9 jul 2024

¿Todavía con las ratios? Hay ideas mejores

Es imposible hablar de educación sin que las ratios desciendan, cual deus ex machina, a ocupar el centro de la escena; o es el tema o, “y por supuesto”, se añade de oficio. Suele decirse que es lo único en lo que todo el profesorado está de acuerdo (y pobre de quien disienta), pero en algún momento hay que preguntarse sobre la pregunta y tal vez cambiarla, aunque ello suponga tirar las viejas respuestas. Desaprender para aprender. Después de todo, en la institución escolar el alumno es el fin (su educación y cuidado y, más allá, la sociedad) y el profesor es el medio (aunque no sea solo eso ni sea el único). En suma, empleamos profesores para educar a los alumnos, no institucionalizamos alumnos para dar empleo a profesores, como parecen querer algunas prácticas no importa tras qué retóricas.

Empecemos con los datos. La base más rica es el GPS de la Educación de la OCDE (https://bit.ly/4epHZWc). En España, según éste, el tamaño medio de una clase de primaria es de 20 alumnos y, en la ESO (secundaria inferior), de 23. ¿Es mucho o es poco? Pues es ligeramente menos que las medias de la OCDE, 21 y 23 en el mismo orden, y poco más que en la UE-25, con 20 y 22; los máximos se dan en Chile, 31, y Japón, 32; si sacamos a Chile, con un pie en el Sur global, el máximo en primaria sería también para Japón, con 27; los mínimos son 16 en Luxemburgo y 17 en Letonia; añadamos, por la veneración que concita, los de Finlandia, 19 en ambas etapas.

Para las ratios, el GPS ofrece mayor detalle por etapas. Veámoslas para infantil (toda), primaria, secundaria inferior y secundaria superior, siempre en este orden: en España son de 11, 12, 11 y 10; para el conjunto de la OCDE son 13, 15, 13 y 13; para la UE-25 son 13, 15, 12 y 13; las ratios nacionales más elevadas son de 34 en el Reino Unido, 24 en Colombia y México, 30 en México y 18 en Colombia; si nos limitamos a Europa, todas las máximas son británicas: 34, 29, 17 y 18; las mínimas son 4 en Islandia, 8 en Croacia y  otros tres países,, y 8 en Croacia; en la bendita Finlandia son 8, 13, 8 y 17. España, pues, se sitúa muy levemente por encima (peor) en alumnos por aula y notablemente por debajo (mejor) en alumnos por profesor (ratios). Hay que añadir que la posición relativa era bastante más favorable antes de la Gran Recesión, que pasó factura a la educación (puede comprobarse en los datos de Eurydice).

¿Debemos reducir las ratios? En una perspectiva comparada, no son un problema, estamos bien. La idea es además imprecisa, pues se pueden reducir ratios sin tocar el número de alumnos por aula, por ejemplo, añadiendo otros docentes especialistas o de apoyo. También se podían reducir los alumnos por aula sin tocar las ratios, por ejemplo, aumentando las horas lectivas de los profesores o reduciendo las de los alumnos. La idea convencional es reducir los alumnos por aula aumentando el número de profesores para lo mismo, pero da poco de sí. Supóngase una profesora de la ESO, en una asignatura, con 30 alumnos y 3 horas semanales, que en España equivalen a 150 minutos, que se aprovechan al completo y se dividen en 75 para la lección y otros asuntos de grupo y 75 para una atención más diversificada, 2.5 por alumno si fuera individual. Si bajásemos la ratio a 25, por ejemplo, la cuota de atención individual se elevaría a… 3 minutos, un 20% más, pero una ganancia minúscula que aumentaría el coste del personal docente el 17% y el presupuesto escolar en torno al 11%, lo que no es broma. Mucho gasto y muy poco impacto. La operación se puede recalcular para primaria, para más o menos horas por asignatura, para otros grados de diversificación (subgrupos), para el trabajo docente preparatorio… y el resultado será siempre parecido: alto coste y escaso beneficio, si es que lo hay. De hecho, es lo que la investigación dice: que no hay cambios en los resultados, que son débiles, que son contradictorios, que no duran… y, sobre todo, que, comparada esta medida con otras, ni es eficaz (cambia poco o nada) ni es eficiente (cuesta mucho para poco); el número de alumnos por profesor solo influye con seguridad en el aprendizaje cuando desciende a cinco o menos, pero entonces ya no hablamos de profesores sino de preceptores.

Veamos otra opción. Una gran mayoría de centros, de infantil a secundaria, tienen dos grupos por curso (líneas) o asignatura (al menos las comunes). Supongamos que nuestra profesora del grupo A y el profesor del B funden sus grupos. La asignatura sigue teniendo 150 minutos y la lección 75, pero los docentes suman ahora 300 y les quedan 225 para atención individual; la ganancia no es para tirar cohetes, pero sí del 50%, dos veces y media la de la reducción canónica.  El meollo está en que la lección frontal es fácilmente escalable, dentro de ciertos límites, mientras que la atención individual es muy escasa y muy costosa, pero la codocencia permite jugar con ambas cosas a la vez y a menor coste. Hay muchas más razones para la codocencia en términos de cantidad y complementariedad del capital profesional, difusión y continuidad de la innovación, iniciación profesional, amortiguación del absentismo, salvaguardia contra la arbitrariedad, etc., además de una organización más flexible de espacios, tiempos, agrupamientos y actividades, etc., pero esta es una.

Hoy podemos contar, además, con otro agente para la atención individual: la inteligencia artificial generativa, conversacional (ChatGPT y similares, para entendernos). La Academia Khan venía desarrollando desde mediados de 2022, en colaboración con OpenAI, una adaptación de GPT-4 para la educación, bautizada como Khanmigo (por Khan conmigo), con barreras de protección más seguras, ajuste fino para contenidos curriculares (primaria, secundaria y primeros cursos universitarios) y una metodología socrática (no dar la solución, sino acompañar y guiar su búsqueda), y su desempeño es impresionante. Pongo este ejemplo, más acabado, pero nadie dude que proliferarán en breve y gratis o a buen precio. Y, créanme, en nada serán tan finos como puede llegar a serlo un humano, pero en mucho serán iguales, en algunas cosas mejores y en todo más asequibles e incansables. 

Y, ahí sí, necesitaremos más educadores, segura pero no necesariamente profesores, no ya para sacar alumnos del aula sino, ante todo y sobre todo, para multiplicar las herramientas y las capacidades con las que debe contar todo centro educativo. La codocencia (la colaboración de dos o más docentes, como iguales, en el aula), la ciborgdocencia (el uso de algoritmos, quien sabe si robots, como agentes de apoyo a la docencia, en el aula y fuera de ella) y el reforzamiento multidisciplinar de los equipos docentes (no solo con docentes clonados en universidades y oposiciones para hacer más de lo mismo) ofrecen mucho más que la cansina cantinela de las ratios y los grupos.

Publicado originalmente en El País, 21/6

3 comentarios:

  1. La ratito en Aragón en secundaria, la real, es entre 21-24 alumnos. El tema es la edad del alumnado siempre complicada para el estudio formal y la homogeneización que intenta el profesorado. Necesitamos nuevos perfiles auxiliares, para trabajos orientados al grupo y competencias en TIC o en proyectos...

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  2. El texto cuestiona la importancia de las ratios en la educación, sugiriendo que, a pesar de ser un tema muy debatido y aparentemente consensuado, reducir el número de alumnos por clase no siempre resulta en mejoras significativas en el aprendizaje. A través de datos comparativos, se argumenta que los beneficios de reducir las ratios son mínimos en relación al costo adicional, y se proponen alternativas más efectivas como la codocencia y el uso de inteligencia artificial. Estas estrategias podrían ofrecer un apoyo más integral a la educación, superando las limitaciones de simplemente ajustar el número de alumnos por aula.

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  3. Anónimo11:06

    Aunque leí la entrada cuando se publicó, me surgieron tantas ideas que he ido alargando añadir un comentario. Creo que puedo aportar algunas ideas que complementan lo expuesto por el autor.
    Hay una variable que el profesor Enguita no cita en el texto: la comprensividad (sic) y sus consecuencias. Desde que se estableció en España la enseñanza obligatoria prácticamente hasta los 18 años (porque eso es lo que se buscó desde el principio) y, lo que es peor, sin establecer diferencias por actitud y aptitud de cada alumno, las diferencias en un aula son enormes. Tienes que dar clase al aspirante a premio Nobel y al que tiene dificultades serias de alfabetización. ¿Cómo no va a ser importante tener menos alumnos en el aula? Desde que se incluyó la 'atención a la diversidad' hoy travestida en 'atención a las diferencias individuales', la dificultad derivada de esas aptitudes y actitudes convierten la tarea del docente en muy complicada. En ambientes más homogéneos los grupos podrían ser más grandes pero en la realidad impuesta por la legislación y los principios que la inspiran eso es irrealizable.
    La experiencia vivida durante la pandemia ofrece indicios de otros problemas que no se han analizado en la publicación. En aquellas comunidades que redujeron el número de alumnos (asistencia en días alternos y otras posibilidades) volvimos a dar clases donde había silencio y atención. No eran clases ausentes de dinamismo pero sí clases en las que dejó de haber comentarios arbitrarios, interrupciones o escaqueo.
    Al finalizar el curso fueron muchos los alumnos que afirmaron que habían sentido el placer, sí, placer, de haber seguido completamente una clase, de entender las explicaciones, de hacer las actividades y, en definitiva, de haber aprovechado el tiempo.
    Trascendiendo el problema del número de alumnos por aula (que la estadística no refleja correctamente), creo que hay un aspecto sociológico que es característico del alumnado español. Doy clase en Enseñanza Secundaria y también he sido profesor en la universidad. El alumno español no termina nunca de sentirse concernido por lo que él mismo hace, no siente que todo el sistema está destinado a su formación, que él debe ser el principal interesado. He asistido a clases en centros del Reino Unido, Francia, Alemania e Italia y no he visto nada parecido a lo que pasa en España (con muchas diferencias, ya lo sé). El alumno español espera pasivamente que le den el conocimiento sin querer implicarse mucho en ello. Por eso se pierde tanto el tiempo, se interrumpen las clases, hay tantos alumnos desconectados (en la universidad, con la excusa de tomar apuntes con el ordenador llega a ser insultante cómo están navegando en internet o gestionando otros asuntos).
    Cita el profesor Enguita la Academia Khan. Cuando vi alguna de las clases no daba crédito: un profesor con voz chillona, una pizarra y explicación magistral pura y dura. ¿Cómo explicar su éxito? Que no hay distracciones porque lo ve cada uno donde lo desea y que lo hace por sí mismo, por su interés. La motivación es distinta, personal.
    Puede ser que reducir las ratios no sea el bálsamo que necesitamos, pero por supuesto que ayudaría. Todo ello unido a modificar la comprensividad y a estudiar esta particularidad española en la mentalidad del alumnado.

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