Como otros tópicos gremiales, el término se ha convertido en un fetiche. Curiosamente, se asocia a una tradición con otro nombre: renovación, por los MRP. Jaume Martínez Bonafé, con un irreprochable expediente innovador y emerrepero a la vez, define la innovación como el deseo y la acción que mueven a un profesor o colectivo de profesores a intentar realizar mejoras en su práctica profesional, con la finalidad de conseguir la mejor educación para sus alumnos (cito de segunda mano, pero bien). Pero ¿por qué llamarlo innovación? Ya sé que no es sólo mejora, pues apuntando a las prácticas profesionales deja fuera, por ejemplo, mejorar la educación reformando los edificios, algo también factible pero que, sencillamente es otra cosa. Está bien, sin embargo, que diga sólo mejorarla, ya que esto puede suponer prácticas nuevas o, por qué no, volver a algunas viejas. Cabe convenir que, en general, la educación mejora con la innovación, pero sabiendo que, salvo en la filosofía de los papanatas, nuevo y mejor no son sinónimos. Nazismo y el estalinismo, v.g., fueron espectaculares innovaciones sociales (¡y pedagógicas!); sin ir tan lejos, la incorporación de la matemática moderna en primaria fue una innovación... y un desastre. Cualquiera sabría elaborar una lista de fiascos.
Cierto que innovar es elegir, decidir, pero ¿y si decido, elijo, reflexiva y responsablemente, mantener una práctica ya vigente, o recuperar una anterior? No podrá decir que soy innovador, al menos en esa ocasión, pero ¿y qué? ¿Seré por ello menos profesional, menos responsable, menos comprometido con su trabajo? Otra ventaja de poner las cosas en su sitio: quien reclama profesionalidad, responsabilidad, compromiso... no se centrará en el contenido (aunque no le sea indiferente), sino en la actitud; quien reclama innovación se puede ver arrastrado por la tentación de discriminar lo que es innovación y lo que no, es decir, de señalar la línea correcta.
Nuevo o viejo? esa no es la cuestión. Se trata de ponerse a pensar a quién se beneficia y a quién se perjudica con cada continuidad y cada cambio. A saber... la vieja tradición de incluir a todos los habitantes del mundo que así lo deseen dentro de la escuela estatal argentina es, por donde se lo mire, una medida progresista. Por otro lado el nuevo diseño curricular, que pone en discución la propiedad del saber (por lo menos lo propone) y pone en cuestión las viejas tácticas docentes de inferiri maltratos para mantenr el orden y la correcta ortopedia mental infantil es ineludiblemente mejor que el pasado
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