Con ocasión de la presentación del número 91 de la Revista de Estudios de Juventud, dedicado monográficamente al tema "Jóvenes y laicidad", cuya lectura recomiendo a todos los intereresados y a quines se sientan afectados por el tema, el Instituto de la Juventud ha hecho públicas las series de resultados de las preguntas planteadas a los jóvenes, desde 1967 hasta 2010, sobre sus creencias y prácticas religiosas.
De 1967 a 2010, los católicos practicantes pasaron del 77 al 10%, y los no practicantes del 17 al 45% (y la suma de ambos, por tanto, del 94 al 55%).
En la encuesta más reciente, noviembre de 2010, se declaraban católicos prácticantes un 10.3%, católicos no practicantes un 44.8%, creyentes de otras religiones un 7.7%, no creyentes o agnósticos un 19.1%, indiferentes un 7.2% y ateos un 9.6% (no contesta el 1.3%).
Si desdeñamos las décimas, que serían absorbidas por el margen de error estadístico asumido en la encuesta, los ateos son casi tantos como los creyentes practicantes, y la suma de los no católicos se va aproximando a la de católicos (44 frente a 55%).
Desde el punto de vista de un creyente esto es irrelevante, pues ni su religiosidad interior ni sus prácticas exernas se van a ver afectadas por ello, ni mucho ni poco. Pero, desde el punto de vista de la burocracia católica, que vive casi enteramente de los recursos públicos y diversos privilegios, se entiende el nerviosismo que conduce a sobreactuaciones como la reacción ante la desafortunada patochada en la capilla Somosaguas, astracanadas como la beatificación de Karol Wojtila por la curación milagrosa de la monja (¡qué coincidencia!) Marie Simon Pierre (hay cientos de charlatanes que reclaman miles de curaciones, siempre proclamadas por los sanados... pero no han sido pontífices) o el inminente show mediático que se prepara en España con Ratzinger y sus jóvenes fans.
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