Platón soñó una República alimentada por los productores, protegida por los guardianes y regida por los filósofos. Todas las utopías sociales han recogido la idea e identificado el mérito con el saber (supuestos a todos, como el valor a los soldados, la virtud y el esfuerzo): desde Moro (Utopía) o Campanella (La ciudad del Sol) hasta los grandes modelos sociales modernos. El funcionalismo y la teoría del capital humano consideraron justa una estratificación social basada en las capacidades, i.e. en la escuela. El socialismo, él crítico con la propiedad, escindido en socialdemocracia y comunismo ante la autoridad, se mantuvo unido en torno a la legitimidad de la selección de los más capaces.
La llegada de la sociedad de la información ha hecho sonar las trompetas. El valor añadido, dicen los economistas, es de los bienes lógicos, es decir, de los poseedores de conocimiento. La nueva clase dirigente, anuncian los sociólogos, será la profesional-directiva, los manipuladores de símbolos. En la arena global, los países ricos, si no aceptan bajos salarios, sólo pueden competir con la superior cualificación de su fuerza de trabajo. Para no sucumbir, afirman los gobiernos, Europa deberá asegurar el aprendizaje para todos a lo largo de toda la vida. Aparte de un puñado de herederos y enchufados, el lugar de los demás dependerá de su capacidad, es decir, de su educación. No sólo el trabajador no cualificado será inempleable, sino que al directivo incapaz se le dará la patada y el capital sin conocimiento detrás se esfumará. ¡He aquí la utopía realizada!
Ha habido, es cierto, algunos descreídos: un tal Karl Marx, que calificó la República platónica de mera idealización ateniense del sistema egipcio de castas; y un tal Max Weber, que tildó a la escuela de asociación hierocrática (centrada en el monopolio y la distribución de bienes de salvación, es este caso de la cultura legítima). ¿A quién creer? La solución, en el próximo capítulo.
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