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La desigualdad en las oportunidades de acceso de las
distintas clases sociales a la educación, y en particular la desventaja de los
hijos –de un sexo y otro– de la clase obrera ante y en la institución escolar,
fue uno de los temas prioritarios de la sociología en los sesenta y setenta del
pasado siglo, cuando las ciencias
sociales se recuperaban tras la guerra y la dictadura y la sociedad española, en
rápido desarrollo económico, demandaba más y mejor escolarización. Ello trajo una
gran expansión del sistema educativo, sobre todo con la Ley General de
Educación de 1970, los Pactos de la Moncloa de 1977 y el aumento del gasto
público en el primer decenio socialista. La educación obligatoria y de oferta
obligatoria –el conjunto de las enseñanzas no universitarias– se amplió en
términos formales y se universalizó en términos reales, y la universidad multiplicó
sus efectivos por veinticinco en menos de medio siglo.
En tal contexto, la escolarización de cualquier generación sería
percibida como claramente superior a de la anterior (aunque sólo fuera movilidad horizontal, esa marea en la
que todos los barcos suben pero sin que cambie su tamaño relativo). Por otra
parte, la terciarización trajo la reducción numérica y política de la clase
obrera industrial (y en particular de sus núcleos clásicos en la minería, la
industria naval, la metalurgia y la automoción).
Ante todo, la clase obrera hizo suyos los ideales escolares
de las clases medias. En los setenta, autores como Baudelot y Establet (La escuela capitalista en Francia) o,
entre nosotros, Fernández de Castro (Reforma educativa y desarrollo capitalista)
rechazaban la idea de que la clase obrera debiera asumir como objetivo la
movilidad social individual, pero esas eran cosas de y entre sociólogos. En una
etapa de rápido crecimiento, la educación fue vista por las clases populares,
cada vez más. como el instrumento por excelencia de movilidad y progreso
individuales, el ascensor social
abierto a todos. Estudia, hija, si
quieres llegar a algo.
El último número de la RASE -vol. 7(2)-
contiene una monografía, coordinada por Enrique Martín Criado,
profesor de la UPO, que bajo el título Clase Obrera y Escuela, viene a plantear
una sencilla pregunta: ¿de qué le ha servido a la clase obrera apostar por la
escuela? Tres de los artículos, sobre la evolución del capital escolar de la
clase obrera, (Martín y Bruquetas), los efectos perversos de la participación
familiar (Alonso) y la rentabilidad de su "inversión pedagógica " (Pérez
Sánchez , Betancourt y Cabrera) exponen que su adhesión los valores y las
reglas del juego escolar no ha sido recompensada, porque el terreno está
marcado a favor de la clase media, contra la que juegan en inferioridad de
condiciones. Me trae a la memoria un argumento de Julia Varela, quien ya en
1991 planteó que las pedagogías blandas y psicologizantes de la LOGSE estaban
hechas a la medida de las nuevas clases medias ("Una reforma educativa
para las nuevas clases medias", Arhipiélago
6, 65-71).
En otro artículo de la misma monografía, Martínez García
pone cifras a cómo, tras disminuir durante dos decenios. la desigualdad de
oportunidades aumentó drásticamente en el primer decenio de aplicación de la
LOGSE. Hoy, después de que en la década pasada el fracaso llegase a tres y el
abandono prematuro a cuatro de cada diez alumnos, es difícil no indignarse ante
una reforma que liquidó la FP1 dando por sentado que todo el mundo tendría
éxito en la ESO pero no hizo nada efectivo para lograrlo, dejando a los
perdedores en la estacada, fuera del sistema. La introducción de Martín Criado
al conjunto y su artículo con Río y Carvajal inciden precisamente en cómo, tras
la retórica de la comunidad educativa y de los avances pedagógicos, las
pedagogías dominantes han oscilado de un extremo a otro, pero situando siempre
a la clase obrera en el lado malo, y han llevado a los colectivos peor
adaptados a una dinámica circular de desencuentro con la institución.
La clase obrera sigue ahí: sigue existiendo, aunque venida a
menos, y sigue en gran medida donde estaba, aunque se le había prometido más.
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