En otras palabras, los colegios defendieron el uso de las TIC por cómo favorecen o pueden favorecer la autonomía, la cooperación entre pares, etc. de los alumnos, mientras que la Administración puso todo el énfasis en su control. Y me parece que ahi está la clave. Los colegios pueden equivocarse, por supuesto, al incorporar las TIC como podrían hacerlo con cualquier otra innovación. La Administración no quiere ninguna innovación, y tampoco ningún cacharrito, que pueda debilitar el control del profesor. Los colegios se apuntan a una corriente que ven imparable no ya en la escuela, sino fuera de ella. La Administración actúa como si dependiera enteramente de ella el acceso de los alumnos a las TIC.
La Administración madrileña, en cambio, defendió otra perspectiva. Aunque en el ambiente latía el intento de justificar la no adhesión de Madrid al programa Escuela 2.0 del Ministerio de Educación, cosa que sólo esta comunidad y la valenciana han hecho, tras ello se percibía una actitud más de fondo, y no me refiero a la confrontación permanente con el gobierno nacional -mientras fue socialista- sino a una concepción de la enseñanza. Primero se leyó el discurso de la consejera Figar, que a última hora no pudo o decidió no asistir, del cual me llamó la atención la siguiente idea central: no se puede reformar el aprendizaje sin reformar antes la enseñanza. Después, el presidente del Consejo Escolar de la Comunidad, López Ruipérez, defendió las virtudes -que, en el plano puramente técnico no cuestiono- de las aulas digitales y los institutos de innovación tecnológica, poniendo todo el énfasis en el total control ejercido por el profesor sobre lo que los alumnos hacen en sus monitores.
Pero lo que sucede es que las TIC no son un instrumento que se puede usar o no para hacer lo mismo, o lo mismo y poco más, sino una revolución en el acceso a la información y al conocimiento, es decir, en el aprendizaje. Por supuesto que se les puede cerrar las puertas de la escuela, como se puede prohibir el uso de una lengua o el movimiento natural en los niños, pero la cuestión es si la escuela quiere trabajar contra corriente, a costa de sus alumnos, o si se dispone a utilizar a su favor todos los recursos que ofrece esta revolución que tenemos la suerte de vivir. La transformación del aprendizaje ya está en marcha, la acompañe o no una reforma de la enseñanza.
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