19 dic 2012

Jaume Carbonell: El hombre adecuado en el lugar adecuado


A la llamada de los organizadores de este pequeño homenaje repaso mi archivo de colaboraciones conCuadernos de Pedagogía y me encuentro con que he publicado en la revista cerca de cuarenta artículos en poco menos de treinta años, lo que podría calificarse, como en la escena final de Casablanca pero no más, como el comienzo de una hermosa amistad. Quiere esto decir que mi vida, al menos mi vida profesional, no habría sido la misma sin Cuadernos; y no lo habría sido tampoco, por tanto, sin Jaume Carbonell, quien calculo por encima que fue su redactor jefe la primera mitad de ese periodo y su director la segunda.
(Perdóneme el lector una confesión: he acudido a Wikipedia con la intención de ver cuándo nació Cuadernos, cuándo comenzó Jaume a ser su director, etc. Nada: ni Cuadernos, ni Carbonell ni, dicho sea de paso, Caivano. Con frecuencia me he encontrado, buscando en internet un nombre o una obra por un motivo u otro, conautobiografías, hagiografías y hasta currícula en formato ANECA de gente del mundillo de la educación que, de manera evidente, habían sido añadidas por ellos mismos, por encargo o por algún incondicional. Pero que no estén ni esa revista ni sus directores me parece una carencia clamorosa: alguien debería animarse, aunque sea a ponerlo como trabajo de curso a algún alumno. Termina el paréntesis)
A lo que iba. No soy pedagogo, ni maestro (aunque hice un extraño pinito en mis inicios), ni profesor de secundaria, sino sociólogo y profesor de universidad. Digo esto porque siempre he pensado que CdP debería haberse llamado Cuadernos de Educación, aunque es muy fácil decir esto a toro pasado, y porque nunca he buscado en ella experiencias ni orientaciones en apoyo de mi práctica docente sino informes, análisis, tal vez artículos de opinión, antes como alguien que estudia la educación que como alguien que la practica, y más bien dentro del enfoque propio de la sociología y otras ciencias sociales afines (economía, politología, administración, antropología…). Por consiguiente, una revista de Pedagogía era, a priori, cualquier cosa menos mi medio natural ni como lector ni como autor. Sin embargo, pronto empezó a serlo, y lo hizo por dos razones: por ser el mejor foro de los distintos movimientos e iniciativas a favor de la mejora, la innovación y la transformación educativas y por ser un lugar de encuentro entre la pedagogía y la sociología, y entre la práctica y la teoría.
En el año 1976, como militante de izquierda que venía de terminar sus estudios y se proponía iniciar una carrera profesional en la Universidad, me vi implicado en lo que entonces se llamaba el movimiento de enseñantes, y más concretamente como espectador en la Asamblea General del Colegio de Doctores y Licenciados de Madrid (enero), que aprobó la “Alternativa Democrática para la Enseñanza”; después como actor secundario en las Jornadas de Alcobendas (propiamente hablando, las “Primeras Jornadas de Estudio sobre la Esneñanza” (junio), organizadas por el ICODLCL de Madrid), que aprobaron el documento La escuela pública; finalmente, como participante en el que, en el ámbito educativo, era el encuentro más rico e impresionante de todos, en aquellas fechas la XI Escola d’Estiu Rosa Sensat (julio). Ahí me tocó defender en comisión y en pleno una de las enmiendas a la resolución de la X Escola, la que proclamaría la reivindicación de una escuela pública y única(para horror de CiU, PSUC y toda la enseñanza privada, con la indiferencia o benevolencia del PSC y ante el regocijo de la extrema izquierda y, por tanto, mío). Fue entonces, en Alcobendas pero sobre todo en Barcelona, bajo un calor húmedo y plomizo que convertía la sola presencia en algo casi heroico y entre la multitud de stands de libreros y editores, partidos y grupúsculos, movimientos y sectas que, en todo caso, anticipaba y mejoraba la transición democrática aún pendiente, que tuve la primera noticia de Cuadernos.
