11 oct 2012

Catalanizar, españolizar ¿quién puede tirar la primera piedra?


Alguien, no recuerdo el nombre, se preguntaba ayer en Twitter si no habrían puesto a Wert ahí para distraernos de otras cosas. Se podría preguntar también si el propio Wert no habló de españolizar para distraernos del resto de su política. Cabe preguntarse incluso si no habrá sido toda la oposición la que le ha pedido sacar el tema para tener algo de respuesta fácil (y extremamente tonta) en estos momentos de desconcierto.
La escuela ha sido siempre, es hoy y seguirá siendo en el futuro, salvo que se tome plena conciencia de ello como condición sine qua non para evitarlo -si es que se quiere evitar-, una máquina de nacionalizar. Lo fue de manera descarada y soez bajo el franquismo y lo es ahora bajo todos los nacionalismos. Con una diferencia, no obstante: el nacionalismo español, abochornado por cuarenta años de franquismo, desprovisto de símbolos limpios y con mala conciencia ante el pasado de opresión de las nacionalidades, está de capa caída, aunque ocasionalmente levante cabeza bajo la figura de efímeros llamamientos al patriotismo constitucional y equivalentes o, alternativamente, en forma de regreso de la tumba del folclore imperial, generalmente con mucho ruido y pocas nueces; los nacionalismos periféricos, por el contrario, encantados de conocerse a sí mismos, legitimados por el viejo concepto estalinista-leninista del nacionalismo de los oprimidos, apoyados en alianzas e incluso simbiosis contra natura con la izquierda y a caballo de la dinámica de cuanto peor, mejor, están pletóricos y no albergan la menor duda ni sobre el pronto éxito de su causa ni, lo que es peor, sobre su justificación ni su justicia.
Y ahí llega Wert, el bocazas. ¿Qué ha dicho? Ha dicho algo supercorrecto: que los alumnos catalanes (que, por ello mismo, también son españoles), deben ser catalanizados y españolizados. En realidad es sólo parte de lo que querría hacer, y ahí es donde se le debería atacar. Wert no sólo quiere españolizar un poco a los alumnos de la escuela catalana, sino seguramente mantener exclusivamente españoles a una parte de ellos, sirviéndose de escuelas que enseñen sólo en castellano, etc. Dicho en letra pequeña, no solo aumentar la presencia española en el currículum de la mayoría sino también que haya escuelas que eduquen en Girona como lo harían en Badajoz, sin más. Y esto último es lo que no es de recibo: quien crece en Cataluña debe educarse como catalán, no importa cuál sea su origen. Si su familia prevé el traslado posterior a Toledo, Lizarra o Beijing que lo lleve, si quiere, a clases complementarias de la lengua correspondiente. Pero es que lo mismo que cabe reprochar a las intenciones de Wert se debe también reprochar a decenios de inmersión lingüística catalana.
En una nación de naciones, en un Estado -hoy de las autonomías, mañana ojalá federal- formado por naciones superpuestas, en una sociedad de identidades colectivas múltiples, o como se quiera explicar, la escuela debe reflejar, aceptar y educar en esa convivencia multicultural y plural. La inmersión lingüística catalana se ha vendido siempre con dos argumentos: la integración social y la desventaja global del catalán, pero, llevados al extremo, ambos son falaces -el primero tiene mucho de mercadotecnia y el segundo algo de victimismo-, porque ambos pueden justificar una política de discriminación positiva a favor del catalán (utilizarlo, pongamos por caso, como lengua vehicular en el 80% del tiempo escolar), pero no la pura y simple exclusión del castellano como tal, es decir, su reducción al estatuto de lengua extranjera. ¿No es surrealista afirmar que ambas lenguas son cooficiales y que una de ellas haya sido evacuada de la institución centrada en ellas?
Como era de esperar, los nacionalistas han hecho sonar de inmediato los tambores de la tribu. Los que no tenían mucho, no tenían nada, que oponer a la política clasista, sexista e implícitamente racista del ministerio se ponen ahora numantinos en defensa de las competencias. No es sorprendente: esas competencias son su poder, la base material de sus privilegios como políticos, y saben desde Goering que nada mejor para distraer al pueblo que convencerlo de que está siendo atacado. Más patético es en esto el papel de la izquierda, desde el habitual rol servil de ICV hasta la súbita combatividad de un PSC que, después de dos años sin decir nada identificablemente de izquierda frente a Mas o frente al derechismo de Wert y temeroso de su debacle catalana, se empeña en hacer méritos nacionalistas pidiendo la dimisión del ministro por españolista, que es más fácil.

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