¿No suena familiar la actual inoperancia de la comunidad internacional ante al aplastamiento de la revuelta libia?
Inmedatamente después del alzamiento militar-fascista contra la II República española, las democracias occidentales se enmarañaron en una política abstencionista que desembocaría en el pacto de no intervención, el 8 de agosto. Lo firmaron, entre otros, la Alemania nazi y la Italia fascista, que del principio al fin apoyaron militarmente a Franco por tierra mar y aire. En cambio, Francia, Gran Bretaña y otras democracias se abstuvieron estrictamente, y las protestas de la República y su demanda de una intervención de la Sociedad de Naciones (la ONU de entonces) cayeron en saco roto. Así fue como un ejército faccioso, con poco apoyo popular pero con un respaldo extranjero sustancial (aviación alemana, tropas italianas, bloqueo marítimo) pudo ganar una ventaja decisiva, mientras las democracias se enfangaban en su teórica defensa de la no intervención.
Hoy, el pueblo libio mal armado y organizado contempla con impotencia la escasa disposición de la UE, el G8 y Naciones Unidas para imponer una zona de interdicción aérea, impuesta por el cinismo chino y ruso pero también por la tibieza de las democracias, de los EEUU y de a OTANm mientras que el dictador derrocha fondos privados y públicos en financiar armamento y tropas mercenarias, las autocracias de Argelia y Siria le brindan su apoyo y, consciente de la impotencia occidental, la teocracia saudí invade pura y simplemente Bahrein (hace veinte años, lo mismo pero en Kuwait le costó a Irak una guerra).
La historia se repite, pero siempre en forma de tragedia.
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