El por tercera vez presidente de la Conferencia Episcopal de España, Antonio Rouco, dedicó su discurso inaugural, hace unos días, de manera especial a la juventud, lo cual hizo que, de forma obligada pero no irrelevante, se aludiera a la escuela y la red.
Sobre la escuela defendió la elección de centro y la "sinergia de familia, escuela y parroquia", que acompañó de una reflexión de calado: El Estado no puede sustituir, ni siquiera suplir, el papel propio de esas dos instituciones básicas para el desarrollo de la persona. Por su parte, la parroquia [...] ha de ser capaz [...] de actuar a modo de catalizador de la vida cristiana de la familia y de la escuela.
A primera vista es lo de siempre: el Estado no puede sustituir a la familia; pero una lectura detenida indica algo más: tampoco puede sustituir a la escuela (la diferencia entre sustituir y suplir, a estos efectos, es irrelevante). ¿Cómo podría el Estado, que crea, legisla y rige toda la escuela, gestiona la mayor parte de ella y financia casi el resto, "sustituirla" o "suplirla"? ¿Es que quiere que las escuelas públicas se independicen del Estado? Pues probablemente sí, pero no pensando en que asuman sus responsabilidades y rindan cuentas, sino en que puedan colgar crucifijos en las paredes, como todavía hacen algunas, o suspender las clases para acudir al miércoles de ceniza, como hacía la escuela a la que yo acudí en tiempos del franquismo y acaban de hacer varios centros públicos, según denuncia Europa Laica. Unos días después, el cardenal volvería a la carga con la exigencia de que la catequesis se convierta en una asignatura obligatoria (llamada Religión).
Sobre la red dijo que se ha convertido en un instrumento poderosísimo de información y de comunicación; pero también de propagación de fórmulas de vida de todo tipo, sin excluir las menos acordes con la dignidad humana. Así, los jóvenes se encuentran particularmente expuestos a la influencia desorientadora del relativismo [...]. La atracción de las “redes sociales” propicia un estilo de vida “virtual”, vacío - paradójicamente - de encuentros y de relaciones verdaderamente personales. [...] No es extraño que muchos jóvenes [...] sientan sus vidas inmersas en la mayor de las incertidumbres. Fuera de la banalidad de los tópicos recogidos, sólo llama la atención que no se hayan hecho eco de otro que siempre los acompaña: el acecho de los pederastas. Claro que no están en la mejor posición para hablar de ello.
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