Ayer fue Ibarretxe quien tuvo dificultades para hablar en la Universidad Autónoma de Barcelona, increpado por una decena de estudiantes. Le acusaban de 'torturador', y no por haber ninguneado a las víctimas de ETA sino como imaginario cómplice de las seguramente imaginarias torturas a los nada imaginariamente asesinos etarras. 'Antes en la prisión que español, no como éste", parece que dijo uno de los energúmenos que, por lo visto, había superado la selectividad.
Una semana antes había sido Aznar quien tuvo que soportar al consabido grupo de energúmenos en la Universidad de Oviedo, perfectamente organizados para reventar el acto. Que el discurso del exprensidente fuera su típica letanía de descalificaciones, como lo ha sido siempre y lo es más hoy la política de su partido en la oposición, no cambia el hecho de que lo que tenía enfrente era pura y simplemente facismo. Sí, fascismo: quienes creen que el fascismo no es tal si no lleva camisas pardas o toma prestado un lenguaje de izquierdas olvidan que, antes de tomar el poder y convertirse en regímenes totalitarios, los fascismos fueron siempre movimientos populistas, demagógicos, de ideología confusa, que meclaban ideas de derecha e izquierda (por ejemplo, nacionalismo y socialismo: nazismo), entusiastas de la acción directa y especialmente inclinados a reprimir la libertad de expresión.
Pues bien, basta con que el grupillo fascistoide de turno tome como objetivo a un político de la derecha para que mucha izquierda busque como loca la manera de celebrarlo. Y esto es lo que ha sucedido aquí, aprovechando la ocasión brindada por el gesto del dedo enhiesto de Aznar. El gesto, desde luego, no está en la etiqueta, es siempre harto discutible y debería ser tabú para los cargos públicos y no sé si para los ex. Pero no dejaba de ser un gesto, el mismo que todo el mundo usa de vez en cuando, incluso en la intimidad, y hasta podría interpretarse como una posibilidad de sustituir lo que era la respuesta debida, es decir, la policial.
Pero lo realmente preocupante me parece el largo desfile de voces públicas que, esta vez desde la izquierda (en su día le tocó pasar lo mismo -y sin gesto- a Felipe Gonzélez, entonces en la UAM, con la alegría y la connivencia de la derecha), han encontrado execrable y se han lanzado a analizar el gesto del exmandatario pero no han tenido una palabra para los energúmenos que querían impedirle hablar, como si fueran pobres amordazados que no tenían otra forma de expresar su disconformidad fuera del acto o incluso en el mismo.
Dice un refrán indio que cuando el dedo señala la luna el idiota mira el dedo. Esta vez, el dicho se ha cumplido sólo a medias: el dedo, desde luego, no señalaba a la luna, pero el idiota sí que miraba el dedo. O quizá no sean idiotas, lo que sería aún peor.
Claro que, teniendo en cuenta que llevamos seis años esperando oír a Rajoy llamar a Zapatero "señor presidente", incluso apenas "presidente", en vez del habitual y contextualmente insultante "señor Zapatero", ¿de qué puede quejarse el PP?
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