Extractos de mi artículo en RASE 9,1. Ver texto completo.
El 2 de julio de 1964, dos días antes de la fiesta nacional
norteamericana, entraba en vigor la Ley 88-352, 78 Stat. 241, de
Derechos Civiles (Civil Rights Act of 1964), prohibiendo toda
forma de discriminación basada en la raza, el color de la piel, la
religión, el sexo o el origen nacional. Incluía el mandato de
investigar la segregación racial en las escuela públicas, un
trabajo que el Departamento de Educación iba a encargar directamente
a comienzos de 1995. He ahí el origen del llamado Informe
Coleman, más propiamente
Equality of Educational Opportunity Survey (Coleman,
1966).
James S. Coleman |
[...]
Como suele suceder con estos
informes, casi nadie los lee pero todo el mundo habla de ellos, y lo
que se extendió sobre éste fue que lo importante era la familia, no
la escuela. “¿Imaginas lo que ha encontrado Coleman? Las escuelas
no cuentan nada, lo que cuenta es la familia.” Así aseguraba
Godfrei Hodgson (1975:22)
que se lo resumió Seymur M. Lipset a Daniel P. Moynihan [...]
[...]
En un primer momento, las
conclusiones del informe no agradaron a quienes esperaban una
legitimación de las políticas educativas de la Gran
Sociedad, el ambicioso programa
de lucha contra la igualdad y la discriminación lanzado por la
presidencia demócrata de Johnson. Si los recursos escolares no
eran tan relevantes como se esperaba, ¿para qué seguir gastando en
programas de educación compensatoria o interfiriendo desde el
gobierno federal en las políticas locales?
[...]
Un decenio más tarde, su análisis
se tornó más escéptico. En 1973
fue invitado por el Urban Institute de Washington
a contribuir a un libro
conmemorativo de su segundo centenario y decidió analizar las
tendencias en la integración racial en las escuelas. Tras
estudiar
datos la de
Comisión de Derechos Civiles sobre
dos decenas de distritos escolares, llegó a la conclusión de que el
traslado de alumnos negros a escuelas situadas fuera de sus barrios,
para convertirlas en interraciales, estaba provocando, intensificando
o acelerando la huida de familias blancas a zonas racialmente más
homogéneas, es decir, sin negros.
|
[...]
Antes de
este informe, la calidad
escolar se identificaba con la cantidad de recursos empleados. Una
escuela con más profesores, o con profesores de credenciales más
avanzadas, se consideraba mejor que otra con menos, lo mismo que con
otros indicadores de cualquier otro servicio: ratios más bajas por
aula, más camas hospitalarias por habitante, etc. El propósito del
informe era precisamente detectar el desequilibrio en los recursos y
justificar su reequilibrio. Pero, al añadir los tests de aptitud y
rendimiento [...],
Coleman dio el salto de los factores al producto, del input
al output:
ya no se trataba, o no sólo, de ver cuántos medios tenían las
escuelas, sino de qué eran
capaces de conseguir con
ellos.
No obstante, Coleman se mantuvo
aferrado a la perspectiva de analizar la escuela, como los
economistas hacen con
la empresa, a partir de un
modelo de función
de producción: x
factores producen y
producto. Al hacerlo se mantenía, con todas sus limitaciones, la
perspectiva de la caja negra:
se veía qué entraba (recursos) y qué salía (resultados) de la
escuela, pero no qué sucedía dentro
de ella.
[...]
Por ultimo, cabe decir que el
informe redefinió, y con efectos sustanciales, la igualdad
de oportunidades. El concepto de
tal que manejaba la Ley de Derechos Civiles y que latía tras el
encargo de la investigación era que las oportunidades eran los
recursos: si los niños negros van a las mismas escuelas, tienen
iguales profesores y son beneficiarios del mismo gasto… entonces
hay igualdad de oportunidades. Pero lo que Coleman vino a decir fue
que, a pesar de todo eso, no las tenían, que si sus resultados eran
tan desiguales con recursos iguales era que iguales recursos no
representaban iguales oportunidades.
En definitiva, desplazó la atención de la igualdad de oportunidades
escolares a la
igualdad de resultados, también escolares.
[...]
El caso es que los truenos de Zeus
cayeron sobre Coleman. Zeus era, en el año 73 y el Olimpo
sociológico, Alfred
McClung
Lee, de quien ahora sólo unos pocos ancianos se acuerdan y a la
mayoría de la profesión no le suena de nada, ni siquiera allí. Era
entonces el presidente (1976-77)
de la American Sociological Association y decidió nada menos que
pedir aparatosamente
la condena y expulsión de James Coleman.
No consiguió ni una ni otra [...].
[...]
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