Hubo un tiempo en que las escuelas eran injertos nuevos en comunidades largamente establecidas. A una aldea o un pueblo que llevaban ahí cientos de años, o a barrios obreros en los que las mismas familias habían vivido por generaciones, llegaban una institución nueva, un maestro formado en otro lugar y una cultura eminentemente urbana. Se dijo en su momento que el maestro era, por eso, un extraño sociológico. Esto tenía sus inconvenientes, en particular su escasa disposición a comprender u otorgar cualquier reconocimiento a la cultura popular, aunque también tenía sus ventajas, pues la escuela era precisamente una ventana a un mundo que, de otro modo, difícilmente habría llegado ahí.
Esa relación entre la institución y la comunidad ha cambiado de forma espectacular. La nueva familia típica, ahora, se desplaza a un lugar que no es ya el de sus padres, sea porque cambia de ciudad o porque ha de ir a un anillo más periférico. Esta movilidad geográfica, a menudo también ocupacional y social, convierte a todos en recién llegados. En su nuevo barrio, sus primeros amigos suelen ser los padres de los amigos de sus hijos; la primera institución en la que pasan algo más que un cuarto de hora para pedir un certificado es la escuela; la primera asociación a la que se afilian o con la que se relacionan es la de padres de alumnos; es posible que también voten ahí, que se reúna en ella su comunidad de propietarios, que acudan a clases de gimnasia aeróbica, etc. No digamos ya si no se trata de nativos cambiando de barrio sino de inmigrantes llegados de otro país: la escuela no sólo será su primer escenario público sino también aquél en el que su forma de estar y ser tratados les acerca más al estatuto de ciudadanos, tal vez el único.
La consecuencia es obvia e inequívoca: la escuela ya no se impone ni se superpone a la comunidad, sino que es la mejor oportunidad y puede ser el más eficaz instrumento para (re)construirla. Por eso resulta tan desolador cuando se pasan la mitad del tiempo cerradas o dan la espalda a su entorno.
Comparto plenamente tus reflexiones, que me recuerdan vivamenta al coloquio que mantuvimos en el instituto hace algunos años después de ver "Los cuatrocientos golpes", de Truffaut.
ResponderEliminarTeníamos un Cine Club, que vivió durante cinco cursos, y en esta sesión hablamos del papel de la escuela en el mundo actual.
Y todos los profesores presentes coincidíamos en que uno de los retos ineludibles que tenemos por delante es abrirnos
al entorno, lo que no se da fácilmente en todos los centros por distintas razones.
Conectar con el mundo que nos rodea, empezando por el de nuestro alumnado, es sencillamente una necesidad si queremos que nuestra labor docente no se limite a una mera transmisión de conocimientos.
Y para ello nuestros jóvenes cuentan con alternativas muy eficaces hoy día. Ante los aprendizajes vacíos de sentido no hay que sorprenderse de que su reacción sea volvernos la espalda.
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