Cuando el viajero llega a Manaos, en medio de la selva, la primera atracción que se le ofrece es ir en barco al lugar donde, antes de fundirse en el Amazonas, se encuentran las aguas del Río Negro y el Solimões, con distintas composición, temperatura y velocidad. Las del primero, muy ácidas, son casi negras; las del segundo, cargadas de limo, son de color marrón claro. Durante unos kilómetros discurren en paralelo, ya un solo río pero sin mezclarse, como los helados al corte de dos sabores.
Quien no quiera ir tan lejos podrá contemplar un espectáculo similar aquí, en la ESO. En esas procelosas aguas se encuentran el río del magisterio, con su tradición pastoral e igualitaria, y el del profesorado de secundaria, con su tradición académica y meritocrática. Como las ríos brasileños discurren, en el mejor de los casos, juntos pero no revueltos; en el peor, se asiste a un choque de civilizaciones que dejaría atónito al mismísimo Samuel Huntington.
Nada extraño, pues antes que dos etapas fueron escuelas separadas. Las lenguas europeas aún reflejan ese dualismo: colegio e instituto, instrucción y enseñanza, maestro y profesor…, pupil y student, scuola y liceo, instruction y ensignement, Schule y Gymnasium, etc. Las reformas comprehensivas (así, con hache, pues no es que sean simpáticas ni empáticas, sino que aprehenden —alcanzan— y, como consecuencia, comprehenden —abarcan— a todos) tratan de establecer un puente, pero no lo consiguen: apoyadas por los maestros (que ascienden con ellas) y denostadas por los profesores (que descienden), estas actitudes contrapuestas se mantienen en los centros y los claustros mixtos.
Nadie duda que los alumnos han empezar juntos y terminar separados (al revés que lo ríos), y la cuestión es cómo, cuándo y dónde; pero el debate resulta extraordinariamente difícil porque, más allá de las opiniones, se enfrenta a intereses fuertemente arraigados y tradiciones sólidamente establecidas.
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