26 jul 2008

Eduardo Terrén, in memoriam

Nacido en Jaca hace 46 años, Eduardo perdió la vida al caer por un barranco mientras ascendía con su esposa el Garmo Negro, en Panticosa. Tras titularse en filosofía se vio atraído por la sociología, con una segunda licenciatura y su tesis doctoral, por la Universidad Complutense. Pronto se convirtió en profesor titular de la Universidad de A Coruña y luego en Salamanca. Su primer trabajo (Educación y modernidad: de la utopía a la burocracia) fue sobre la evolución de los sistemas escolares en la posmodernidad, pero luego se interesó prioritariamente por la escolarización de los imigrantes y la organización de la educación (mencionaré sólo Incorporación o asimilación: la escuela como espacio de inclusión, y El contacto intercultural en la escuela, dos libros recientes).

Yo tuve el orgullo de acompañar parte de su carrera académica, desde la dirección de su tesis en la primera mitad de los noventa (aunque ya entonces sabía volar solo), pasando por su incorporación a Salamanca y por media docena de trabajos de investigación compartidos, hasta una reciente compilación conjunta sobre organización escolar y otra sobre educación de los inmigrantes, y puedo decir sin resquicio de duda que se ha perdido un magnífico sociólogo, riguroso en su trabajo, exigente consigo mismo, de gran potencia intelectual y compromiso ético, a quien no podremos sustituir.

Pero Eduardo fue también alguien de gran calidad humana, dentro y fuera del trabajo. En esa fase vital en que los profesionales junior se sobresaltan cuando ven llegar al senior, los jóvenes investigadores del grupo me dicen que con él era distinto, por su proximidad y su empatía. Los mensajes y comentarios ante su muerte recuerdan siempre su energía, su afectividad, sus ganas de trabajar y de vivir. Y fue también un inmejorable hermano, marido, padre y amigo. Huérfano desde los doce años, sus cuatro hermanas lo recuerdan como el hermano mayor que siempre las arropó. Con su mujer, Elia, compartió no sólo una vida intensa hasta el último día, sino un gran interés común por la cultura árabe y la inmigración magrebí. Para sus hijos, Alberto y Eduardo, que hoy quedan huérfanos a la misma edad que él, fue un padre muy cariñoso y de una gran dedicación. Un magnífico ejemplo, por cierto, de conciliación de vida familiar y laboral, que lo mismo se presentaba a una reunión de trabajo con los niños en bicicleta que los involucraba en llevar un cuaderno de campo de su experiencia escolar, siempre en una relación de complicidad. Quienes disfrutamos de su amistad recordaremos siempre su nobleza, su buen carácter y su generosidad.

Se antoja inverosímil lo sucedido. En la distancia larga, por ver truncada la vida de un hombre en su mejor momento vital y profesional y quebradas las de su mujer y sus hijos. En la corta, porque se trataba de un montañero experto, prudente y meticuloso en un ascenso fácil para él, que simplemente estaba disfrutando. Queda el consuelo de que no sólo llevó una vida buena, íntegra, sino también una buena vida, feliz, hasta breves instantes antes de expirar en brazos de Elia.

1 comentario:

  1. Anónimo19:27

    Soy Walter Alonso, alumno del pr. Eduardo Terrén. "La noticia se antoja inverosímil", y cierto que aún no he podido asimilarlo. Me gustaría que este mensaje a su cuaderno de campo sea mi pequeño, pero sentido homenaje.

    Un abrazo Eduardo.

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