He argumentado en otros trabajos (Del clip al clic, cap. 8; Más escuela y menos aula, cap. 5) que ya pasó el tiempo en que la innovación se desenvolvía –o así lo creíamos– en los niveles macro (la política educativa para todos) y micro (el profesor al frente de su aula), que ahora es el momento del nivel meso, cuyo centro de gravedad es el centro, con su proyecto educativo, pero que también se extiende por igual a un ámbito algo más amplio, el de las redes en las que participa el centro, y a un ámbito algo más restringido, el de los equipos de trabajo profesionales.
Aquí voy a centrarme en un solo elemento de ese nivel meso, que denominaré la hiperaula. Conviene empezar por llamar la atención sobre que, aunque tantas y tantas escuelas de cualquier nivel sean hoy poco más que un conjunto de aulas apiladas, ni fue siempre así ni tiene por qué seguir siéndolo. Como he mostrado en Más escuela y menos aula, esta es una creación reciente que nace tímidamente en los siglos XVII y XVIII, de la mano de algunas órdenes religiosas, se extiende en el XIX, con lo que entonces se llamó la enseñanza simultánea y la escuela graduada, y se generaliza en el XX con la universalización de la enseñanza. E igual que tiene un origen reciente puede tener y va a tener un final próximo, pues no es sino una forma histórica que responde a unas circunstancias perecederas. El aula tal como la conocemos o, si se prefiere, el aula convencional, o el aula-huevera, obedece a unas coordenadas internas y externas ya superadas.
En el ámbito interno fue la respuesta espontánea, aparentemente la más eficaz, a la escasez de información y conocimiento, al supuesto de que el aprendizaje depende de la enseñanza, de que solo el profesor posee una información (y, si se quiere, un conocimiento y una sabiduría) que solo él puede transmitir al alumno, para lo cual la estructura habitual (bancos alineados, tarima elevada, pizarra en el frente, etc.), lo mismo que en una iglesia, sería simplemente el mejor arreglo técnico. Moravos (Comenio), jesuitas, lasallianos y escolapios fueron los primeros valedores de este modelo, que luego sería intensificado por la pedagogía eficientista. Se trata de lo que para cualquier ámbito de la comunicación se ha denominado el modelo broadcast, en el que uno, el que posee la información (el único o uno de los pocos), emite para muchos, los que no la poseen, aunque en realidad puede reconocerse ya en el modelo más viejo de la lectio, la lección, en el que el maestro poseedor del libro leía este a los que no podían poseerlo, y, por supuesto, en el del sermón.
En el ámbito externo es la anticipación isomórfica de las relaciones del proceso de producción industrial, un entrenamiento para las relaciones de producción que esperan en el mundo adulto. Anticipa el taller y la oficina en los que se dictará al trabajador industrial y al empleado administrativo qué hacer, cómo hacerlo y a qué ritmo, pues eso es lo que se hace con el alumno: dictarle qué, cómo y cuándo aprender. Pero ese mundo laboral está desapareciendo de manera acelerada, porque la automatización ha absorbido y seguirá absorbiendo la mayor parte de los empleos rutinarios consistentes en la manipulación de objetos y la informatización ya ha empezado a hacer lo mismo, incluso más rápidamente, con los consistentes en el procesamiento de datos. Tal como reza una máxima muy celebrada en el mundo de las organizaciones, las soluciones de ayer son los problemas de hoy: el aula convencional fue una solución para un mundo que ya no existe y es ya un problema para el que existe, y más aún para el que viene. Como he argumentado en mi último libro, esto no es el final de la escuela, a la que auguro un brillante futuro… si sabe reinventarse, sino el final del aula, que no es poco.
Es la hora de la hiperaula. ¿A qué llamo tal? ¿Dónde puede encontrarse? Me centraré en explicarla, pero quizá sea mejor comenzar por señalar dónde apunta su existencia: lo hace en las aulas de algunas escuelas Montessori desde hace casi un siglo; en el movimiento anglosajón de la open classroom o la open-space school de mediados del siglo pasado; en esos espléndidos diseños y rediseños de centros de enseñanza de hoy por estudios arquitectónicos como los de Fielding-Nair y Rosan Bosch; en las actuales aulas reagrupadas de la red norteamericana School of One; en el proyecto Horitzó2020 de la Fundación Jesuitas de Cataluña; en centros singulares como Padre Piquer, Montserrat o los Salesianos de las islas; en proyectos STEAM que, aunque solo sea para una porción del tiempo escolar, reúnen materias, grupos y profesores antes incomunicados.
