Dos preguntas del nuevo T.E. (Trabajadores de la Enseñanza) Digital y una respuesta: 1.- ¿Qué medidas crees tú que podrían implantarse en los centros para incentivar a esa gran parte del profesorado que actualmente se encuentra desmotivado? 2.- ¿Crees que es positiva la promoción interna del profesorado? En caso afirmativo, ¿cómo podría articularse esta promoción sin necesidad de cambiar de puesto de trabajo?
Permitidme que conteste las dos preguntas juntas, pues lo que se me ocurre por separado sería reiterativo. Debo empezar por decir que no lo sé, que sólo tengo ideas generales al respecto, aunque creo que ésa es la situación de todos. Creo que hemos dado respuestas demasiado simples (por ejemplo, subidas salariales que, precisamente por su carácter abstracto, se convierten enseguida en subidas para todos) o arbitristas y arbitrarias (como el ascenso a través de un cuerpo único). Me parece que está todavía por hacer con el profesorado, en lo que concierne a los incentivos, lo que los analistas de mercados nunca dejan de con los consumidores para lanzar un producto ni los analistas políticos con los electores para lanzar una campaña: un estudio en profundidad de sus valores, sus deseos, sus temores, sus frustraciones… Debemos dejar que sea el profesorado quien diga qué le motiva, pero en un contexto discursivo libre y sin condicionantes, no en el asfixiante ambiente corporativo de los claustros
Dicho esto, creo que lo que el profesorado reclama es, ante todo, reconocimiento del trabajo hecho y más aún del trabajo bien hecho. Es una falacia afirmar que la profesión no goza de reconocimiento colectivo, como lo muestran diversas consultas de opinión, entre ellas el penúltimo barómetro del CIS. Pero es una verdad como la copa de un pino que no existe ningún o casi ningún reconocimiento individual, que da igual hacerlo bien que hacerlo mal e incluso, a menudo, hacer algo que no hacer nada. Esto es lo que verdaderamente desmoraliza (la moral, entendida en este sentido, es un estado de ánimo individual), pero, como es lógico, ningún claustro va a votar una resolución diciendo que hay que separar el trigo de la cizaña. Esto es también lo que quieren decir muchos educadores cuando afirman que su labor es “puramente vocacional”, algo que podría entenderse así: si quiero, lo hago, y hasta lo hago bien; si no quiero, no lo hago o lo hago mal; y si lo hago y lo hago bien es porque quiero, o sea, porque personalmente me satisface, ya que no voy a obtener ningún reconocimiento externo y hasta puede que obtenga lo contrario. Machado, con buen criterio, hizo decir a Juan de Mairena: “Entre hacer las cosas bien y hacer las cosas mal está la posibilidad de no hacerlas; por eso los malhechores deben ir a la cárcel.” El que no crea en la enseñanza, que se vaya. Para quien se quede, debe haber reconocimiento e incentivos al trabajo hecho y bien hecho y rechazo y sanciones para el mal hecho o evitado.
Pero también opino que, sin olvidarlos, hay que relativizar los incentivos tradicionales: dinero y ascensos. El dinero es importante, pero no sólo de pan vive el hombre, el profesorado no está mal en general y la nómina global es muy voluminosa y, por tanto onerosa. Los ascensos están bien, pero los centros son organizaciones muy pequeñas (si nos atenemos a su personal operativo, los trabajadores) y mayoritariamente profesionales (los otros trabajadores son residuales), al contrario que en la empresa típica, que puede ser mucho más grande pero con un núcleo técnico-profesional-directivo proporcionalmente más pequeño). Se me antoja que quedan dos grandes capítulos que explorar. El primero es el simple reconocimiento simbólico: menciones, distinciones, agradecimientos, homenajes, medallas… me da igual. En mi actividad profesional e investigadora he tratado a muchos profesores, lo mismo que entre mis amigos o en mi familia, y les he visto mostrarme con entusiasmo un pequeño regalo con una dedicatoria de sus alumnos o comentar con satisfacción una carta de gratitud o un encuentro emotivo con un antiguo pupilo, pero nunca una nómina. El segundo es el de la promoción puramente profesional —que no debe confundirse con la jerárquica—, por ejemplo a través del acceso preferente a ciertas actividades formativas de especial valor, la cooptación para participar en proyectos de mejora o innovación, el reconocimiento como consultores expertos para los asuntos en que se hayan mostrado especialmente competentes, la concesión de periodos sabáticos, etc.
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