Los siete primeros clasificados en PISA son sistemas
educativos asiáticos: Shanghai (23 millones), Singapur (5), Hong-Kong (7),
Taipei (3, pero Taiwan 23), Corea (del Sur, 50), Macao (0.5, pero toda China
13.550), Japón (128). Hasta Vietnam (89), incomparablemente más pobre y
atrasado y tras decenios de guerra, se coloca en la decimoséptima posición, 17
puntos por encima de la media de la OCDE y 27 por encima de España. Al margen
de los necesarios debates y las innecesarias sutilezas sobre la validez de las
pruebas de competencias, los parecidos y diferencias entre la ética protestante
y la confuciana o las desiguales virtudes propedéuticas del ábaco y el latín,
este palmarés o ranking PISA, tan denostado por algunos (sobre todo por aquellos
de quienes cabe sospechar que puedan tener alguna relación con los resultados)
es hoy el mejor indicador sobre el nivel de cualificación de la fuerza de
trabajo por países, las agencia
calificadora para las inversiones productivas. Si los que buscan productos
financieros rentables se van a ver los ratings
de Standard and Poor’s, Moody’s o Fitch para saber qué pueden esperar de la
deuda de sus gobiernos o sus bancos, quienes quieran hacer inversiones
productivas tendrán que ver PISA, para saber lo que pueden esperar de sus posibles
futuros trabajadores. Verán también otras variables, sin duda alguna, pero es
muy posible que empiecen por esa: la cualificación de la mano de obra… al menos
para aquellos procesos productivos que la requieran. Tomemos PISA, pues, como
una advertencia de lo que se nos viene encima: por un lado, como aviso de la
pujanza de los países de Asia Oriental (y falta la India, que además habla
inglés y que, aunque tenga millones de niños mal escolarizados, está abordando
iniciativas muy innovadoras en el uso combinado de escuela y tecnología), algo
de lo que aquí no somos muy todavía muy conscientes pero que en los Estados
Unidos es casi un tema obsesivo; por otro, como recordatorio de nuestra
acomodación a la mediocridad, que, si no le ponemos pronto remedio,
terminaremos pagando muy cara (ya hemos empezado). Escribo estas líneas desde Belgrado,
con ocasión de un congreso sobre abandono escolar que reúne a la mayor parte de
los países del sudeste europeo (mas de la mitad de los cuales son las
repúblicas hoy fragmentadas de la antigua Yugoslavia), que, por cierto, están
ya en o a las puertas de la UE y tienen tasas de abandono muy inferiores a las
nuestras. Conviene mencionar también que, en el decenio que ya lleva PISA
ofreciendo resultados, algunos sistemas escolares no asiáticos han mejorado
notablemente sus resultados, como es el caso de Polonia, Portugal, Turquía,
Alemania, Estonia, Italia y Albania y, fuera de Europa, Israel, Chile, México o
Brasil. Polonia y Portugal, en particular, son dos experiencias por las que
deberíamos interesarnos, por su parecido a España en distintos aspectos.
Pero es verdad que PISA no es siquiera el único indicador de
la calidad de la fuerza de trabajo. Están también TIMMS y PIRLS, que
seguramente ningún empleador conoce, y está el mal llamado boca a boca (mejor boca a
oído, o de boca en boca), es
decir, lo que los usuarios, en este caso los empleadores, se cuentan entre sí
(pienso en la mítica buena reputación de los inmigrantes españoles como obreros
en Alemania o como asistentas en Francia), que en este caso puede que no llegue muy
lejos. Están, eso sí, las tasas de graduación de los jóvenes por países, que
todos los años publica la OCDE en su Education
at a Glance (Panorama de la Educación)
y por otras vías. Por la última edición,
de 2012, averiguarán que en España la tasa de graduación en estudios
universitarios o equivalentes alcanza el 30%, por debajo de la media de la OCDE
(39%), suficiente para nutrirlas de directivos y cuadros medios… si es lo que
quieren y si logran entenderse con ellos (el inglés es otro de los agujeros del
sistema español), pero es más probable que se interesen por las cifras de
graduación en educación secundaria, tanto superior (nuestros bachillerato y
ciclos de formación profesional de primer grado, al menos) como básica (nuestra
ESO). Entonces averiguarán, en Education
at a Glance, que en España se gradúa ya en secundaria superior el 80% de la
población, aunque otro organismo, Eurostat,
es menos generoso en el cómputo para su Labour
Force Survey y nos achaca un abandono escolar prematuro (el reverso de la
graduación en secundaria superior) del 25% (quizá porque se niega a descontar
los PCPI, CGS y similares), el más elevado de Europa con diferencia. Si
encuentran dónde, pues estas cifras ya no son de interés para los organismos
internacionales, que dan por sentado el éxito en la en la enseñanza obligatoria
en el hemisferio norte (pero están, por ejemplo, en los indicadores del INEE,
indicador C3), podrán averiguar también que la tasa bruta de graduación en la
enseñanza obligatoria es de sólo del 74.1%, menos que la que da la OCDE en
secundaria superior (lo que quiere decir que una buena parte de esta última
llega por la vía de la segunda
oportunidad). Tasas de fracaso y de abandono superiores al veinte por
ciento son más que alarmantes, aunque puedan considerarse un alivio si
recordamos que, en el curso 2005-2006, llegaron a fracasar tres de cada diez y,
a abandonar, cuatro de cada diez alumnos (en realidad, tres de esos cuatro no abandonaron sino que simplemente vieron
cerrado cualquier camino: eran los certificados
–no graduados-, es decir, los suspensos de la ESO.
Y con esto quiero llegar a otro aspecto del último informe
PISA. En las cuatro ediciones de las tres pruebas España se ha visto ubicada a
una distancia de entre siete y treinta y nueve puntos absolutos respecto de la media, la mayoría de las veces
entre diez y veinte. Esto no es para dar saltos, pero significa simplemente
quedar un poco por debajo de la media (situada por convención en 500 puntos).
Sin embargo, encabezamos las listas europeas de repetidores de curso, de fracaso en la enseñanza obligatoria (no
graduación en secundaria inferior) y, según se mida, de abandono escolar
prematuro (no graduación en secundaria superior). O sea, pequeñas diferencias
en PISA y grandes en titulación. No hace falta recordar que PISA es una prueba objetiva (externa y similar para todos)
y la acreditación depende de los profesores de cada alumno, que son los únicos
que lo califican hasta que intenta entrar en la Universidad, si es el caso.
Pero PISA 2012 nos ha hecho notar también otra cosa: que los docentes españoles
trabajan en soledad. Apenas un 10% del
alumnado estudia en centros en los que los profesores expertos supervisen de
algún modo a los noveles (frente al 69% de media en la OCDE), un 22 % lo hace a
escuelas en las que los docentes contrastan entre sí sus programaciones, sus
lecciones o sus medios de evaluación (60% en la OCDE) y un 13% a escuelas que
hagan públicos, para las familias y/o para la sociedad, sus resultados
académicos globales (43% en la OCDE). Por eso es obligado preguntarse si las
distancias entre España y Europa, pequeñas en PISA, grandes en titulación y
enormes en hábitos profesionales, no tendrán mucho que ver entre sí; o, más
exactamente, si las dos primeras distancias, así como su distancia entre
distancias, no tendrán una causa fundamental en la tercera.
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