Más interesantes aún son los datos sobre las desigualdades en el uso, aunque en realidad debería decir sobre la igualdad.
- Las mujeres las utilizan más que los hombres: 69 vs. 60%. No hay aquí, por tanto, brecha de género.
- Como era de esperar, el uso guarda relación inversa con la edad, del 83% de los jóvenes adultos de 18 a 29 años al 33% de los mayores de 65 años. Pero el uso crece más rápidamente entre los mayores.
- Raza o etnia no se asocian a diferencias significativas, o al menos no para los grandes grupos. Los hispanos (63%) las utilizan un poquito menos y los negros (69%) un poquito más que los blancos (66%), en todo caso diferencias sin significación estadística.
- La renta familiar no tiene ninguna influencia significativa, pues el uso es de hecho el mismo en los extremos. No existe, pues brecha de clase, si la renta es un indicador.
- El nivel de educación tampoco tiene influencia significativa. Se utiliza más en los extremos: 68% de los que no tenen secundaria y 67% de los licenciados y algo menos en el medio: 61% de los titulados en secundaria y 65% de los que tienen sólo algún año de educación superior. Tampoco hay brecha de clase si el indicador es éste.
- También son mínimas las diferencias asociadas al hábitat: 67% en medio urbano, 65% en el suburbano y 61% en el rural. Lo mismo.
Lo interesante de este estudio, aunque referido sólo a los Estados Unidos, es que en él parece desvanecerse la brecha digital en sus distintas versiones. De género no la hay, o es la contraria de la prevista, pues las mujeres superan a los hombres. Esto no significa que no haya contrastes o diferencias. Hace unos días twiteé una estadístca sobre el uso de Google+: 86.3% de varones y 12.5% de mujeres. Queda abierto, pues, el debate sobre qué usos hacen unos y otras, a qué ritmo se incorporan, etc.
Que la edad se asocie a diferencias no debería de sorprender a nadie. De hecho es lo que todo el mundo espera, tanto por su propia evidencia anecdótica (D. José, Pepe y Pepito) como por aparentes perogrulladas como la distinción de Prenski entre nativos e inmigrantes digitales. Pero lo interesante de los datos de Pew es que el uso de los SRS por los adultos de mayor edad crece más rápidamente y, por tanto, se reduce la diferencia, aunque todavía exista. Esto nos lleva a la cuestión de si la diferencia es etaria o es generacional, es decir, si de debe a la edad en sí misma (a los mayores les cuesta más) o a la diferencia de experiencias (unos nacieron en otro mundo y otros en éste). Como parecía razonable, la diferencia resulta ser más generacional que etaria y las desigualdades entre grupos de edad se van cerrando (lo que no significa que no se puedan volver a abrir con la próxima generación de usos de la internet, por ejemplo cuando llegue la esperada web 3.0).
Las diferencias de clase, que eran el centro de la alarma sobre la brecha o fractura digital (digital divide), simplemente no asoman. No hay diferencias entre los grupos definidos por su nivel de ingresos, su nivel educativo o su hábitat. Es cierto que los grupos definidos en la encuesta son muy amplios, de modo que si se utilizasen categorías menores más de detalle, probablemente sí que aparecerían diferencias notables, al menos para el extremo inferior; es decir, si separásemos a los más pobres entre los pobres, a los que apenas tienen educación o a los que viven en verdaderos ghettos, seguramente estarían bien apartados del resto. Pero la teoría de la brecha no decía que los grupos más marginales se quedarían a la zaga, algo que puede darse por sentado casi para cualquier estructura social, sino que se introduciría una gran divisoria entre grandes grupos: ricos-pobres, clase media-clase trabajadora, educación superior-media, etc. Lo que, al menos con estos datos, no sucede.
Las diferencias étnicas, en fin, tampoco asoman, y en los Estados Unidos etnia y clase se superponen en gran medida, y la etnia es vista como la principal línea de división social, al menos por lo que concierne a grandes minorías como negros e hispanos.
Por supuesto que se trata de indicadores bastante superficiales: sólo el uso frente al no uso, sólo los SRS, sólo diferencias entre grandes grupos. Si se observasen indicadores más sofisticados es probable que (re)aparecieran diferencias. Por ejemplo, quién usa Facebook, dedicado más bien a la socialidad cotidiana y elemental, y quién Linkedin, más asociado a la vida laboral y profesional; quién escribe y quién lee; quién hace un uso más activo o mas pasivo; quién utiliza y quién no otras aplicaciones más avanzadas; quién produce y quién consume, etc. Pero, aun así, la línea general de evolución es clara: las redes sociales en particular, y la internet en general, parecen tener una dinámica más participativa e igualitaria que otras instituciones que se jactan de ello, pero no lo demuestran, tales como los medios de difusión tradicionales o la escuela.
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