En una mesa redonda hace pocos días y con cierta frecuencia, últimamente, en la prensa, he vuelto a oír o leer quejas sobre la masificación. Siempre cabe responder que lo que para algunos es masificación (lo que equivale a degradación, deterioro, decadencia, crisis…) para otros es universalización (del acceso o de la oportunidad, según el nivel, lo que respectivamente significa igualdad o equidad, democratización o apertura…). Pero no se trata siquiera de que un mismo fenómeno pueda verse de dos maneras, como la botella medio llena del optimista o medio vacía del pesimista. Se trata de una distorsión, e interesada, de la realidad.
Ni en su sentido más pedestre, responda el epíteto a la verdad: mientrasla población se mantenía prácticamente estable, pasamos de 9.192.611 alumnos no universitarios en 1981-82 a 8.051.040 en 1993-94 y 6.859.287 en 2002-03. ¿Dónde está la masificación? Una respuesta sería: en la Universidad, de medio millón a millón y medio en el mismo periodo, pero hoy no toca. Otra viene más al caso: en el profesorado. Mientras los alumnos caían como se ha descrito, en 1993-2003 los profesores pasaban de 460.716 a 548.793. Entre 1990-91 y 2001-2002 se pasó de 18,8 a 13,4 alumnos por profesor. ¡No está mal!
Una evidencia, pues: no hay masificación, sino reducción del número absoluto de alumnos, del número de alumnos por aula y del número de alumnos por profesor. Y una advertencia, a no olvidar cuando se habla desde o sobre los niveles educativos no obligatorios o los que han pasado a serlo con la LGE y la LOGSE: si no aumentaran los alumnos ¿por qué habrían de hacerlo los profesores? Por más importante que sea la ratio, que el principal motor del empleo docente es la demanda discente. Dicho en plata: parte del profesorado, quizá incluidos los que más se lamentan, nunca habrían llegado a serlo, pues nadie los habría necesitado.
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