La característica más obvia de la hiperaula son sus dimensiones, y a menudo empieza apenas como superaula, pero no se trata sólo de unir dos o más grupos y sus espacios, lo cual ya permite ganar el de los pasillos, más luz, etc. sino también de reordenarlo, flexibilizarlo, adaptarlo a su uso en grupo –grande o pequeño– o individual, llenarlo de movilidad y, con suerte, alegrarlo un poco. Implica que debe ser utilizable en gran grupo, sea mediante ágoras escalonadas o mobiliario agrupable, por pequeños grupos de trabajo, sea en torno a mesas o con otras disposiciones, o para un trabajo más individual y recogido.
El profesor ya no está solo sino que es parte de un equipo de dos –raramente–, tres –lo más habitual–, cuatro o más profesores que comparten espacio y grupo, preparan la docencia en colaboración, se reparten las tareas, combinan y simultanean la atención colectiva e individual, aprenden los unos de los otros, pueden combinar especialidades distintas y fortalezas complementarias, se benefician de una ac
tividad más acompañada y relajada, etc. También pasan, en mayor o menor medida, de transmisores de información en el aula-huevera prediseñada a diseñadores no de objetos sino de sistemas, es decir, de entornos, experiencias y trayectorias de aprendizaje.
Es probable que la estructuración del aprendizaje por disciplinas deje paso al aprendizaje multidisciplinar, interdisciplinar e incluso antidisciplinar, esto es, entregado a una dinámica y unas reglas propias en función de los retos del problema, el caso, el proyecto o el servicio abordados, no de las asignaturas con las que se relaciona. Esto reclama, de nuevo, una labor de diseño, a la vez que, al escapar de los recintos disciplinares, y facilita la colaboración con actores extraescolares, sea de manera presencial o en línea.
La hiperaula es híper, también, en el mismo sentido que el hiperenlace, el hipertexto, la hiperrealidad, el hiperespacio… Integra la tecnología digital sin solución de continuidad, no como un añadido sino como un escenario contiguo al que se transita y del que se vuelve constantemente. Porque lo digital no son ya simplemente unas cuantas “herramientas” facultativas y siempre prescindibles, sino todo un nuevo entorno informacional y comunicacional que viene a sustituir, aunque subsumiéndolo, al viejo entorno impreso. Esencial, dicho sea de paso, para saltar de la lección –la reproducción del libro– al trabajo autónomo, colaborativo y en red.
Tanto el juego de ida y vuelta entre las diversas formas de agrupamiento como el trabajo ya no disciplinar requieren tiempos menos constreñidos, más relajados, flexibles y variables, lo que de inmediato entraña una reorganización interna del horario, en particular disponer de periodos más largos desde la perspectiva de los objetivos, aunque se dividan en otros más breves desde la de las actividades. Por lo demás, una vez que se renuncia a la simultaneidad como forma dominante de estructuración del tiempo desaparece también el requisito de la copresencia, por lo que los tiempos de entrada y salida de la escuela también pueden llegar a ser más flexibles y variados –si bien este es un paso todavía poco común, sin duda por inercia y falta de experiencia en la gestión del tiempo.
La escalada más habitual hacia la hiperaula, o al menos hacia la superaula, es la fusión de grupos de un mismo curso, lo cual implica mantenerse dentro del supuesto de la homogeneidad en el nuevo grupo, pero la combinación de trabajo en gran grupo, en equipo e individual abre inevitablemente la puerta a la diversidad de ritmos y en los modos de aprender, y por lo tanto a la diversidad de niveles en cualquier momento dado. Además, la fusión puede extenderse a los cursos de un mismo ciclo, o incluso de toda una etapa, dentro de la cual los equipos y las tareas individuales pasan a estructurarse por objetivos en atención al progreso de sus integrantes, con independencia de su edad biológica y de su adscripción administrativa (edad escolar).
En definitiva, a diferencia del aula convencional docéntrica, que a partir del papel del profesor como transmisor estructura al alumnado en términos de homogeneidad y simultaneidad, la hiperaula sigue apoyándose parcialmente en aquel, pero lo hace también en una tecnología de mucho mayor alcance y ya altamente interactiva, en el papel de la colaboración entre iguales –definidos como tal por su progreso, no por la edad– y en la apertura a un entorno mas accesible por motivos tecnológicos y de escala, todo lo cual potencia el despliegue de la diversidad en las formas, los ritmos e incluso los fines del aprendizaje.
Otros materiales propios y ajenos relacionados con la idea de la hiperaula pueden encontrarse en mi web, www.enguita.info.
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