Cuando yo estudiaba 2º curso de Ciencias Económicas, en 1969-70, estrenábamos edificio en Somosaguas, un campus estrictamente diseñado para un mejor control policial. Nos habían separado y expulsado del núcleo de la Ciudad Universitaria (de las llamadas Galerías Castañeda, hoy Filosofía B) para mejor vigilarnos y reprimirnos: CC. Políticas al otro lado de la A6 y CC. Económicas (yo estudiaba ambas carreras) a Pozuelo, lo que entonces parecía una distancia inmensa. El campus de Somosaguas, en el que no había nada más, contenía edificios separados: en el centro, Rectorado y el cuartel de la Policía Armada, los grises (entonces todavía no era Nacional); alrededor, cuatro pabellones separados para los cursos 2º a 5º; más apartados, un edificio para Biblioteca y Bar-Comedor y otro para el primer curso y otras dependencias. Rodeándolo todo, una hermosa alambrada. Todo estaba diseñado para que la policía pudiese abortar cualquier conato de reunión, asamblea u otra forma de movilización; en ultima instancia, los estudiantes podríamos ser cazados como moscas contra la alambrada.
Los pabellones de 2º a 4º tenían una estructura especial: un amplio pasillo central, diáfano, al cual daban todas las aulas, de manera que, entre clase y clase, las puertas del aula debían quedar abiertas para que una pareja siempre presente de grises pudiera vigilar que hacíamos una asamblea, pegábamos carteles, etc. Una vez que llegaba el profesor se cerraban tras él y así hasta la próxima. O sea, pequeños panópticos dentro de un gran panóptico.
Y aquí es donde entra (entra y sale, para ser exactos) Gonzalo Anes. Una forma habitual de realizar asambleas en mi curso era la siguiente: Anes, profesor de Historia Económica de España, entraba por una puerta (cada aula tenia dos, a ambos lados de la tarima), los promotores de la asamblea le informaban de sus propósitos y, entonces, salía discretamente por la otra y disponíamos de unos minutos para reunirnos. Sólo unos minutos porque, tarde o temprano, subía el tono del dabate, los agentes de policía lo oían, llamaban a sus jefes y, al poco, allá teníamos a dos o tres inspectores de la Brigada Político Social encabezando a una veintena de números de la Armada para disolvernos.
El caso es que la entrada de Anes por una puerta y su amable salida por otra, apoyada por el hecho de que la irregularidad del pasillo hacía que los agentes de policía no lo notasen, hacía posibles nuestras asambleas. Desde luego que otros profesores se comprometieron con el movimiento estudiantil o con la resistencia a la dictadura en formas mucho más activas, pero, aun así, yo no dejo de recordar con simpatía aquel truco del profesor Anes.
Además, en medio de una carrera de CC. Económicas en la que ya hacía estragos la pretensión de neutralidad ideológica amparada en el despliegue de técnicas cuantitativas, y en contraste con una historiografía que todavía era mayoritariamente una hagiografía de reyes, generales, obispos, etc., la Historia Económica de España que explicaba Gonzalo Anes, apoyado en Jaume Vicens Vives, Pierre Vilar y otros, tenía un toque a la vez humanista y materialista que la revestía de interés.
Me produce cierta pena, pues, verlo hoy encabezando esa caverna en que se ha convertido la Real Academia de la Historia. Uno también tiene su corazoncito.
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