Andaba la revista por su número 7, en cuya portada podía verse nada menos que a Paulo Freire y a Ivan Illich. ¡Freire e Illich! ¡Como quien dice Cástor y Pólux! La proclamación del método pedagógico como la gran palanca de la revolución social y el rechazo de la institución escolar y la profesión docente como burocracias opresivas. “Illich-Freire: Pedagogía de los oprimidos. Opresión de la pedagogía”, se titulaba expresivamente (aunque invirtiendo en el orden de los predicados el orden de los sujetos) la presentación de las dos entrevistas por R. Darcy de Oliveira y P. Dominice. Dos autores, los entrevistados, que fueron esenciales en el debate educativo del siglo XX y que son y serán parte irrenunciable de su legado. Pero con una diferencia: el último cuarto del siglo XX fue el de la victoria aplastante de Freire, desde las campañas de alfabetización en América Latina hasta los núcleos radicales de la academia norteamericana (victoria sobre el papel, claro, pues la institución y sus prácticas han cambiado poco), y el olvido de Illich; el XXI, paradójicamente, podría ser el del confinamiento de Freire a un culto cada vez más reducido a unos incondicionales más o menos colgados de sus abstracciones y el renacimiento explícito o implícito de Illich en la web 2.0, los cursos y recursos abiertos, los nuevos medios personales, las redes sociales, las chapas digitales, la educación en casa y la autodidaxia, etc. Pero lo interesante aquí y ahora, para lo que nos ocupa, es qué hacían esos dos en la misma revista y en el mismo número, pues creo que eso es lo que señala una de las principales virtudes de Cuadernos y de quienes la han pilotado: haber sabido dar, a la vez, expresión a la apuesta decidida por la educación y la escuela como palancas para cambiar el mundo y al escepticismo y el cuestionamiento más radicales frente a las mismas.
Yo empecé a colaborar con Cuadernos bastante más tarde, ya entrada la década de los ochenta. Desde entonces lo he hecho sobre autores como Marx o Illich o sobre la sociología de la educación en general, sobre reformas y sobre contrarreformas, sobre organización escolar o sobre mercado de trabajo, sobre alumnos y sobre profesores, sobre la dirección interna de los centros o sobre sus redes externas, sobre políticas públicas o sobre desigualdades sociales… pero ninguno de la treintena larga de textos que he publicado en sus páginas tuvo el impacto de ¿Es pública la escuela pública?, que vio la luz en octubre de 1999, cuando yo pasaba un tranquilo semestre entre la London School of Economics y el London Institute of Education, o sea, lejos del mundanal ruido español. Jaume ya dirigía entonces Cuadernos y el artículo no era probablemente del tipo que una revista cuyo público está formado en exclusiva por docentes, y en particular funcionarios de la escuela pública, acoge sin pestañear. Una versión más breve había sido desestimada por El País, a pesar de que un mes antes me habían publicado una tribuna sobre la endogamia universitaria y otra criticando el nacionalismo bien pensante de uno de sus colaboradores habituales. Jaume lo leyó, lo publicó y se encontró, de inmediato, con lo que no sé si era de prever pero probablemente sí de temer: la reacción airada de más de un lector. No me refiero a quienes escribieron críticas más o menos razonadas contra mi artículo, que los hubo (aunque, en contra de lo que la mayoría de la gente piensa, fueron más numerosos los apoyos -y, por cierto, con mejor estilo medio- que las críticas, como pudo verse entonces en el foro que se abrió en la Universidad de Salamanca, al que fue a parar todo) y muy pronto, seguidos sólo después por los que lo hicieron a favor. Me refiero a algunos que de inmediato escribieron o llamaron por teléfono para mostrar su indignación porque la revista publicara un artículo como ese, a los que cancelaron su suscripción, etc. Al fin y al cabo, a pesar de su clara inclinación a favor de la escuela pública, Cuadernos no dejaba de ser una revista propiedad de una empresa privada, como tal más atenta ésta a las señales del mercado que a los pruritos de la cultura. Pero Jaume hizo lo que tenía que hacer: impulsó un debate más amplio, con contribuciones de peso de autores de la casa y aportaciones del público, y supongo que con ello no sólo ganó, sobre todo, el debate sino que también lo hicieron la revista y, en alguna medida, hasta la empresa, como debe ser.
