Otra vez el pañuelo. Un colegio de Arteixo prohibe a una niña acudir a clase con velo, por decisión del Consejo Escolar en aplicación de un reglamento que prescribe llevar en las aulas "la cabeza descubierta". Esta norma se abrió paso en algunos centros cuando algunas tribus y bandas juveniles, siempre de varones, comenzaron a hacer de la gorra de baseball un signo distintivo. Tiene sentido en la tradición occidental para los varones y, por supuesto, puede extenderse a las mujeres si aparecen en el aula con pamelas o bandanas. Sencillamente habría que rectificarlos, afinándolos, cuando surge una nueva variante: la religiosa, concretamente el pañuelo o hiyab de las mujeres musulmanas. Pero en el caso del colegio de Arteixo ni siquiera de trata de imprevisión, pues el reglamento se aprobó el pasado 13 de diciembre, con la niña matriculada y con conciencia de casos anteriores en otros centros y de su posibilidad en éste. Se aprobó, pues, con plena conciencia de lo que sucedería.
Entonces llega la administración, incluidos el consejero Xesús Vázquez y el presidente Alberto Núñez Feijóo, y apoya la decisión porque, en palabras de este último, el pañuelo "podría atentar contra la dignidad de los alumnos" y "hay que respetar las decisiones de las mayorías en todos los países". ¡Qué talento! ¿Cuál sería la dignidad ofendida? ¿Se ha convertido Feijóo a cierto feminismo radical -haberlo, haylo- y se refiere a la de la niña? Seguro que no, pues entonces habría propuesto su prohibición en la calle y no andaría diciendo que la niña podrá ir, con pañuelo, a otro colegio, ni aceptaría implícitamente que el reglamento del centro no tiene por qué incluir esa norma. Tiene que referirse, pues, a la dignidad de los demás alumnos. Quizá estos sientan herida su sensibilidad, o la de sus padres, o la de sus profesores -que son mayoría absoluta en el consejo-. Pero esto sólo demostraría que, para el presidente, hay dos clases de dignidad: la de los suyos, que debe ser cuidada hasta en sus dimensiones puramente estéticas, y la de los demás, que puede ser violada hasta en las más profundas convicciones religiosas. ¡Santiago y cierra España!
Luego viene la lección de democracia: "respetar las decisiones de las mayorías en todos los países". ¿Quiere decir que las mujeres pueden ser obligadas a llevar el pañuelo (hiyab) si así lo decide la mayoría (de varones, sin duda) en su país? ¿También, por tanto, el velo o el burka, siempre que lo decida la mayoría? ¿También las mujeres extranjeras, desde las periodistas hasta las inmigrantes? ¿Y, si volvemos aquí, a qué mayoría se refiere: a la que aprobó la Constitución española, que ampara tanto la libertad religiosa y de culto como el derecho a la educación y la escolarización o a una docena de profes y padres dedicados a legiferar en un consejo sobre asuntos que desbordan sus competencias y tal vez hasta su comprensión?
Es triste ver padres y madres que no respetan las creencias ajenas, y patético verlo en los profesores. Se comprende mejor a las autoridades: puro oportunismo. Eso sí, todo en nombre de la democracia y de los derechos de la mujer. Sobre éstos cabe recordar que el pañuelo lo llevaban nuestras abuelas y madres, lo exige todavía la iglesia católica en sus recintos y palidece ante los tocados de las monjas (incluidas las monjas maestras), pero nada de ello ha impedido a las mujeres encontrar su camino hacia la libertad. Sobre la democracia, cada vez estoy más convencido de que no puede ni sabe ser demócrata quien no es antes liberal. La democracia no debe ser simplemente el gobierno de la mayoría, que puede ser totalitario (como Atenas), racista (como la antigua Sudáfrica), imperialista (como toda Europa), sectario y confesional (como Israel), etc. Debe partir de un profundo respeto a la libertad individual, lo que implica una autolimitación legal (colectiva) y cultural (personal): legal, pues la ley no puede permitir que instancias menores y de competencias muy circunscritas como un consejo escolar violen derechos fundamentales; y cultural, pues ningún vacío legal, ninguna analogía formal entre una boina y un pañuelo justifica que una docena de irresponsables, que probablemente incumplen o cumplen mal las responsabilidades que sí tienen, vuelquen sus prejuicios sobre una indefensa adolescente.
Pues no sé qué pensar. Coincido en mucho de lo que dice, Mariano, pero no dejo de tener la sensación de que a la hora de legislar con la religión se tiene un cuidado excesivo, un cuidado que no se tendría si se tratara de otros temas. Y pienso que no hay que dárselo.
ResponderEliminarYo siento que las prohibiciones respecto a situaciones y sensibilidades religiosas provienen todas del miedo. Y el miedo proviene del desconocimiento, de la ignorancia. El pañuelo de las niñas musulmanas no creo que ofenda a nadie que tenga la suficiente talla moral, ética y democrática. Evidentemente, para los que consideren que cualquier manifestación cultural o religiosa pacífica, diferente de la suya propia, atenta contra su propia dignidad, adolece de esa talla moral y democrática a la que me refiero.
ResponderEliminarDeseable es que lo religioso, en sus manifestaciones externas, dejara de tener tanta importancia, pero todavía no es así. Y es de sentido común que nosotros, los que vivimos en países "civilizados" debemos demostrar una especial sensibilidad por las formas de pensar de los demás.
Los comentarios de don Mariano tienen la virtud de verter mucha luz razonada sobre temas básicos que no tenemos bien asumidos, por desgracia. Muchas gracias.