Fundació Jaume Bofill / Universitat Oberta de Catalunya
1. Educadores laicos para una comunidad humana y familiarizados con la multiculturalidad del alumnado
En un mundo globalizado, lo que quiere decir densamente
interconectado e interdependiente más allá de las fronteras políticas y
multicultural y mestizo más acá de ellas, el educador debe rebelarse
contra su papel tradicional de instrumento de construcción de cualquier
identidad colectiva exclusiva y excluyente (sea la nación, vieja o
nueva, o cualquier otra comunidad de base territorial, o el grupo
étnico, en cualquiera de sus formas). Esto significa, primero, una
formación moral en la perspectiva de la ciudadanía, laica, ajena a
divisorias religiosas u otras; segundo, una tensión cosmopolita, un
norte sencillamente humanista, centrado en la igualdad y la dignidad de
todos los seres humanos; tercero, un esfuerzo por conocer y por
reconocer las culturas específicas, presentes en el alumnado, que se
apartan de la dominante (en España en particular, las culturas
nacionales, la del pueblo gitano, las de las grandes oleadas inmigrantes
islámica y andina).
2 Docentes que sepan guiar en un entorno de aprendizaje difuso, educación distribuida y escuela-red
En un mundo informacional, digital, el docente no puede seguir
anclado en las tecnologías de la información y el aprendizaje que dieron
lugar a la institución escolar, la lectoescritura, el libro y la
lección, ni puede convertirse en un lastre para el dominio de las nuevas
en nombre del buen tiempo pasado. El docente debe ser capaz de
detectar, acompañar, estimular y orientar el aprendizaje difuso (ubicuo,
permanente, entre pares, descentrado, desinstitucionalizado, pero
también desarticulado y errático) que hacen posible los nuevos medios,
redes y tecnologías, cuando la educación informal y la no formal se
expanden más rápidamente que la formal. No hace falta ni es posible que
vaya tecnológicamente más lejos que sus alumnos, pero sí que sepa cómo y
adónde pueden llegar éstos, así como que él mismo sea, como
profesional, un aprendiz activo; y que sea capaz de trabajar en
colaboración con la comunidad entorno, las comunidades de interés de los
alumnos y su propia comunidad de práctica.
En un mundo en cambio rápido y acelerado y de sentido incierto, ser educador no es fácil ni está al alcance de cualquiera. Nuestros predecesores hubieron de incorporar a la modernidad, de la que ellos mismos eran un producto acabado, a un alumnado mayoritariamente nacido en la sociedad tradicional. El profesorado de hoy y de mañana tiene que hacerlo a un mundo en el que ellos mismos no han sido formados y que les resulta difícil imaginar. Esto requiere una formación mucho más amplia y sólida que la hoy tan débil del magisterio, más profesionalizante (cara a la función de educar) que la hoy tan alejada de los licenciados y más actualizada que la de unos cuerpos funcionariales blindados frente al control social y liberados de responsabilidad, todo ello vinculado a una selección más exigente y un mayor reconocimiento. Y requiere una actitud acorde de compromiso individual, de autonomía, de autoformación: estar a la altura de las circunstancias, en vez de a la espera de soluciones.
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