc., una división
binaria dañina para la infancia y la adolescencia en una sociedad ya desigual y
más en una época de crisis y recorte del gasto. Los datos, sin embargo,
muestran que la brecha en el acceso
no es tal, no es una división binaria, sino una desigualdad muy gradual, y que
se cierra más rápido que para cualquier otra tecnología anterior, y mucho más
que para las vinculadas a la educación (como la escritura y el libro, o la
escuela misma, que necesitaron milenios o siglos).
Por el contrario, lo que se abre es, más allá del acceso, una grave brecha en el uso, en la capacidad de utilizar y aprovechar para el desarrollo personal y social propio y ajeno las capacidades del nuevo entorno o, al contrario, verse reducido a su recepción pasiva como consumo, entretenimiento e incluso manipulación. Esto se revela en datos más pormenorizados sobre la variedad de usos y sobre los usos más complejos. Entonces encontramos una fuerte desigualdad asociada, sobre todo, al nivel de estudios, que parece aumentar, y a la edad, que persiste pero disminuye.
Precisamente es la mayor diversidad y
flexibilidad del ecosistema digital lo que, al hacer que cada persona dependa
más de sus propios recursos culturales, y por tanto del capital cultural del medio familiar y la comunidad próxima, genera
el mayor riesgo de desigualdad. La respuesta a este potencial de desigualdad en
la sociedad debería ser, como lo fue ante la llegada del medio escrito e
impreso, la escuela, pero todo indica que, al menos de momento, no va a ser
así.
La lentitud de la integración de la escuela en
el ecosistema digital (o viceversa, tanto da) condena a una posición de neta
inferioridad en éste a los individuos y familias peor situados. No solo eso,
sino que, después de un arranque en el que la escuela pública, mayoritaria y
con un alumnado de estatus socioeconómico algo inferior al de la privada y
concertada, comenzó con un nivel de equipamiento claramente superior, los
indicadores sobre los usos del mismo parecen apuntar a que ésta está haciendo un uso más
intensivo y más vinculado a las actividades propiamente de educación y aprendizaje.
En suma, que apunta el riesgo de que la propia institución escolar, en vez de
compensar las desigualdades en el ecosistema digital que la rodea, las
reproduzca e incluso las refuerce.
Considero que en los últimos años hay un gran avance con respecto a la digitalización dentro de la comunidad educativa, pero por supuesto aun hay mucho trabajo por realizar sobre todo por pate de las instituciones educativas y de los poderes políticos que deben favorecer y hacer realidad estos propósitos.
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