¿Debe influir la masacre de Madrid en el voto de los españoles? Sin duda va a hacerlo, aunque es difícil decir cómo y, sobre todo, cuánto. En las últimas horas han cundido los nervios por doquier, muy especialmente en torno a la atribución de la autoría del atentado y la información sobre las pistas policiales. Estos nervios provienen de la convicción de que su imputación a ETA favorecería electoralmente a la derecha, mientras que su adjudicación a Al Qaeda beneficiaría a la izquierda. La hipótesis es compartida por ambos bandos, y de ahí la pugna sorda y no tan sorda en torno a la información. Me parece claro que el gobierno y su partido se han resistido a aceptar el desplazamiento de los indicios del terrorismo vasco al islamista, y mucho más sus corifeos mediáticos (hay que leer las portadas de La Razón, ABC, Libertad Digital, La Estrella Digital y otros), y es obvio que el más leve sesgo informativo, sea por activa o por pasiva, resulta inaceptable en vísperas de unas elecciones (sin ellas, por cierto, el trabajo policial probablemente se habría beneficiado de más discreción). Pero tampoco me han gustado las primeras declaraciones solemnes de Zapatero, algo así como “No voy a decir lo que me gustaría decir porque a muchos de ustedes no les gustaría que lo dijera, pero espero que todos lo entiendan como si lo hubiera dicho y actúan en consecuencia como yo creo que deben hacerlo”, ni mucho menos el llamamiento a las manifestaciones ante las sedes del PP surgido oficiosamente y nunca rechazado desde las filas de IU, pues nadie necesitaba esa cacerolada a esas horas para sacar sus propias conclusiones de lo que está sucediendo.
No sé, insisto, en qué sentido influirá el atentado, pero me parece que los nervios son producto también de las cortas miras. Sean galgos o podencos los criminales, creo que la dureza del terrorismo generará en todo caso apoyo al PP porque éste, con su estrategia de firmeza democrática, ha mostrado siempre una actitud más inequívoca y decidida contra el entorno de ETA y, sobre todo, contra la pantalla legal y los instrumentos políticos del terror. Pero también creo que la solidaridad con las víctimas, la apuesta por la democracia y la identificación con la comunidad nacional propiciarán una mayor participación electoral, lo cual, dado que el abstencionismo se sitúa hoy mayoritariamente a la izquierda, puede favorecer en mayor medida a ésta y, dentro de ella, al PSOE. Por lo tanto, es posible que los efectos se compensen mutuamente. Ya veremos.
En todo caso, sí creo que cada uno debe votar mañana lo que pensaba votar, o habría votado en caso de hacerlo, una semana antes. Yo votaré, esta vez, al PSOE, pero con desgana y por los pelos, pues entiendo perfectamente a quienes apuestan por la política antiterrorista del PP, a pesar de sus exabruptos, y desdeñan la lentitud de reflejos o los devaneos con los nacionalistas del PSOE y más aún de IU, a pesar de sus presuntas buenas intenciones. No ignoro de ningún modo que este atentado tiene que ver con el apoyo a la guerra de Irak, pues ya lo advertí hace un año (véase el texto “El amigo americano”, en este mismo cuaderno, algo que repetí, por ejemplo, en las ondas de Intereconomía), pero he de añadir que nunca he compartido la beatífica seguridad de quienes gritaban no a la guerra sin condiciones. Puedo decir que yo estaba en contra, aunque por bien poco. Por el contrario, no me impresionó nada la “incondicional oposición” a una guerra que se veía tan lejana y de la que se sabía, al fin y al cabo, que no dependía ni mucho ni poco del gobierno español, y por eso me pareció perfectamente coherente que más del 90% del electorado se declarase contrario a ella y luego votase mayoritariamente, en las convocatorias municipales y autonómicas, al gobierno que la había apoyado, y no compartí el estupor post-electoral de mis amigos de izquierda. En este país hay demasiada gente que combina un moralismo encendido en todo lo que le queda lejos con un pragmatismo oportunista en aquello que le afecta más de cerca.
En fin: a votar, que es lo que importa.