11 mar 2014

De los oficios viles y la verdadera educación

Sobre el punto 2 del manifiesto La Educación Que Nos Une
No aceptamos
La educación como mero adiestramiento de mano de obra, 
consumidores y clientes.
Proponemos
Una educación que respete los derechos de la infancia y la juventud
y atienda a la dimensión afectiva y ética de las personas; que dé
respuesta a la necesidad humana de investigar y de crear,y cuyo fin
sea el desarrollo de una ciudadanía crítica, responsable y comprometida

    Enteramente de acuerdo, por supuesto, en respetar (y promover) los mencionados derechos, en atender a (y promover) la citadas dimensiones y en dar respuesta (yo diría dar espacio y oportunidades) a las aludidas necesidades (yo diría capacidades, pero da igual). Y enteramente en desacuerdo, claro está, en el "mero adiestramiento de mano de obra, consumidores y clientes". La pregunta inevitable, una vez cumplida la liturgia, es ¿de qué, o de quién, estamos hablando?
    ¿Dónde está el 'mero adiestramiento'? ¿Quién lo propone? La última vez que he visto esa palabra, recientemente, fue en la camioneta de un adiestrador canino aparcada frente a mi casa, y me temo que su introducción en el debate educativo no sea una muestra de objetividad. No he oído a nadie hablar de adiestramiento -aunque sí de cualificación, formación profesional, preparación para el trabajo, etc.-, mucho menos de mero adiestramiento, y tampoco de mano de obra, aunque lógicamente sí de empleo, trabajadores, fuerza de trabajo, empleabilidad, etc. Me imagino que no se referirán los autores del Manifiesto a los centros de enseñanza confesionales, ni al Ministerio que acaba de reintroducir la Religión como asignatura de pleno derecho, ni a las CCAA que apuestan "por más historia de España frente a localismos". ¿A quién, entonces? ¿O es un mero espantapájaros imaginario con el que despacharse a gusto?
    Sinceramente, no he visto esa propuesta por ningún sitio. Cuando miro a los sectores más reaccionarios del mundo educativo no veo propuestas de "adiestrar" sino todo lo contrario, lo más típico es la reivindicación de la cultura alejada del trabajo, cuando no la simple vuelta al trivium y el quadrivium. Más latín y menos tecnología, es lo que suelen pedir.
    Cabe que se refiera a la Formación Profesional Básica, es decir, a la orientación de los alumnos a partir de los 13 años, incluso potencialmente antes, pero entonces sería mejor decirlo de otro modo y con todas las letras. El argumento conservador en este terreno es que todos  los alumnos deben salir del sistema educativo con alguna cualificación profesional, algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo -sólo un irresponsable podría no estarlo-, y que la manera de lograrlo es especializarlos ya en el tramo de la obligatoria, cosa con la que estoy en completo desacuerdo. La vía, creo yo, es otra: asegurar el éxito generalizado en la enseñanza obligatoria, lo cual pasa por medidas compensatorias que corresponden a las administraciones y de diversificación positiva y cambios en los criterios de evaluación que corresponden a las administraciones y al profesorado, así como por ofrecer vías de continuidad, tras la enseñanza común, cualquiera que sea el resultado en esta -esa discusión sería un poco más larga. En cualquier caso, incluso esta versión del mero adiestramiento vendría tras la infantil, la primaria y parte de una ESO muy alejadas del mundo del trabajo, por lo que, incluso si fuera adiestramiento, difícilmente sería mero.
    Otra posibilidad, más relevante, es que no se refiera a la denominación de los estudios, ni a ninguna filosofía sobre su finalidad, ni siquiera a su contenido formal, sino a las condiciones materiales de su vivencia, es decir, a la organización del tiempo y el espacio, la imposición de los fines y los medios del aprendizaje, las relaciones de los alumnos entre sí y con los docentes, la estructura de los centros. Esto es lo que en otro lugar he llamado las relaciones sociales de la educación, la experiencia escolar, etc. Aquí sí que nos acercamos a menudo al adiestramiento, pero, aunque quiero pensar que la mayoría tanto de los autores como de los suscriptores del Manifiesto tienen, al menos, una vaga conciencia del problema, se trata evidentemente de otro asunto, uno en el que la línea divisoria es ya vieja y no coincide necesariamente con lo que estos consideran su bando y el contrario. Más bien se trata de una sórdida inercia
