Sí, al contrario de lo que pretende el refrán ("El tiempo lo arregla todo"), en la escuela cabe decir lo contrario, que todo lo echa a perder. Su ordenación actual resulta de una mezcla de inercia, ignorancia, intereses y burocracia que mina el aprendizaje y la educación y perjudica a los alumnos y a la sociedad.
¿Demasiados años -seguidos?
Empecemos por
la extensión misma de la escolaridad. Se da por sentado que, en educación, más
es mejor, ignorando los efectos secundarios. Lo que comenzó como algo
prolongada para muy pocos y breve para muchos, ha llegado a 15 años de
escolarización forzosa. Hagan cuentas: 95% de escolarización a los 3 años y 97%
a los 4; obligatoriedad de 6 a 16; meta (no alcanzada) de que el 90% obtenga al
menos un título postobligatorio, o sea de dos años más, y un porcentaje,
similar al de abandono, de repetidores de un curso o dos. O sea, un mínimo
general de 15 años más lo que se añada por entrar antes o seguir después. ¿No
son demasiados?
Pues sí, lo
son. La escuela tiene muchas virtudes, entre las cuales el aprendizaje, los
amigos, el entorno protector -aunque no siempre funcionen-, pero en todo caso
es mucho tiempo. Demasiado tiempo de aislamiento de la sociedad y del mundo
adulto, de no asumir responsabilidades y que te marquen el camino, de
institucionalización. Para quien le guste puede parecer estupendo, pero yo no
creo que lo sea sin más, pues entraña un desarrollo unilateral y encapsulado;
y, para quien no le guste, fácilmente un desastre. Muchos educadores infantiles
desbordan entusiasmo proponiendo que su etapa sea obligatoria, y un partido de
izquierda hizo suya la propuesta; un ministro de educación, por su parte,
propuso prolongar la obligatoriedad hasta los dieciocho años (unos pocos países
lo han hecho).
No me
malinterpreten, que yo mismo fui estudiante muchos años, coleccioné títulos, soy
profesor y me dedico a investigar la educación: no le hago ascos. Pero los
tiempos cambian y el aprendizaje gana espacio al margen de la educación y esta
al margen de la escuela. Y la escuela, como todo, está bien... si te gusta. Cabe
decir de ella lo que Mae West del matrimonio: "Es una gran institución,
pero todavía no estoy lista para ser institucionalizada" (en inglés quiere
decir ingresada). No olvidemos nunca que es la última forma de conscripción, que
tiene su cara oscura.
Presumimos, por
ejemplo, que los jóvenes sabrán elegir oficio o carrera a los 16 o 18 años
porque ya han hecho una degustación en las asignaturas de la secundaria. Mi
impresión es que, en su mayoría, no tienen ni idea ni de qué quieren ni de qué
les espera. Y mis sugerencias son tres: primera, que la educación obligatoria
tiene que incorporar más muestras del mundo real: salidas, experiencias de
trabajo, servicios a la comunidad; segunda, que la familia que se lo pueda
permitir piense en conceder a sus hijos un gap
o sabático antes de acceder al nivel
terciario (se puede aprovechar para viajar, aprender idiomas o informática,
obtener el permiso de conducir, ganar algún dinero trabajando... y pensar con
calma en el futuro); tercera, que el Estado facilite por todos los medios el
retorno a la educación formal por quienes la abandonaron, de modo que salir y
volver sea una opción factible para cualquiera.
El calendario académico
El año escolar,
con sus largos tres meses de verano, proviene de la sociedad agrícola, en la
que las tareas se intensifican entre julio (incluso junio) y septiembre... pero
en la agricultura trabaja ya menos del 5% de la población ocupada. Al margen de
la huerta, es cierto, el largo y cálido
verano hace más difíciles el encierro y el estudio (pero ya hace tiempo que
se inventó el aire acondicionado) e invita a estar en la calle (si no la vuelve
inhabitable).
En España, el
calendario escolar ha pasado en pocos decenios de 210 días a 176. Las
administraciones dictan cada año un calendario algo flexible, con margen para
el inicio y la terminación, e invariablemente se repite un forcejeo en que los
centros públicos pretenden comenzar tan tarde y terminar tan pronto sea posible
-los centros privados y concertados suelen ser más generosos en eso.
La investigación indica que hay un ciclo:
durante el curso académico se cierra en parte la diferencia de conocimiento
entre los alumnos, pero durante el verano se reabre. Además, las familias se
las ven y de las desean, cuando todos los adultos tienen un trabajo remunerado,
para hacerse cargo de los menores durante esos largos tres meses. Los edificios
e instalaciones escolares se cierran o pasan a estar desaprovechados como no
pasa con ningún otro.
Numerosos
países intentan ampliar el calendario escolar (p.e. los EEUU) o simplemente redistribuirlo
(p.e. Francia), reduciendo las vacaciones veraniegas y llevándolas en parte al
cierre de los cuatrimestres, de modo que alivie a la vez la sobrecarga del
curso y el largo hiato entre cursos. Estas propuestas suelen ser bien recibidas
por las familias (la mayoría, no todas), discutidas por los hosteleros (que
tienen sus ideas al respecto) y ferozmente resistidas por los docentes (que
adoran sus vacaciones).
La jornada escolar
En la escuela
pública y para la educación infantil y primaria, media España tiene a sus hijos
en jornada sólo de mañana y la otra media está o estará pronto sometida a un tercer grado permanente hasta que lo acepte.
