Copiar, soplar, la
chuleta, han sido constantes de la
enseñanza, pero el plagio en la universidad es otra cosa. En primaria y buena
parte de la secundaria el alumno es menor, va obligado y es sólo uno más, pero
el universitario es ya adulto, ha elegido estudiar y lo que estudia y lo ha
hecho para entrar en el mercado de trabajo por la puerta grande, como
profesional. El día de mañana sus clientes, su público o la ciudadanía
confiarán en ella o él como funcionario, periodista, médico... Nadie pretende
que sea un genio, pero sí que actúe con criterio. Por eso el plagio es
inadmisible en un estudiante. No se me escapa que, en el entorno digital y en la universidad, el problema implica otros muchos aspectos, entre los cuales la construcción colaborativa del conocimiento, el uso de internet, la sustitución en la propia docencia de las fuentes originales por refritos ni siquiera siempre reconocidos, etc. pero ahora sólo quiero ocuparme del acto en sí como violación voluntaria de una norma y de la tibia respuesta al mismo.
Pueden aducirse diversos motivos contra el plagio. Uno son los
derechos de autor, mal llamados propiedad
intelectual, pero esos no me interesan ahora, pues creo que están más bien
sobreprotegidos y no se ven vulnerados por el plagio estudiantil (aunque CEDRO
cobraría a los estudiantes si pudiera). Otro es el reconocimiento, algo que
todo ser humano busca pero mucho más en el ámbito académico e intelectual,
donde normalmente se acepta de buen grado dar y compartir, en una suerte de
economía del don y del procomún, pero con el prestigio de la autoría como sustituto
de una compensación económica directa e incluso reclamo de otra indirecta. Un
tercero es el simple progreso del conocimiento: si quiero saber más sobre una
idea necesito saber de dónde viene para poder ampliar mi información. Además,
en un contexto de sobreabundancia de información, la especificación de las
fuentes elegidas es una condición necesaria para valorar su veracidad.
Pero, cuando llegamos al plagio universitario, la cuestión
esencial es la capacidad y la honestidad. Quiero estar seguro de que mi
cardióloga o mi asesor fiscal saben lo que dicen y lo dicen con fundamento -y,
si no, no lo dirían-, y no tener la duda de si lo acaban de leer en cualquier
web, pero ¿qué garantía puedo tener si la universidad propicia, tolera o es
simplemente incapaz de combatir el plagio?
Esto es lo que sucede cuando, como vi durante años en
Salamanca –allí se creó El Rincón del Vago–y veo ahora en la Complutense, los
estudiantes plagian a veces incluso sin creer que lo hacen –lo cual quiere
decir que no es la primera vez que lo hacen–
o, lo que es más común, con plena conciencia de hacerlo pero, con la
tranquilidad de que, si se descubre, el único coste será la pérdida de la
convocatoria. Si puedes plagiar y, caso de ser descubierto, sólo pierdes eso
¿por qué no intentarlo? Después de todo no pierdes más que con no estudiar,
puedes ganarlo todo y, en el peor de los casos, siempre te queda estudiar como
los demás. Es como si se pudiera hurtar en un comercio sin otro riesgo que
perder un poco de tiempo: si lo logras, óptimo; si no hay suerte, lo devuelves;
si te sigue interesando, puedes volver luego con dinero, que aquí no ha pasado
nada.


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