Leo el manifiesto La
educación que nos une... y no me
lo puedo creer. Menos aún que el montaje Operación
Palace
sobre el 23-F. Diría incluso que está escrito con parecida
intención, mostrar que necesitamos tomarnos el asunto más en serio
mediante el recurso de revelar un presunto complot... pero sin
ninguna gracia.
“Contra Franco vivíamos mejor” era una de las
boutades favoritas de
Manolo Vázquez Montalbán. Por
supuesto que nadie decente ha podido vivir mejor contra Franco que
sin él, pero era su manera de señalar lo fácil que resultaba
definir la propia posición como mera oposición; era cuando, como él
solía añadir, “las ideologías estaban limpias como la patena”...
y, podríamos añadir, el cerebro relajado.
Algo parecido está
pasando con Wert, su política y la LOMCE. Hay que reconocerle al
ministro el mérito de haber devuelto la educación al debate
público. Se quejaban muchos de que no se discutía sobre educación,
no se le prestaba atención, etc., pero los recortes, la ley, la
marea verde, etc. han
hecho que deje de ser así, si alguna vez lo fue, aunque el ministro
se haya inmolado en el proceso. La otra cara de este nuevo
protagonismo es la simplificación del debate. El diálogo público
sobre educación nunca fue mucho ni muy sofisticado, pero yo diría
que entre la aprobación de la LOE y el fallido empeño del pacto de
Estado se alcanzó un nivel algo más elevado. No me refiero a los
resultados de la investigación, ni a la práctica profesional, ni a
encuentros minoritarios, sino al debate que llegaba a la opinión
pública en general y en que se veían implicados los grandes actores
colectivos. Es una afirmación aventurada, que no podría demostrar
de forma incontrovertida, pero es lo que infiero, por ejemplo, de que
buena parte de la opinión conservadora tradicional apoyase la
aprobación y aplicación de la LOE (todos los partidos menos el PP y
hasta la FERE) o de que la administración socialista asumiera
después objetivos que tradicionalmente no habían sido suyos, como
la diversificación del último curso de la ESO, las evaluaciones
externas o el reforzamiento de las direcciones de centro. Había
cierta disposición a apearse de los dogmas.
Pero en esto
llegaron los recortes, Wert y la LOMCE y todo cambió. Hay muchos
motivos para oponerse a los tres, pero no se me ocurre ninguno que
justifique algo tan simplificador y maniqueo, y que aporte tan poco,
como el citado manifiesto. Pura propaganda de guerra
en la que el oponente, considerado el enemigo,
es representado como un espantapájaros mientras que el autor de la
representación se dibuja a sí mismo como un dechado de
virtudes. Yo pensaba que para dividir el mundo en blanco y negro,
para reducirlo a una lucha entre el bien y el mal, teníamos ya a la
Iglesia, y que la educación tenía por objeto lo contrario, enseñar
a la gente a pensar en vez de a creer; que servía para apartarla,
como decían los ilustrados, de la superstición. Pero parece que no
es así y que justo ahora que un nuevo papa sorprende a los católicos
con inesperados matices sobre la pobreza, el pecado, el divorcio, la
homosexualidad, etc., nada menos que nueve sesudas organizaciones que
formaban la plataforma Stop ley Wert
se descuelgan con un manifiesto para niños.
¿Cómo va a haber
un debate razonable sobre la escuela si cada vez recurrimos más a
simplificaciones? ¿Cómo se puede reclamar un pacto de Estado si los llamados a hacerlo son vistos como demonios y ángeles? ¿Cómo
va a haber leyes duraderas si cada vez que una se aprueba no hay otra
bandera que derogarla? ¿Cómo va a mejorar la consideración de la
profesión con un maniqueísmo que no le perdonaríamos a un
adolescente? ¿Cómo va a haber diálogo alguno si comenzamos por
caricaturizar la posición del otro y sublimar la propia?
Consta el Manifiesto
de seis puntos que no tienen desperdicio. No es que aporten nada, que
no lo hacen ni por asomo, sino que desvelan lo bajo que está cayendo
el debate también en el presunto lado de los buenos.
Los iré tratando, uno por uno, en próximas entradas.
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