Si ha habido un milagro económico en el siglo XX no ha sido el alemán, ni el japonés, ni siquiera el irlandés, ni mucho menos el español, sino el coreano. Corea era un país feudal a principios de siglo, colonizado por Japón y sangrado por la guerra a mitad y un tigre asiático ya a finales. En materia educativa, a mediados de siglo la cuarta parte de la población mayor de 13 años era analfabeta, mientras que ahora encabeza todos informes PISA. Leo con interés que, en numerosas familias surcoreanas, la madre y los hijos se trasladan a Nueva Zelanda para que éstos aprendan en un contexto anglófono y salgan capacitados para integrarse en una economía global.
No pretendo sugerir que se siga el ejemplo, ni en supeditar la vida familiar y comunitaria de los niños al logro académico ni menos aún en supeditar a ello la trayectoria de las madres, pero no puedo evitar la comparación con España, donde toda ciudad con cien mil habitantes tiene o exige su propia Universidad para que los hijos no se alejen de casa y los profesores de secundaria promocionen en el lugar (y donde se puede pasar un decenio aprendiendo inglés en la escuela y salir sin idea del mismo, lo que también tiene su mérito). De hecho, antes, la limitación de los institutos de bachillerato a las capitales de provincia, algo parecido con los seminarios, y el servicio militar, ayudaban a perder el pelo de la dehesa, mientras que ahora la propia escuela se dedica a menudo a cultivarlo en nombre del conocimiento del medio, la construcción nacional o las raíces.
En Estados Unidos, donde no llegan al furor coreano pero dejaron hace tiempo el provincianismo español, los hijos van invariablemente a estudiar a un college (universidad) situado lejos del hogar familiar, lo cual da a ambos un respiro y contribuye a su socialización en y para un contexto público. En España, hijos y padres se saturan recíprocamente en un ambiente neurotizado mientras numerosas miniuniversidades languidecen en el reflujo demográfico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario