Me alcanza en Puerto Rico, en el 1er Congreso Santillana de Educación, la noticia de que los demócratas norteamericanos acaban de ganar la mayoría en las dos cámaras, lo que cambiará a medio plazo el panorama global. Y las mismas personas que por la mañana celebramos la derrota de Bush, por la tarde escuchamos con satisfacción la intervención de María Hernández, secretaría de Educación en su gobierno, pues lo que oímos no es, como muchos esperarían, la defensa de una política partidista, conservadora y neoliberal, sino la de un acuerdo bipartidista (entre demócratas y republicanos) sobre cómo mejorar las escuelas norteamericanas. Efectivamente, la ley No child left behind (Ningún niño debe quedar atrás) fue redactada mano a mano por los equipos de Bush y de Ted Kennedy, que entre los demócratas representa el ala más liberal (lo que en EEUU significa socialdemócrata). Martin Carnoy, prestigioso experto en educación del ala demócrata más radical (los antes democratic socialists, de Tom Hayden —y, en su tiempo, Jane Fonda—), me dijo una vez que esa ley tenía un texto demócrata pero un presupuesto republicano (o sea, manifiestamente mejorable).
Aquí sería impensable, en los tiempos que corren, un acuerdo entre los grandes partidos, menos aún entre la izquierda de la izquierda y la derecha de la derecha. La educación no se trata como un tema de estado, es decir, de interés común, sino como un objeto arrojadizo de la política, en particular por la derecha. Del otro lado, a nadie se le oculta que los temas de No child left behind, en particular su énfasis en la responsabilidad de los centros por el progreso de los alumnos, serían aquí anatemizados por muchos docentes y sus portavoces como el último ataque contra la escuela pública —en realidad, contra el sector durmiente del funcionariado. Pero, la mayoría de las veces, los temas escolares son de mero sentido común, es decir, el terreno ideal para el consenso social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario