Asisto en S. Paulo (ciudad que es un país, con once millones de habitantes, veinte en la conurbación) al congreso organizado por la Secretaría Municipal de Educación (http://portaleducacao.prefeitura.sp.gov.br), Protagonistas y contextos (un título equilibrado: las dos cosas cuentan, sistema e individuo, tú y tu circunstancia), y aprovecho para conocer un Centro de Educación Unificado, el orgullo de la Prefeitura, y, a instancias de su directora, la escuela primaria “Julio Mesquita”, que dirigió durante casi toda su vida profesional.
Ésta refleja el esfuerzo brasileño de los años recientes y sus limitaciones: cuidada con esmero, razonablemente equipada aunque mejor en unos aspectos que en otros, con un profesorado mayoritariamente comprometido pero todavía escolarizando a los alumnos en dos turnos (otras lo hacen en tres). Me llaman la atención dos placas en la pared: una, en la sala-corredor elevada que une dos edificios que antes estaban separados, al estilo de los pasadizos sobre los canales venecianos, y, otra, en la biblioteca, atiborrada de libros, con una sala de ordenadores para la búsqueda en internet y un pequeño vestuario con el que dos profesoreas representan para los niños algunas piezas y pasajes literarios. Me explican: la primera está dedicada a la una limpiadora que tuvo la idea de construirlo; la segunda, a dos profesores que pusieron en marcha un magnífico proyecto de iniciación a la lectura.
Imagino el orgullo de una y de otros por el reconocimiento otorgado a su trabajo. Y sospecho lo que habría provocado aquí: veto del claustro porque podría desmerecer la contribución de los otros profesionales, exigencia sindical de que todo profesor con veinte años de antigüedad tenga su placa, propuesta ministerial de vincularla a los sexenios… Se brama por la falta de reconocimiento social hacia la profesión, pero ¿no será ésta la que se lo niega a los profesionales?
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