Me refiero, claro está, a la presión, a veces acoso, de los profesores sobre
los padres. En la escuela privada, la cosa es distinta: la mayoría tiene
jornada partida y la cuestión apenas se planteaba hasta hace poco, aunque está
empezando a cambiar con rapidez.
Profesores y
directores, claustros y sindicatos, todos prometen milagros si se concentran
las clases en la mañana: los alumnos rendirán más, las familias serán más
felices, florecerán las actividades extraescolares... y sin coste ni perjuicio
alguno. No pocos profesores no piensan
tal cosa, pero se abstienen de comentarlo siquiera, pues sería la vía directa
al ostracismo. Las familias están lógicamente divididas, pues algunas ven a sus
hijos sobrados y aburridos, de manera
que cuanto antes salgan del centro mejor, y además suelen ser las mismas que
pueden y saben ofrecerles otras opciones fuera de la escuela (o pagar por
ofrecérselas dentro); otras, en cambio, los ven agobiados por el ritmo de la
escuela, y además suelen ser las que no saben o no pueden ofrecerles lo mismo
fuera de ella.
Lo que la
ciencia sabe apunta en sentido contrario. El ritmo natural de las personas,
mucho más de los niños, es discontinuo, es decir, no concentrado ni compactado
sino relajado y distendido, lo contrario de la jornada continua y lo que ofrece
mejor la partida. La primera hora de la mañana no es la mejor para aprender,
sino muy mala, de las peores, y los niños no están callados por atentos sino adormecidos.
También es pésima la última de la mañana, que pasa de descanso en la partida a
ser lectiva en la continua. La mejor hora es media mañana, y la segunda mejor
hora es siempre por la tarde, incluso al comienzo de esta. Por otra parte, si
hombres y mujeres trabajan a tiempo completo (como es deseable), difícilmente
van a estar en casa esperando a los niños al término de la jornada continua
(salvo que sean docentes, claro). No hay ninguna razón, sino todo lo contrario,
para creer la jornada continua beneficiosa ni para los niños ni para el sistema
educativo. Puede haber otras razones a su favor, como escapar de una escuela
que te aburre (si así fuera), tener más tiempo para otras actividades
interesantes (si están al alcance), reducir desplazamientos (si no hay comedor
o resulta caro), etc., pero ninguna de carácter pedagógico.
El mayor
fiasco, no obstante, no está en la primaria sino en la secundaria, a pesar de
que se dé sin discusión y tendamos a pensar que, cuanto mayor el alumno, más
fácil madrugar, mantener una actividad continuada, etc. Como en toda España,
excepto Cataluña y el País Vasco, los Institutos de Bachillerato tenían un
horario de mañana (herencia de cuando funcionaban a dos turnos por escasez de
edificios), y como, con la aplicación de la LOGSE, la ESO fue a parar casi por
entero a los institutos, los adolescentes de doce años pasaron masivamente a
una jornada intensiva, comprimiéndose sus 6 horas diarias (30 semanales) en una
interminable mañana, entre la indiferencia de los profesores de secundaria, el
alborozo de los maestros, la inacción de las autoridades y la pasividad de los
padres.
Pero resulta
que, con la llegada de la adolescencia, no se vuelve uno más capaz de madrugar
sino al contrario. Contra toda expectativa, a los 11-12 años el reloj biológico
de los adolescentes se retrasa una hora o más respecto de sus hermanos menores
y mayores. Para ellos, para su cuerpo y su mente, amanece y anochece más tarde.
Y como lo que les rodea no sólo no se adapta sino que los empuja en sentido
contrario, el resultado es que pasan a dormir (más) a deshora y menos de lo
debido, con un déficit de sueño en cantidad y calidad que repercute sobre su
rendimiento escolar y su salud física y mental, provocando problemas como el
sobrepeso, el mal humor permanente, la falta de concentración y atención, el
consumo de estimulantes, la impuntualidad y otros.
¿Cuántos minutos tiene una hora?
La cuestión del
tiempo escolar alcanza a veces extremos surrealistas. Para los mortales, las
horas son de 60 minutos, pero en el sistema escolar tienen sólo 50. Así es en todo caso en los meses de junio y
septiembre, cuando la jornada de mañana y tarde se convierte por doquier en
intensiva, y así se ha hecho en muchos sitios al eliminar alguna tarde. Las 30
horas de la ESO, más 5 recreos, caben en 6 horas matutinas... porque son de
50-55 minutos. Numerosas declaraciones sindicales, proyectos educativos de
centro y noticias de prensa, al presentar la propuesta de paso de jornada
partida a continua, insisten en que seguirá
habiendo 5 horas lectivas al día, cuando manifiestamente son 4½ (habría que añadir
que, al dividir el recreo o concentrar las clases, pronto se generan pequeños
descansos adicionales de hecho). El Panorama
de la Educación de la OCDE afirma que los maestros de primaria españoles
imparten 880 horas de clase por año, lo que se basa en multiplicar 176 días
lectivos por 5 horas al día y es, por tanto, manifiestamente exagerado: los
propios niños no reciben más que 4½ al día, luego sólo 792 al año, y ningún maestro da ni de
lejos todas las horas de un grupo ni su equivalente (típicamente da unas 700):
simplemente se computan como lectivas horas que no lo son. Más avezada, la
encuesta TALIS, de la propia OCDE, cuando pregunta a los profesores cuántas
horas trabajan advierte a renglón seguido: "Cuente horas de reloj, es
decir, 60 minutos cada una."
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