    Yo plantearía la cuestión en otros términos. Primero, partamos de que una de las funciones del sistema escolar es formar a las personas como productores, proporcionarles una cualificación que les dé la oportunidad de una vida independiente. El manifiesto incurre en el topicazo de oponer ciudadanía a mano de obra, pero eso sólo revela una grave incomprensión tanto de la economía como de la política. No se puede ser ciudadano pleno si no se cuenta con los recursos suficientes para una vida económica independiente, y estos medios, que en otro tiempo pudieron girar en torno a la posesión de la tierra o de otros medios de producción físicos, hoy lo hacen en torno a la cualificación. Siempre habrá quien base su vida en otros recursos, pero cada vez serán más quienes dependan en exclusiva de su formación. Dicho de otra manera: el primer deber del sistema educativo es proveer a todos de una cualificación adecuada para hacer valer su trabajo en esta economía, que a efectos del acceso al trabajo es al cien por cien una economía de mercado, ya que no hay otra vía que este para el acceso a aquel (otra cosa es que los funcionarios, que cuando llegan a tales salen del mercado de trabajo, puedan permitirse decir toda clase de tonterías sobre el mismo). Claro está que también los parados, los pobres, los marginales, los inactivos, etc. podrán asociarse, votar, etc. y disfrutarán de un abanico de derechos, pero ¿es sólo eso lo que perseguimos? ¿Acaso nuestro ideal de ciudadano es alguien recibiendo o reclamando ayuda social del Estado?
    La cosa no mejora si pasamos del adiestramiento de la mano de obra al del "consumidor y cliente". Por un lado, espero que se convenga en que también como consumidor o cliente hay que aprender. Consumidores y clientes somos todos y no vamos a dejar de serlo, de modo que la cuestión es si tenemos o no las competencias necesaria para saber qué compramos, distinguir lo que necesitamos de lo que no, calibrar los resultados y las externalidades de nuestro consumo, hacer valer nuestros derechos e intereses frente a comerciantes y profesionales, etc. Con una formación adecuada, por ejemplo, los padres -o, por qué no, los profesores mismos- podrían decir basta a engordar las arcas de las editoriales y las papelerías comprando unos libros de texto, extraordinariamente caros, que hoy ya nadie necesita; un caso, además, en el que unos deciden los -docentes-, otros lo sufren -los alumnos- y otros pagan -las familias. Una relación viciada aunque típica, de dependencia, entre un comprador -el docente- y un vendedor, el editor, a la vez que entre un cliente -sea individual o colectivo, las familias de los alumnos- y un profesional, el docente -tanto si vende sus servicios directamente a las familias como si lo hace indirectamente, a través del Estado. Y es que, por otro lado, conviene recordar que el cliente es la contraparte del profesional, al cual debe estar en condiciones de exigir.
    La contraposición entre ciudadano y cliente, a la que tan aficionado es el funcionariado de la escuela pública, no es inocente. Simplificando un poco, expresa la idea de que el ciudadano tiene como contraparte al Estado, de modo que lo que se espera de él es que vaya a manifestarse a las puertas de la Consejería -si es posible para pedir más recursos, es decir, más profesores-; el cliente, por el contrario, puede tener la tentación de venir a decirle al profesor que no le está proporcionando el servicio esperado, sea porque lo ha pagado como tasa o como impuesto o porque sencillamente se siente con derecho a ello y no como un simple beneficiario agradecido. 
    Hay que estar de acuerdo, desde luego, en el objetivo de una ciudadanía "crítica, responsable y comprometida". Pero aun en esto debo decir que el orden de los adjetivos no me convence, que yo lo hubiera preferido al revés: comprometida, responsable y crítica. Primero comprometida, es decir, que haya asumido ser parte de una comunidad moral que entraña obligaciones y derechos; segundo, responsable, es decir, que cumpla con sus obligaciones y que ejerza sus derechos con responsabilidad (que no es lo mismo que eludir o minimizar las primeras y maximizar los segundos); tercero, crítica, es decir, capaz de evaluar, cuestionar y contribuir a cambiar las reglas del juego. Yo diría que este es el orden de los adultos; el otro es el preferido de los adolescentes. También es el orden que propondría a los educadores: primero compromiso con su trabajo -o alma, que decía Cossío-; segundo responsabilidad -ante los alumnos, el centro, la comunidad; tercero, espíritu crítico... empezando consigo mismos.
    Por último, no deja de llamarme la atención que al mero adiestramiento se oponga un listado de funciones espirituales: afecto, ética, investigar y crear (esta es más ambigua). Se diría que es el mundo visto por los académicos en general, enriquecido -para bien- por las académicas en particular. A mí me habría gustado ver siquiera una mención a la actividad física y el deporte, así como a hacer cosas con las manos, a la tecnología e incluso al trabajo mismo -aunque me temo que todo esto hay sido arrojados con el agua sucia del adiestramiento-, pero parece que, como le gusta decir a Ken Robinson, los autores del manifiesto sólo piensan en sus cuerpos como eso que les sirve para transportar sus cabezas a clases y congresos.
    En el fondo, todo esto transpira la vieja idea de que la verdadera educación del ciudadano (las artes liberales) no debe verse corrompida por  la preparación para los oficios viles y mecánicos (las artes serviles). Pero han pasado mucho tiempo y muchas cosas desde que esta idea fuera formulada por y para un puñado de hombres libres ávidos de distinguirse de una mayoría de mujeres, esclavos y extranjeros. En fin: un poquito de consideración hacia la mano de obra no vendría mal.

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