Zapatero, a tus zapatos, y no lo digo por quien creen, sino por James D. Watson, quien hace medio siglo descubriera, con Francis Crick, la estructura del ADN y ahora sale afirmando que los negros son menos inteligentes que los blancos. De las filas de la biología y la psicología han surgido ya otras justificaciones del racismo, la eugenesia y otras lindezas cada vez que se ha querido explicar fenómenos sociales que discurren en otro nivel de complejidad. Créanme que no vale la pena dedicar ni un minuto al tema de fondo, tal como se plantea. Por mucho que lo haya dicho Watson, el en otras cosas brillante biólogo, el premio Nobel, el descubridor de la hélice, su argumento no vale más que el de un carretero –me permito aludir a este oficio precisamente porque ya no quedan, al menos por aquí. Al fin y al cabo, se reduce a esto: aunque nos encantaría que fueran tan inteligentes como los blancos (¿seguro?), quienes tratan con empleados negros saben que esto no es verdad.
¿Se dan cuenta? Un tipo que descubre el ADN y gana el Nobel no tiene mejor argumento que el habitual como todo el mundo sabe, es decir, ninguno. También se sabía que los asiáticos no podrían alcanzar nunca a Occidente, y lo han sobrepasado, o que el sol se levanta cada mañana, y resulta que es la tierra la que da vueltas en la cama. Lo que llama la atención es el efecto halo por el que alguien que sabe de una cosa cree que puede pontificar de otra, o por el que el público que le admira por la primera le escucha siquiera sobre la segunda. Quienes tienen empleados (sobre todo si son empleados domésticos, que seguramente son los que Watson tiene), siempre han sabido que eran algo inferiores, aunque les duela: se ha dicho del negro perezoso, del mujik indolente, del indio holgazán, de las españolas en París, de los bengalíes en Kuwait, y así hasta mil, porque es lo que el opresor quiere pensar del oprimido para reconciliarse consigo mismo. Elemental, querido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario