Sin imaginar ni de lejos lo que se avecinaba, ni mucho menos cuán próximo estaba en el espacio y en el tiempo, los días 26 al 28 de octubre discutíamos en la Université París 8 (Saint-Denis) sobre la “Construcción y deconstrucción del colegio único. Lo que está en juego en la escuela media.” El collège unique es, para entendernos, la ESO francesa, creada por la ley Hàby en 1975 y que hoy hace agua por diversos sitios. El problema es el mismo que en todas partes: la institución y, en general, la profesión, quieren mantener a todos los adolescentes escolarizados hasta los 16 años (incluso se pretende, desde que así lo formulara Chevènement, que el 80% del alumnado llegue al bachillerato), sin introducir diferenciaciones irreversibles en ese tramo, pero no todos llegan al final..
Pero, como parte de la respuesta social a los disturbios, el primer ministro, Villepin, acaba de proponer reintroducir el aprendizaje a los 14 años. Los sindicatos enseñantes y la izquierda, por supuesto, se oponen. Yo también lo haría, pero hay un problema que resolver: ¿seguirá pudiendo un adolescente abandonar la escuela, en torno a los 16 años, sin llevar consigo ninguna cualificación profesional? La mayoría de los jóvenes siguen estudiando después de esa edad, pero nada les obliga a hacerlo, por eso siempre hay una parte que no lo hace. Si dejamos de lado las respuesta rituales, habríamos de preguntarnos ¿qué es más importante, el proceso o el resultado?, ¿qué siga el mismo recorrido que los otros o que salga con algo de valor al mercado de trabajo? ¿Derecho a la educación o derecho al trabajo? ¿Todo para el alumno pero en contra de su voluntad, o dejar que decida?
¿Qué tal las dos cosas? Hay que pensar nuevas fórmulas: tal vez permitir una incorporación temprana pero parcial al trabajo, condicionada a la permanencia también parcial en la escuela durante la minoría de edad hasta conseguir los resultados comunes básicas y una cualificación mínima.
Entre los 25 más influyentes del 2006 en educación, según El Mundo.
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