En 1993, en Berkeley, descubrí Roger and Me, que en mi opinión fue y sigue siendo, con mucho, lo mejor que ha hecho Michael Moore, más conocido entre nosotros por Bowling for Columbine, Farenheit 9/11 y otras. En realidad, las películas posteriores de Moore, incluidas éstas que le han hecho más famoso e incluso un icono de los movimientos alternativos y de resistencia, no me convencen demasiado, pues me parecen francamente tendenciosas a pesar de sus aciertos, pero Roger and Me le salió bordada. En alguna ocasión he propuesto a los alumnos de sociología que la viesen despacio y la comentasen, como un buen ejemplo de los problemas de la globalización y, además, de cómo ésta no era una conspiración de los EEUU contra el mundo, sino más bien del capital contra el trabajo, y donde dejó sus primeras heridas fue precisamente en ese país.
El documental retrata de forma implacable el hundimiento de la ciudad de Flint, en Michigan, tras el cierre de varias factorías de la General Motors, con el despido de unos treinta mil trabajadores, y el fracaso de distintas empresas más o menos aventureras a la hora de crear empleos alternativos. Alterna en paralelo la infructuosa persecución de Moore a Roger Smith, el consejero ejecutivo de la GM, mientras se prodiga por fastos empresariales, con escenas de la ciudad colapsada por la eliminación masiva de empleos. Con un humor negro que refuerza el dramatismo de la situación, Moore va mostrando las fiestas en que los acaudalados de la ciudad dan empleo ocasional, com decorativas estatuas vivientes, a algunos de los despedidos de las fábricas, o la inauguración de una nueva prisión con orta fiesta en la que los mismos happy few disfrutan como niños idiotas y adultos insensibles fingiendo ser presos, torturados, fichados, etc. entre pieles y champán. Una prisión construida por el aumento galopante de la criminalidad y para la que los sindicatos han negociado y obtenido la contratación de algunos de sus afiliados despedidos como guardianes de unos presos que seguramente resultarán serlo también. A esto se suman las visitas del presidente Ronald Reagan, que recomienda sonriente a los lugareños que vayan a buscar trabajo a otro sitio, o de famosos pastores evangelistas que acuden a convencerlos de que, pese a todo, deben ser felices.
Pero lo más impresionante del film probablemente sea la desolación inmobiliaria provocada por los despidos en masa. Edificios industriales y comerciales abandonados, suburbios residenciales entera o casi enteramente vacíos, casas abiertas y llenas de ratas, calles salpicadas de restos caídos de las mudanzas realizadas por los propios desalojados y, sobre todo, las visitas del eviction agent (el agente judicial encargado de los deshaucios) a un hogar tras otro desalojando a los parias de la tierra.
Roger and Me se basa en un caso muy especial, una ciudad que fue la cuna de la General Motors, que se convirtió por entero en un factory town, es decir, una ciudad regida sin contemplaciones por la empresa, pero también fue la cuna de United Auto Workers, el poderoso sindicato de trabajadores del automóvil surgido de la huelga de brazos caídos de 1936-37, y, hasta cierto punto, la representación en variante blue collar del sueño americano, con empleos estables y relativamente bien pagados y casa y coche para todos. Pero cuando llegó el desmantelamiento de las fábricas automovilísticas la ciudad se vino abajo. Para encontrar algo similar aquí habría que imaginar lo que hubiera sido la reestructuración de la minería o de los astilleros en las ciudades crecidas en torno a ellos en caso de no haberse contrarrestado con una generosa política de reconversión, prejubilaciones y otras ayudas.
Sin embargo, es difícil no acordarse del film ahora que, con cifras delirantes de desempleo, se multiplican los deshaucios, proliferan las situaciones dramáticas y hasta menudean los suicidios. Roger and Me está disponible en Vimeo, en lengua original, aquí, y en castellano en Tu.tv, aquí, y seguramente en más sitios. No tiene desperdicio.
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