<p>¿Cómo es posible que no haya surgido la menor solución de continuidad entre la ministra de un gobierno socialista y el ministro de un gobierno conservador a la hora de legislar sobre la imposición y expansión de la mal llamada propiedad intelectual? ¿Cómo han podido poner ponerse de acuerdo izquierda y derecha en este aspecto?
Algunas hipótesis sencillas vienen fácilmente a la cabeza. La primera es que se trataba de una cuestión de Estado. Si así fuera, esto podría explicar en parte el acuerdo, no su contenido (podría haber sido otro acuerdo), pero resulta francamente inverosímil en un momento político en el que izquierda y derecha no fueron capaces de llegar a acuerdos prácticamente en nada: ni sobre educación, ni sobre política exterior, ni sobre respuestas a la crisis, ni sobre la articulación territorial, ni sobre la renovación de los órganos jurisdiccionales Más bien al contrario, este inverosímil acuerdo en medio de tanto desacuerdo es, por ello mismo, un misterio aun mayor.
La segunda es que la ministra Sinde, en realidad, fuera de derechas. Desde luego yo no sé todavía de dónde vienen sus credenciales de izquierda, tengo claro que el presidente Zapatero era capaz de dar cargos a verdaderos carcamales (véase Dívar) y me parece la hipótesis más razonable que nombrase a González Sinde, entonces presidente de la Academia del Cine, con el propósito oportunista de ganarse el apoyo o la benevolencia de ese sector tan vistoso que son actores y actrices de cara a las elecciones. El problema es que, por muy conservadora que en realidad fuese Sinde, Wert es muy, muy, muy de derechas, por decirlo suavemente (otra posibilidad especulativa es que Wert fuese de izquierdas, pero eso provocaría carcajadas). En suma, no hay un espacio de centro en el que ambos pudieran encontrarse tan identificados como lo han hecho.
La tercera es que la cuestión de la propiedad intelectual, tal como la entiende el tándem Sinde-Wert, fuese obvia por sí misma. Pero, con independencia de que la norma nos parezca a mí y a otros una barbaridad, hasta sus más decididos paladines, que haberlos haylos, admitirán que Sinde encontró una amplia y furiosa oposición entre la mayoría de los internautas conscientes de sí como tales y hasta entre una parte de los creadores, llegando a ser la ministra más impopular del anterior gobierno. Lo mismo está sucediendo con el actual ministro Wert, aunque su irrupción estilo caballo de Atila en el ámbito de la educación, que su ministerio acumula, no permite distinguir qué parte de su inmensa impopularidad (también la mayor del gobierno actual) se debe a una coa o a otra. En todo caso, está claro que amplios sectores de la ciudadanía, más aún de los implicados, afectados e interesados, no creen que la visión Sinde-Wert sea algo obvio.
Mi hipótesis es otra: no importa un bledo que sean de derechas o de izquierdas en lo que normalmente consideramos tal, que poco o nada tiene que ver con la propiedad intelectual, y los dos (y sus respectivos gobiernos) son igualmente de derechas en lo que aquí importa, que es la producción, distribución y consumo de la información, el conocimiento y la cultura. La distinción entre derecha e izquierda procede de los tiempos en que lo que se jugaba, en el ámbito económico, era ante todo la distribución de la tierra o del capital y, en el ámbito político, el acceso al voto. Pero hoy, en la sociedad de la información y el conocimiento y el aprendizaje, el acceso a éstos, que en otro tiempo fuera secundario, se ha convertido en lo fundamental. Muchos de nuestros creadores (autores y editores) se autoproclaman de izquierdas porque están a favor de repartir las tierras o las fábricas, eso en lo que poca gente piensa ya, mientras que al mismo tiempo luchan con uñas y dientes por ampliar sus derechos y prerrogativas en relación con los productos pretendidamente exclusivos de su trabajo (o del trabajo de otros que ellos han comprado, heredado o incluso expoliado en muchos casos). En suma, quieren repartir lo que no tienen pero no lo que tienen, son de izquierdas en lo que no les afecta y de derechas en lo que les afecta. Son como aquel comunista del chiste que quería repartir las tierras, las fábricas, el dinero pero no las vacas, porque tenía tres.
Quizá no haya que ensañarse con ellos. Después de todo no son los únicos que no terminan de comprender (los hay que ni empiezan) que los profundos cambios sociales que vivimos están redefiniendo qué bienes y oportunidades sociales son realmente relevantes y cómo nos posicionamos en torno a su producción y distribución. La información, el conocimiento, la cultura y la educación van desplazando en relevancia a otros bienes y recursos, de manera que nuevas fracturas sociales se desarrollan junto a las viejas y les restan primacía. Para ser de izquierda ya no basta con declararse amigo de los mineros, y lo que importa realmente es qué posición adopta cada uno en relación con su propia fuente de recursos y ventajas sociales. En este caso, con </p>
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