He dicho antes que habría preferido que Cuadernos lo hubiera sido de Educación, en vez de la Padagogía. En parte porque creo que debió ser así y que, en realidad, así ha sido en buena medida, porque la educación es un ámbito de la realidad, un objeto real, mientras que la pedagogía es un ámbito disciplinar, un tipo de conocimiento. Pero no sería del todo sincero si no añadiese que, como sociólogo, o más exactamente como sociólogo de la educación, yo me formé inicialmente, al menos en parte, en contra de la pedagogía. No por animadversión alguna sino porque la sociología, con su énfasis en las determinaciones externas a la escuela, era vista hasta cierto punto como lo opuesto a una pedagogía marcada en gran medida por el inmanentismo platónico, rousseauniano, etc.: la educación como socialización frente a la educación como desarrollo, la escuela como caja negra frente a su pretendido aislamiento del mundo, la reproducción de la sociedad frente al mesianismo pedagógico. No pretendo hablar aquí de ese debate sino simplemente señalar que, no obstante, siempre hubo lazos espacios de encuentro entre pedagogía y sociología, propiciados por los pedagogos que miraban también fuera de la escuela y por los sociólogos que mirábamos también dentro. Ese terreno de encuentro vino dado, en términos disciplinares, por los curriculum studies (aquí, al menos en parte, la didáctica y organización escolar), por la sociología micro y la etnografía de la educación. Pero también tuvo y tiene nombres y escenarios concretos, y aunque no me detendré aquí en una lista de los primeros sí quiero señalar el papel de individualidades como Fabricio y Jaume, ambos procedentes de la pedagogía pero enormemente sensibilizados y atentos a los factores sociales, al igual que la importancia de una plataforma como Cuadernos. Qué mejor prueba de ello que el hecho de que, cuando escribo esto, el último número (425) contenga precisamente una monografía sobre desigualdades sociales en la que he tenido el honor de colaborar.
Finalmente, quiero señalar otra dimensión de la trayectoria de Jaume. Podría haberse limitado a ser un excelente periodista, pero quiso también no confinarse a registrar y analizar la realidad sino, en la medida de sus posibilidades, transformarla. Cuadernos en sí ya ha sido sin duda un elemento transformador, pero quiero aludir a otra iniciativa que hemos compartido: la red de redes INNOVA. Personalmente no puedo decir que esté muy contenido de su evolución, o más bien de su no evolución, pero sí que sigo convencido y estoy orgulloso de la iniciativa. Puede que un día la recordemos como una solución en busca de un problema, como una buena idea sin un buen plan, como una propuesta anticipada a su tiempo o como una indicación del hiato entre el discurso y la práctica de los movimientos de innovación. O puede que llegue a desempeñar la función prevista, que sea el precedente de formas de cooperación más eficaces entre la multitud de iniciativas del mundo de la educación o que sirva de base a alguna empresa más ambiciosa. Lo que tengo claro es que INNOVA no habría sido posible sin ese nodo conector que fue Jaume Carbonell, probablemente de toda España el hombre mejor informado sobre, y mejor relacionado con, movimientos, grupos, redes e iniciativas para la mejora, la innovación y la transformación de esta telaraña en la que nos movemos, la educación. Por él han pasado esa y otras muchas iniciativas, y posiblemente aún lo hagan otras, para hacer posible la cooperación entre buena parte de lo que se mueve en el sector.
El caso es que, si quieres saber algo sobre lo que se mueve en la sociedad civil española en materia de educación, tu hombre es Jaume. Sin duda habrá quien tenga mejor información sobre lo que se cuece en las esferas administrativas y los mentideros políticos, y puede hasta que tu concepto de la innovación pedagógica o de su papel en la actualidad sea otro, pero si se trata de movimientos de renovación, asociaciones pedagógicas, grupos de innovación o proyectos locales y de centro, nada como los archivos, el disco duro o el cerebro de Jaume. Y no necesito subrayar, en un mundo de redes, la importancia ni el papel de un nodo bien conectado. Si además es un amigo entrañable que atesora una de los mejores archivos de restaurantes 3B (buenos, bonitos y baratos) del país, que no es lo mismo que A3 pero casi, ¿qué más se puede pedir?

(Escribí este texto para un pequeño libro, de tirada limitada, de homenaje a JC. Al recibirlo he visto con estupor que el texto publicado era otro, uno mucho más breve enviado para una edición también limitada de Cuadernos, todo por un fortuito cambio de nombre en un fichero. Lástima, pero queda el consuelo de que aquí tendrá mayor difusión, que bien merece Jaume)

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